La cançò de l’enfadós viene a ser en castellano el cuento de nunca acabar pero con voluntad expresa de irritar a quien la escucha. Esta es exactamente la posición actual del gobierno de Quim Torra ante el rebrote del coronavirus en Lleida o el debate sobre la desgraciada gestión en las residencias durante el confinamiento general. ERC secunda de mala gana el desplante continuo del presidente de la Generalitat al estado, deslizando tímidas autocriticas a su propia gestión en los departamentos de Salud y Asuntos Sociales. Sin embargo, no acaban de enfrentarse públicamente a su aliado, quien dispone de la llave electoral. Los republicanos pasan por un mal momento; ven desmoronarse su estrategia por el diálogo por falta de acuerdos y confirman el enfriamiento del PSOE respecto a su relación cuando el gobierno anuncia el retraso en la revisión de los delitos de sedición y rebelión.

La repetición excesiva de un argumento absurdo acaba por hastiar a la concurrencia, incluso a cierta audiencia propensa a creerse al emisor sin caer en el seguidismo acrítico. No parece que el riesgo a enojar a sus adversarios y a sus socios preocupe lo más mínimo al presidente de la Generalitat, muy cómodo en su línea defensiva. Para él, el confinamiento de Lleida por múltiples rebotes incontrolados es culpa de la política inmigratoria del gobierno central, aunque el gobierno catalán disponga de todas las competencias para intervenir en esta materia; y si esta excusa no sirve, tienen otra, el ministerio de Sanidad no aplicó con rigor los controles sanitarios en la llegada a los campos de fruta de la comarca del Segrià de trabajadores del resto de España.

La crisis de las residencias en Cataluña, donde se registraron el 32% de las muertes totales por coronavirus, tiene para Torra una explicación meridianamente clara: es el resultado de muchos años de incumplimiento de la ley de dependencia por parte del gobierno central. Y si la causa básica no es esta porque este déficit debería asociarse a los propios recortes efectuados por el gobierno catalán en los primeros años de la crisis económica, entonces la razón del desastre sería, a juicio del presidente de la Generalitat, las “nefastas consecuencias” de la recentralización de compras y de la distribución de materiales impuesta por el ministro Salvador Illa.

El titular del departamento de Asuntos Sociales, Trabajo y Familia, Chakir El Homram, fue algo más comedido durante el debate celebrado en el Parlament. Nadie estaba preparado para esto, tampoco Cataluña, todo saltó por los aires, faltó personal, material de protección y tests, dijo a modo de autocrítica el conseller, cuyas competencias en residencias fueron traspasadas al departamento de Salud en plena pandemia.

La presentación del gobierno central como responsable de todos los males que azotan Cataluña es un argumento propio del victimismo más añejo, pero nunca hasta ahora se había utilizado con tanta intensidad, casi exhaustividad. Torra, abrazado a este pararrayos, no formula una frase sin citar al estado como responsable de sus dificultades para gobernar la Generalitat. Diríase que las únicas parcelas de gestión del autogobierno que le interesan son aquellas que presentan déficits atribuibles a la administración central.

La diferencia del victimismo practicado por Torra con el de Jordi Pujol está en el objetivo. Pujol utilizó la queja para dotarse de un paquete competencial suficiente para gobernar Cataluña a su antojo; mientras que el actual presidente busca la creación de un estado de opinión favorable a la desconexión con España. Es la versión gubernamental de la confrontación permanente con el estado predicada por Puigdemont para asentar la urgencia de volver a la unilateralidad. El programa de su nuevo partido, cuyo nombre y derechos electorales siguen siendo objeto de negociación con el PDeCat.

La confrontación y la negociación forman parte de la envolvente con la que el independentismo pretende forzar al gobierno de Pedro Sánchez a encarar el conflicto catalán. ERC y Puigdemont-Torra modulan esta combinación de frío y calor de forma diferente. A los republicanos el diálogo les resulta imprescindible mientras al legitimismo el choque les mantiene vivos a ojos de los suyos. El distanciamiento del PSOE respecto de ERC y sus pretensiones (convocatoria de la mesa, revisión de la sedición y la rebelión), propiciado (o forzado) por la colaboración parlamentaria de Ciudadanos con los socialistas, sitúa a los republicanos en una encrucijada, agravada por la perspectiva electoral.

Torra y su canción irritante para con el estado, para con media Cataluña, para con la mitad del independentismo que sigue a ERC y para cualquier interesado en la política catalana que no disponga del carnet emitido por el Consell per la República desde Waterloo, tiene como objetivo a corto plazo retrasar la convocatoria de la mesa de negociación, al margen de enmascarar el déficit de su gestión de la desescalada. Aunque formalmente la reclame entre acusación y acusación al gobierno Sánchez. Una sesión de la mesa en precampaña sería como una píldora de valeriana para la ansiedad republicana.