Los socialistas hemos perdido credibilidad y confianza entre la ciudadanía. No sólo en España, también en Europa. Sólo ocho países de la UE (Francia, Italia, Malta, Eslovaquia, Portugal, República Checa, Croacia y Suecia) presentan gobiernos progresistas. La mayoría, con coaliciones. En conjunto, apenas representan al 32,5% de los ciudadanos de la Unión, lejos del 45% de 2007, en los prolegómenos de la crisis y a una distancia sideral de la doble década de los ochenta y noventa del siglo pasado, cuando en Europa arreciaron los grandes proyectos europeos del euro o la expansión al Este.

A pesar de la  mayor crisis financiera desde el Crash de 1929; a pesar del  desenfreno  de los mercados previa a la quiebra de Lehman Brothers; a pesar de que las posteriores políticas de austeridad que trataron de cerrar la hemorragia  se hayan saldado con la práctica eliminación de la clase media y una masiva destrucción de empleo: ni la socialdemocracia ni la profusión de movimientos políticos y sociales a su izquierda han sido hasta ahora capaces de acumular el músculo necesario para hacer frente a las posiciones del neoliberalismo duro y puro, ni a  la derecha populista y xenófoba.

En España, con sus matices, más de lo mismo. El militante, el simpatizante y el votante están inmersos como mínimo en una confusión que conlleva desconcierto, especialmente a partir del Comité Federal del pasado octubre con la dimisión de  Pedro Sánchez, la formación de una Comisión Gestora, una acción de oposición no clara ni coherente, y la percepción (con razón o sin ella) de que el PSOE ejerce la función de muleta de las políticas del PP. Ahora los socialistas están inmersos en un proceso de primarias en búsqueda de un Secretario/a General que tenga voluntad y capacidad de construir y liderar un proyecto político, propio y autónomo, que le posibilite recuperar la confianza y la credibilidad. De momento no se percibe (al menos yo no lo percibo) la trasmisión de un relato político de los distintos candidatos que ofrezcan alternativas coherentes y respuestas claras.

El militante, para decidir su voto, necesita ciertas garantías. La primera, la neutralidad de los “aparatos” del partido. De momento, tal neutralidad no se percibe. La Comisión Gestora, sin ambages ni complejos, ha apostado por una determinada candidatura, la de Susana Díaz, que aparece (con razón o sin ella) como la candidata “oficial”. Ejemplos múltiples, haberlos haylos. El culmen del desparpajo lo protagonizaron los “referentes” históricos del PSOE (Felipe González, Alfonso Guerra…) y parte de los Barones Regionales, arropando físicamente a Susana en su acto de presentación. Los mismos, González y Guerra, que en 1974, en Suresnes, ganaron la batalla a los antiguos líderes (representados por Rodolfo Llopis), que defendían un modelo de partido y un discurso político trasnochado y no adecuado al siglo XX. Ambos refundaron el PSOE. Ahora, ambos y algunos más reproducen la actitud defensiva de Llopis en Suresnes, defendiendo a ultranza un PSOE del siglo XX (el suyo) sin comprender que debemos dar respuestas a los nuevos retos del siglo XXI. Otra vez desde mi ingenuidad considero lo más correcto sería que tales gurús, más allá de sus naturales tendencias hacia una u otra candidatura, guardaran una cierta neutralidad.

La segunda garantía es que los distintos candidatos dejen de descalificar al contrario y expresen con palabras claras y comprensibles cuál es su propuesta de la organización del partido para que sea capaz de dar participación real a sus militantes (¡no se inquieten, no me refiero al asamblearismo!) y con ventanas abiertas a la ciudadanía (con  unos “aparatos” necesarios, pero no exclusivos). La tercera es que cada candidato/a exprese sin ambigüedades como piensan plantear y practicar su oposición (constructiva, pero oposición) parlamentaria comenzando por los Presupuestos 2017. Y la cuarta debería ser conocer de primera mano la actitud y la opinión del futuro Secretario/a General  en asuntos tales como la Reforma Laboral, la LOMCE, las pensiones, la reforma fiscal, la financiación autonómica, la refundación de nuestro modelo territorial (incluido Cataluña), la Reforma de la Constitución del 78, aunque algunos/as puedan considerar que determinadas cuestiones relevantes  deben reservarse para el debate de la Ponencia Marco en el todavía lejano Congreso.

Aunque algunos se reafirman en el conocido “vísteme despacio, que tengo prisa”, otros piensan que el proceso es largo, demasiado largo. Mientras los días, semanas y meses trascurren hasta la elección de un nuevo Secretario/a General y la celebración del Congreso, el PP intenta aprovechar la debilidad y la interinidad de los socialistas dejando que determinados asuntos y temas espinosos se pudran en el baúl de los recuerdos. Por si acaso, les recuerdan la posibilidad de convocar unas nuevas elecciones si no les dejan gobernar (en minoría) con tranquilidad, léase aplicando las mismas políticas del anterior gobierno (en mayoría absoluta) gracias a las cuales gozamos de un “crecimiento económico ejemplar”. Y, en consecuencia, exigen al PSOE responsabilidad “patriótica” que garantice una estabilidad al gobierno de Rajoy.

 Los socialistas no lo tienen fácil, pero cuanto menos tienen la  “penúltima” oportunidad de reconstruir su propio discurso y elegir un nuevo líder que les posibilite recuperar la credibilidad y la confianza. De lo contrario…