Tras año y medio fuera de la cárcel, Iñaki Urdangarin ha decidido compartir aquello que jamás se animó a expresar públicamente. El exduque de Palma, que fue una de las grandes figuras del balonmano español y pieza clave del FC Barcelona durante los años 90, reconstruye ahora un relato que mezcla arrepentimiento, aprendizaje y el recuerdo de una carrera deportiva que sigue siendo respetada incluso en los momentos más oscuros de su vida.

Con un historial judicial que lo llevó a ser condenado a cinco años y diez meses de prisión por prevaricación, fraude, tráfico de influencias y dos delitos contra Hacienda, Urdangarin reconoce que el ingreso en la prisión de Brieva supuso un derrumbe personal difícil de procesar. “Lloré muchísimo los tres primeros meses”, admite. “Aquella etapa marcó un antes y un después en mi vida”.

La rutina, su salvavidas

Durante sus primeros meses, la rutina del día a día fue su salvavidas. “Me levantaba a las 9, almorzaba y tenía hasta las 3 en el módulo; podías trabajar, estar en el patio… Comía a las cinco y hasta las ocho se hacía muy largo”, relata. El deporte, una constante en su vida, volvió a convertirse en refugio: le aprobaron el uso de una bicicleta estática con la que diseñó entrenamientos diarios. “El deporte fue mi medicina; sin deporte no podría haber salido bien de allí”, afirma.

No solo el ejercicio físico lo sostuvo. “Escribía mucho. Cartas, reflexiones, todo. Me decían: ‘Si estás enfermo, ponlo; si quieres comentar las visitas de la familia, ponlo’”. Asegura que las cartas que recibía, muchas de desconocidos, le devolvían cierto sentido de pertenencia: “Que la gente se acuerde de ti reconforta mucho”. El contacto familiar, aunque limitado, fue esencial. Solo 10 llamadas a la semana de siete minutos, a números previamente autorizados. “Yo estaba bien si lo de fuera funcionaba bien”, explica.

Al mirar atrás, Urdangarin reconoce que la prisión lo transformó profundamente: “Me ha ayudado a ser más persona. Me ha hecho conocerme más y preparar una nueva etapa”. Pero no todo se reconstruye: “¿Qué he perdido? Mucho tiempo. Materialmente, todo. Y perdí uno de los amores de mi vida, Cristina. Lo pasamos muy mal y tuvo consecuencias”.

Pasado como deportista de élite

Su pasado como deportista de élite se mantuvo incluso entre los muros de la prisión. Gracias a David Barrufet, leyenda del balonmano y su excompañero en el Barça, recibió una pelota y una red con las que pudo seguir entrenando. Incluso aprovechó el tiempo para sacarse el título de entrenador nacional, demostrando que la disciplina que lo acompañó toda la vida seguía intacta.

Más allá de su vida personal y judicial, el nombre de Urdangarin nunca desapareció del Palau Blaugrana. Su camiseta sigue colgada en lo alto del pabellón. Para él, es un símbolo particularmente emotivo. “La camiseta colgada va por el reconocimiento deportivo. Esta posición de Laporta, estoy muy orgulloso de él”, agradece.

El FC Barcelona y Joan Laporta han defendido esta decisión en varias ocasiones, subrayando que el homenaje se basa exclusivamente en sus méritos deportivos. Iñaki Urdangarin fue uno de los grandes referentes del balonmano europeo. Lateral poderoso, inteligente tácticamente y con un instinto competitivo privilegiado, formó parte del mítico “Dream Team” que bajo la batuta de Valero Rivera dominó España y Europa durante la década de los noventa.

Su etapa en el Barcelona, entre 1986 y 2000, dejó un palmarés incontestable: 6 Copas de Europa, 10 Ligas ASOBAL, 7 Copas del Rey, 4 Supercopas de Europa y más de una decena de títulos nacionales adicionales. Jugador de enorme potencia física, excelente defensor y con una lectura de juego sobresaliente, Urdangarin fue internacional absoluto con España en más de 150 ocasiones y participó en tres Juegos Olímpicos. Su nombre formó parte de la generación que abrió el camino hacia el balonmano moderno en España.

El legado continúa con su hijo Pablo

La historia de balonmano de la familia Urdangarin no termina con Iñaki: su hijo Pablo también ha labrado la suya propia con méritos deportivos propios y una evolución destacada en las pistas. Formado desde muy joven en el balonmano, Pablo atraviesa una trayectoria marcada por experiencias internacionales que forjaron su carácter competitivo. Tras pasar por clubes en Alemania y Francia, regresó a España para unirse al Barça B antes de fichar en 2023 por el Fraikin BM Granollers, donde ha explotado definitivamente como jugador.

Su avanzado físico, alrededor de 1,95 m, su potente lanzamiento y su adaptación al rol de lateral, junto con una técnica depurada, le han permitido destacarse en la Liga ASOBAL, donde ha anotado cifras de goles notables y ha evolucionado tácticamente desde la banda hasta una posición más estratégica en el ataque.

El pasado octubre de 2025 llegó un paso clave en su carrera: su primera convocatoria con la selección absoluta española de balonmano, los Hispanos, debutando en amistosos frente a Suecia y cumpliendo así un sueño personal y familiar. Pablo ha gestionado la inevitable comparación con su padre con madurez y equilibrio, afirmando que ser hijo de Iñaki nunca le ha perjudicado y que ha tratado de escribir su propia historia con trabajo duro en la pista.

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