El flujo migratorio  y las desgracias en el  Mediterráneo no paran, cerramos el 2017 con más de 3.000 personas inmigrantes fallecidas en su intento de llegar a Europa y la tragedia no ha parado en el inicio de este 2018

Estamos en un mundo cada vez más globalizado y en un mercado común europeo con libre tránsito de mercancías y trabajadores. Cada uno vive una realidad diferente en un tiempo de crisis humanitarias y de economía  global y local, que  afecta de forma preocupante a millones de personas.

Una realidad  paralela que he vivido en este nuevo siglo XXI, en la primera década, ha sido infectada de noticias de personas que venían a trabajar en nuestro país, que venían a buscar un futuro para ellos, trabajadores cualificados y no cualificados procedentes de otros países. Y  en esta segunda década estas noticias se sumaban a la de las personas que nos rodean, nuestros familiares y amigos, los que tomaron la decisión de buscar un futuro próspero en otros territorios, en otros países, principalmente en la Unión Europea.

Algo parecido ha pasado de forma reiterada en distintos momentos de la historia. Sin ir más lejos yo soy una de esas personas que en su día emigró de su ciudad de origen a otra, por motivos laborales, motivado por una oferta laboral y la experiencia vital como principal atractivo para dejar atrás la vida en un lugar y cambiar a otro.

Pero en distintas épocas y en distintas décadas de cada siglo estas migraciones han ido produciendo al vaivén de las olas de las crisis económicas, los desarrollos socioeconómicos y de los movimientos políticos, armados o no, de los distintos territorios en lucha por fronteras que marcan los intereses  económicos de unos pocos.

Sin lugar a dudas estos movimientos que se están produciendo ahora son motivados por unas desigualdades económicas y laborales y por la necesidad de un desarrollo personal para muchos profesionales cualificados.

Es una curiosa paradoja sociológica la situación actual de un país limítrofe con otro continente que en muchos de sus territorios vive una crisis permanente. Vivo en un país donde por el sur siguen entrando personas jugándose la vida para encontrar un futuro mejor y por el norte van saliendo personas con la ilusión de encontrar un futuro y una respuesta a sus esfuerzos y capacitaciones.  

Pero sobre todo se necesita una respuesta humanitaria y política  por parte de los gobiernos, la respuesta no puede  descansar solo sobre las espaldas de unas pocas ONGs que luchan frente a las grandes desigualdades y la muerte en el Mediterráneo  que generan estas crisis humanitarias.