Uno de los libros de economía del pasado año 2019 fue Narrative Economics, el premio Nobel de Economía Robert Shiller. En el mismo, y profundizando en el camino que comenzó en Animal Spirits, el autor analiza el impacto de las narrativas económicas en la economía real, su naturaleza y su modo de extensión, y cómo afectan al desempeño económico de los países. En otras palabras, cómo relatos que no siempre tienen que ver con la realidad terminan siendo profecías que se autocumplen, o cómo la construcción de una narrativa específica es capaz de dar cobertura a un tipo de política económica que en poco o nada tiene que ver con la realidad.

Es evidente que cuanto más sensible sea una decisión de política económica, más cauce dará a la construcción de narrativas y relatos alternativos. Todos conocemos el caso de joven en paro que recibió en herencia una finca valorada en 2 millones de euros y que le ha generado una deuda impagable por el impuesto de sucesiones. O la mujer que sobrevivió yendo de prestación social en prestación social sin tener que trabajar en ningún momento. O el caso del fontanero polaco que trabajaba en Francia con salarios polacos. Son historias, verdaderas o no, que determinan el sentir de la opinión pública y marcan el camino para determinadas opciones de política económica. Los ejemplos que se pueden citar son innumerables.

El caso del SMI no es inmune a estas narrativas. Los detractores de la subida señalan que contribuirá a la destrucción de empleo y que habrá muchas empresas que tendrán que cerrar sus puertas por la incapacidad para asumir esa subida. Es una narrativa que merece cierta consideración. De acuerdo con un estudio desarrollado por la Escuela de negocios EAE, 15.000 pymes cerraron durante 2019 debido a la subida del SMI. La cifra, sin más referencias, puede ser usada como un argumento en contra de la subida del Salario Mínimo Interprofesional, pero, de ser cierta, debería ser matizada. En 2017, último año con datos armonizados, cerraron 287.000 empresas en España, y se crearon 336.000, de un total de 3 millones largos de empresas censadas. En otras palabras, las 15.000 empresas que cerraron por la subida del SMI suponen un 0,5% del total del tejido empresarial español. Tengamos además en cuenta que, de acuerdo con un estudio de Comisiones Obreras, las microempresas de menos de 10 trabajadores contratan al 29% de los asalariados con SMI, mientras que otro 33% son contratados por empresas de más de 200 empleados. En otras palabras, hay más perceptores del SMI en las grandes empresas que en las pequeñas. El apocalipsis empresarial por la subida del SMI es muy limitado.

La evidencia empírica recogida en decenas de estudios no señala una dirección unívoca y gran parte de la misma apunta a que subidas moderadas del salario mínimo no afectan al empleo. Aquí la cuestión es determinar qué es una subida moderada, pues la subida combinada de 2019 y 2020, cifrada en un 29%, no puede considerarse moderada. Así que la evidencia de otros países añade poca luz al debate nacional. De esta manera, continúan los detractores señalando los estudios del Banco de España, la AiREF o el más reciente del BBVA, en los que se señalaban pérdidas de empleo de entre 40 y 150.000 personas teniendo en cuenta la subida de 2019.

La AiREF ya señaló que sus estimaciones fueron demasiado pesimistas, y el Banco de España no ha mostrado nuevas estimaciones. Sí lo ha hecho el BBVA, señalando que hasta 45.000 personas pudieron perder su empleo por motivo de la subida de 2019, lo cual supone una destrucción de empleo de alrededor de un 0,24% sobre el total de la población activa. La cifra no es desdeñable, pero tendríamos que situarla, de nuevo, en su justa medida. De acuerdo, de nuevo, con los datos de 2017, el 13% de los trabajadores en España sobrevive con un salario que es el SMI o inferior, lo cual situaría la cifra en alrededor de 1,3 millones de personas. Todo esto sin contar con los efectos dinámicos en la demanda y el incremento del consumo por un lado, y en las decisiones de inversión, por otro. En otras palabras, que el análisis completo de la medida requiere de un estudio más en profundidad que tenga en cuenta todos los efectos antes de calificarla como globalmente negativa.

Hasta aquí las narrativas de los detractores de la subida del año pasado. Pero entre los defensores de la medida también hay narrativas que merecen consideración y reflexión. Quizá la más relevante sea aquella que señala que aquellas empresas que no pueden soportar la subida del SMI son empresas que deberían desaparecer. Como bien ha señalado en profesor Manuel Hidalgo en unas breves reflexiones, la subida del SMI supone un efecto redistributivo entre las empresas con menos productividad y las empresas con más productividad. Aquellas que basen su estrategia en bajos salarios tendrán problemas mientras que aquellas que tengan una estructura más productiva saldrán beneficiadas. En un contexto de mercados cerrados, sin competencia internacional, como los servicios personales, las empresas tendrán que incorporar la subida del SMI a su estructura de costes, y, dependiendo de la elasticidad de la demanda, se trasladarán en mayor o menor grado a los precios, al nivel de producción, o a los beneficios empresariales. Aquellas empresas que no sean capaces de absorber el coste de la subida, podrían tener serias dificultades. Pero la productividad no depende únicamente de la habilidad, pericia o voluntad del empleador. Hay sectores intensivos en trabajo con márgenes muy pequeños donde la viabilidad no depende exclusivamente de la pericia del empresario, sino de la propia estructura del mercado. Las dificultades se pueden incrementar si el sector está sometido a competencia internacional, como el sector agroalimentario. Así, las organizaciones agrarias han sido algunas de las más reacias al incremento del SMI, incluso aquellas con valores más cercanos a las posiciones sindicales. No son el único sector: saludando la subida del SMI como una medida globalmente positiva, las empresas de inserción y los centros especiales de empleo, que dedican sus esfuerzos a la inserción sociolaboral de las personas con fuertes dificultades de inserción, también han mostrado su inquietud sobre los efectos de la medida y han pedido apoyo público adicional.

¿Qué conclusión podemos sacar de todo ello? La subida del SMI es una medida que, como otras muchas medidas de política económica, puede tener un efecto positivo global, pero donde también hay riesgo de que haya perdedores. Magnificar los efectos negativos es una manera de construir una narrativa en contra de la medida, y negarlos o justificarlos es una manera de construir una narrativa a favor. Una política económica responsable sería aquella que hiciera una evaluación en detalle, identificara a ganadores y perdedores, y si, como es el caso, se considera que globalmente es una decisión acertada, se deberían destinar recursos para compensar a los que puedan salir perdiendo en términos de empleo.