El anuncio realizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus previsiones de primavera -progresivamente cada vez menos optimistas- de revisar a la baja sus estimaciones de crecimiento global en dos décimas -desde el 3,4% previsto en enero hasta el 3,2% actual- y la consiguiente  modificación en la misma dirección de la economía española en una décima -del 2,7% al 2,6%- daba alas al unamuniano sentimiento trágico de la vida o al hispánico arte del flagelo y así quedaba reflejado en los titulares de prensa, las aperturas de los informativos de televisiones y radios, así como en las intervenciones de los tertulianos, aunque  los observadores internacionales no eran capaces de detectar ánimo especialmente destructivo en las previsiones del Fondo pese a las tendencias a la baja de sus pronósticos.

Titulares y comentarios con cierto regusto por el fatalismo  han sido el denominador común del tratamiento en prensa del anuncio del FMI y que pese a ser ciertos, no dejaban de contener un grado de reduccionismo que no podía ser neutralizado ni por el ministro de Guindos –“el FMI certifica que España es el país desarrollado que más crece”- ni por el nuevo secretario general de la UGT, que restaba importancia a las previsiones del FMI a la vez que recalcaba que lo fundamental es que “haya un gobierno en España”.

Si los medios españoles fueran capaces de contextualizar las informaciones en un entorno complejo y en donde la confianza es un factor de cierta trascendencia, no debería resultar tan complejo  detectar que, en el marasmo económico mundial, el FMI sigue esperando que la economía global crezca más en 2016 que en 2015, que el organismo no señala nuevos riesgos e incluso que revisa al alza las previsiones para China, lo que indicaría que el freno de su economía será algo más suave de lo esperado, o que para revisiones a la baja ahí está Japón, cuya previsión se reduce a la mitad, al 0,5% en 2016, y Brasil, que se contraería un -3,8% este año, frente a la previsión anterior de -3,5%. Mientras, EEUU también vio recortadas sus previsiones a una expansión de 2,4% en 2016 desde el 2,6%. España, por tanto, lejos de salir mal parada.

Algún medio, dentro de esa corriente de “negativismo”, decidía lanzar una bocanada de optimismo al poner de relieve que en los pronósticos para 2016 se cambiaba la tendencia de España en el concierto internacional y que, con un PIB previsto de 1,242 billones de dólares, nuevamente logrará colocarse como la decimosegunda potencia económica del mundo, posición que mantendrá en 2017, tras estar postergada al puesto 14 durante los dos últimos años.

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Aprovechando la asamblea de primavera del FMI, el ministro De Guindos se subía al carro de los recortes y rebajaba también las previsiones oficiales del gobierno español de crecimiento económico al 2,7% para 2015 y al 2,4% para 2016, debido a la "desaceleración global".