Mientras no encontremos una vacuna, no será fácil quitarnos de encima al coronavirus. Si España llega al pico, pero Francia o Alemania o Italia no, las probabilidades de que el contagio siga siendo alto son muy altas. Esta situación, en la que lo que ocurra en cada país afectará a lo que ocurra en los demás, se conoce como externalidad en términos económicos: los costes del coronavirus en un país están afectados por la situación en los países con los que comercia o mantiene relaciones sociales, personales o económicas. La solución sencilla a esta situación, que es la tomada en estos días de emergencia, es el cierre de fronteras, una situación que no se puede sostener durante demasiado tiempo sin afectar gravísimamente a nuestros estándares de vida. La solución compleja, que es la que tarde o temprano tendremos que comenzar a diseñar, es una solución cooperativa, un régimen internacional que estructure en términos multinacionales la respuesta conjunta en la lucha contra la pandemia.

No es la primera vez que esto ocurre: la humanidad ha sido capaz de erradicar virus mortales como la viruela, de la que justamente ahora se cumplen 40 años, o prácticamente eliminar males tremendamente dañinos como la polio, a punto de desaparecer tras años de esfuerzo por las autoridades sanitarias. Sufriremos, pero prevaleceremos a la epidemia.

La situación se vuelve todavía más compleja si tenemos en cuenta las capacidades sanitarias de países en vías de desarrollo. Ya hemos vivido ocasiones en las que una enfermedad que era mortal en los países desarrollados se transformaba en una enfermedad crónica -como el VIH- mientras asolaba las poblaciones de África, enviando la esperanza de vida a una década atrás o incluso más. Si la capacidad de controlar el COVID-19 no depende sólo de nuestras capacidades públicas y sanitarias, sino también de las capacidades del resto de países, cerrar la frontera no servirá de nada: será necesario fortalecer las capacidades sanitarias de los países que son el eslabón más débil de la cadena de protección. Este es uno de los motivos fundamentales por los que medidas para mutualizar riesgos, como los eurobonos, son necesarias.

Hace ahora 21 años, Inge Kaul, entonces economista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ayudaron a conceptualizar los Bienes Públicos Globales como marco de referencia para la cooperación internacional. Supuso una auténtica revolución que llevó a replantear objetivos de desarrollo como los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible. El marco se ha utilizado con éxito para interpretar los esfuerzos internacionales de promoción de la estabilidad financiera, de paz y seguridad o, muy notoriamente, la lucha contra el cambio climático, todos ellos considerados bienes públicos globales.

Así, la lucha contra el COVID-19 debería llevarnos a una mayor cooperación internacional: impulsando recursos conjuntos en la investigación de una vacuna efectiva, en la producción de bienes y servicios sanitarios necesarios para el tratamiento, en la puesta en común de información sobre los resultados y las políticas seguidas para la contención de la pandemia y la mitigación de los efectos. De nuevo, los países más débiles son un eslabón que debemos reforzar con urgencia. Si en países como los europeos los efectos están siendo demoledores, cabe imaginarse el efecto catastrófico que la crisis provocará en África, América Latina o los países menos desarrollados de Asia. De acuerdo con UNICEF, unos 250 millones de africanos subsaharianos que viven en zonas urbanas carecen de infraestructuras básicas como fuentes para lavarse las manos, una de las medidas básicas de prevención del contagio. En la actualidad, se han identificado casos en 160 países, lo cual eleva la población potencialmente contagiable a prácticamente toda la humanidad.

Se equivocan gravemente los que, aprovechando el miedo y el aislamiento, promueven interesadamente ideas nacionalistas o excluyentes. La necesidad de incrementar la cooperación internacional es más perentoria que nunca, pues mientras persistan focos incontrolados, toda la humanidad se encontrará en riesgo. Y ya estamos viendo lo que ocurre cuando no nos tomamos en serio los riesgos, por alejados que parezcan. Sorprende que no haya habido hasta el momento una convocatoria del G20 que avance en una política coordinada, y debemos lamentar que la cooperación internacional para el desarrollo permanezca como una de las cenicientas de nuestra política económica -económica, sí- tras años de abandono.

Esperemos que una reflexión sobre la realidad que estaos viviendo permita reforzar el papel de la Cooperación como un instrumento no sólo destinado a lavar nuestras conciencias, sino a mejorar la gobernanza de los complejos problemas que enfrentamos en el planeta. La apuesta de España por los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la promesa de reforzar la maltrecha Cooperación Española deberían verse complementados con la urgencia de actuar, en el ámbito internacional, para atajar un desafío que atañe no a catalanes, madrileños, extremeños o italianos, sino al conjunto de la Humanidad.