El asesinato bárbaro de doce personas en la redacción de una revista francesa “en nombre de Alá” vuelve a poner de manifiesto la vigencia plena en nuestros días de los mismos fanatismos religiosos que asolaron Europa durante la Edad Media. Los tres individuos que masacraron la sede de “Charlie Hebdo” manifestaron hacerlo para “vengar a Mahoma”, según testigos presenciales. Varios siglos después, los actos y sus motivaciones, de la espada al kalashnikov, o de la hoguera a la bomba, son exactamente los mismos que protagonizaban nuestros antepasados en los múltiples conflictos religiosos que segaron millones de vidas durante los oscuros tiempos medievales. Solo que ya no estamos en el medievo sino en el siglo XXI, y que los seres humanos creíamos haber avanzado algo en términos de triunfo de la razón sobre la ignorancia, la superstición y la barbarie.

La tragedia de París ha tenido un amplio eco en los noticiarios europeos, pero episodios como el de la capital francesa, y aún peores, se producen a diario en Iraq, en Afganistán, en Siria, en Líbano, en Pakistán, en Libia, en Camerún… Los seguidores de una religión perpetran matanzas sobre los seguidores de otra religión. A veces, incluso, los seguidores de una religión matan también a los seguidores de la misma religión pero en una versión diferente. Mujeres sepultadas en vida bajo disfraces denigrantes por mandato religioso. Niñas asesinadas por atreverse a ir al colegio contra la interpretación delirante de un texto escrito hace siglos. Jóvenes raptadas y “convertidas”. Adúlteros lapidados. Homosexuales perseguidos y ejecutados por contravenir supuestamente un mandato divino… Todo en nombre de una concepción de Dios y del mundo que se adopta con un grado terriblemente anacrónico de fanatismo y de intolerancia. En el siglo de internet y de la robótica. Como si no hubiéramos avanzado un palmo.

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