El desafío independentista en Cataluña ha golpeado de lleno a la Iglesia Católica de España y la ha colocado en el debate público, para unos como un posible mediador en el conflicto o, para otros, como una pata más del independentismo.

Por un lado, hemos encontrado en los últimos días a los más altos exponentes de la Iglesia en España ser nombrados por políticos como aceptables mediadores. Es el caso del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, el cual desmintió su supuesto ofrecimiento, pero no negó que acudiese a una reunión en el Palacio de La Moncloa con Mariano Rajoy y con su homólogo en Barcelona, Juan José Omella.

El arzobispo de Barcelona, por su lado, también ha tenido contactos con el gobierno de la Generalitat, así como el abad del Monasterio de Montserrat, ambos señalados también como posibles mediadores.

El problema es que, por otro lado, encontramos sectores de la Iglesia que, por así decirlo, se han ‘salido del tiesto’ marcado por la Conferencia Episcopal hace una semana, cuando su portavoz, Ricardo Blázquez, recordó las palabras del papa Francisco en las que pidió trabajar por “una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, con memoria y sin exclusiones”.

Este mensaje no pareció llegar a oídos del obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, el cual afirmó el 2 de octubre en una homilía en la mezquita catedral que “la patria está en peligro” a la vista de los acontecimientos de Cataluña”, así como que el “sentimiento patriótico no solo es propio de facciones o partidos políticos, sino que el amor a la patria brota del cuarto mandamiento de la Ley de Dios (honrarás a tu padre y a tu madre), que nos manda el respeto a los padres e incluye obligaciones con la patria y sus legítimas autoridades”.

El mismo día de la homilía de Fernández, su compañero de Girona, condenaba mediante un comunicado “la violencia que sufre el pueblo de Cataluña”, en alusión a lo ocurrido durante el 1-O, y criticaba “el trato sufrido por muchos ciudadanos que quisieron expresar libre y pacíficamente su opinión”. Días antes, el obispo de Solsona, Xavier Novellhabía publicado en la Glosa dominical una carta en la que aseguró que, si el domingo había “urnas, yo iré a votar”.

En la iglesia de base

Dejando de hablar de los altos cargos de la jerarquía católica, desde que el desafío independentista se intensificó no hemos dejado de conocer muestras de apoyo de la iglesia de base, con un manifiesto de más de 400 sacerdotes catalanes invitando a “votar en conciencia”, una docena de entidades católicas difundiendo una carta en la que mostraban su “apoyo a las instituciones catalanas y los conventos benedictinos y cisterciensesen un histórico comunicado conjunto, criticando “el uso de la fuerza y la vulneración de los derechos del gobierno y del pueblo catalán”.

También hemos tenido comportamientos más llamativos, como el del sacerdote de Santa María de Vila-Rodona que dejó hacer el recuento de papeletas del 1-O dentro de la iglesia mientras él dirigía un rezo, algo que le ha valido las críticas de otros compañeros, incluso dentro de Cataluña.

En el otro extremo encontramos ejemplos como el ocurrido este mismo jueves en Albacete, donde se realizó una oración en defensa de la unidad de España convocada por el Obispado presidida por la imagen de la patrona de Albacete.

El Vaticano se posiciona

Tras toda esta maraña de reacciones eclesiásticas al conflicto catalán, por un lado y por otro, ha llegado la posición oficial desde la Santa Sede, que se supone debe seguir toda la Iglesia. El papa Francisco, a través del embajador de España en el Vaticano, Gerardo Bugallo, ha transmitido que la Iglesia "no reconoce movimientos secesionistas" o de autodeterminación que no son resultados de una descolonización. Así de claro.

La Iglesia Católica siempre ha sido una figura a la que se ha mirado en mitad de crisis nacionales y el caso de España es uno de los más llamativos. Aunque le pese a muchos, éste es un país con una tradición católica incuestionable y la Iglesia aún cuenta con un gran poder de movilización, algo muy suculento para los que defienden una posición política, ya sea ahora la independencia de Cataluña o hace unos años el PP contra el aborto o el matrimonio homosexual.

Veremos en los próximos días si  nos acercamos más al cisma, o a la moderación a la que llaman desde la Conferencia Episcopal.