El nuevo partido Podemos ha planteado sustituir el tradicional eje de debate político entre la izquierda y la derecha por un nuevo esquema que contraponga a “los de arriba” frente a “los de abajo”.

Los dirigentes de este partido defienden que las diferencias entre la derecha y la izquierda han devenido en insignificantes, y que la confrontación relevante hoy se produce entre los intereses del “pueblo” (los de abajo) y los intereses de cierta oligarquía, élite o “casta”(los de arriba), indiferenciada supuestamente en su composición, y a la que se le niega el carácter de pueblo o su pertenencia a él.

El objetivo explicitado por esta formación emergente consiste en “acabar con la casta para que gobierne el pueblo”. Según su relato, la ciudadanía ha actuado durante los últimos 40 años de manera ignorante con su voto, aceptando una diferenciación cuestionable entre recetarios derechistas y recetarios izquierdistas. Ahora se trata de corregir esta situación, eliminar a cuantos ejercen la representación democrática en uno u otro lado, y facilitar que el poder sea ejercido por un nuevo actor político al que denominan el “pueblo”, es decir, ellos mismos, los dirigentes del partido Podemos.

En los finales del siglo pasado, tras la caída del Muro de Berlín, un tal Fukuyama ya nos enseñó a desconfiar de aquellos que anuncian el fin de las ideologías, porque suelen esconder propósitos arteros. El objetivo de este autor, celebrado por los seguidores de Reagan y Thatcher, consistía realmente en establecer el triunfo definitivo de una ideología concreta, el neoliberalismo, sobre todas las demás.

Los nuevos aspirantes a enterrar el debate ideológico tienen una finalidad más prosaica: conquistar el poder sin el engorro de explicar para qué y en nombre de qué ideas pretenden asumirlo. Su estrategia consiste en subirse a lomos de la ira y la frustración legítimas de muchos ciudadanos por los problemas sin resolver, y cabalgar así hasta la asunción del poder sin someter propuesta alguna al debate cívico y democrático.

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