Carles Puigdemont comienza a comprobar los efectos de la distancia. Su partido desoyó su exigencia de negar el voto a Pedro Sánchez y su sucesor asumió la imposibilidad de la restitución legitimista con una ceremonia por todo lo alto en el saló de Sant Jordi que parecía celebrar lo contrario de lo que se estaba haciendo. El rostro de su esposa, Marcela Topor, presente en el acto de toma de posesión del ejecutivo catalán, reflejaba la paradoja emocional de lo que allí se vivió, la reinstauración del gobierno autonómico con sentidas palabras republicanas.

Para compensar tanto pragmatismo político y legalista, la gesticulación aumentará en los próximos días. La pancarta colocada en el balcón del Palau de la Generalitat reclamando la libertad de los políticos presos es solo un ejemplo de esta lógica, a la que seguirán las escenificaciones del traspaso de carteras entre los nuevos consejeros y sus predecesores procesados y, muy probablemente, una fotografía del gobierno de Torra puesto a las órdenes simbólicas de Puigdemont. Como poco, la creación inminente del consejo de la república que gobernará el espacio libre de Bruselas.

El presidente Quim Torra, en TV3, y su consejera de Presidencia, Elsa Artadi, en Catalunya Ràdio ya han sacado a pasear el derecho de autodeterminación, con pocas horas de diferencia, para satisfacción de la ANC y la CUP, muy disgustados por el desenlace de la moción de censura y la formación del gobierno de la Generalitat. “¿Si renunciamos a la unilateralidad, qué mensaje estamos transmitiendo al país?”, se preguntó Artadi, que tampoco estaba por permitir a Sánchez alcanzar la presidencia del gobierno.

La distención a la que aspira el nuevo gobierno del PSOE se convertirá más bien en una guerra de nervios en la que las palabras oscurecerán el escaso margen de maniobra de las dos partes. Hablar después de tanto tiempo sin hacerlo supondrá un avance indiscutible, siempre que exista un acuerdo sobre el tema de la conversación. Públicamente, Torra no se lo pondrá fácil a Sánchez, repitiendo una y mil veces su compromiso con el supuesto mandato del 1-O, que de existir y ser cierta su voluntad de cumplirlo haría inútil, e impropio, cualquier diálogo con un gobierno constitucionalista.

Crear el momento para la república es la gran aportación semiótica del presidente de la Generalitat en su primera entrevista televisiva. Es un sucedáneo atemporal e inconcreto de la promesa de fidelidad con el 1-O, un guiño a los suyos tras anunciar que ya está hablando con el presidente Sánchez para quedar un día.

Torra quiere que Sánchez “asuma riesgos”, sin concretarlos, dejando entrever algunas voces de su gobierno cuales son: recuperación de las leyes suspendidas por el TC (salvo la de Transitoriedad jurídica de la república, se entiende), relajación del control financiero asociado al FLA, traslado de los dirigentes en prisión provisional a cárceles catalanas. Mientras, el consejero Ernest Maragall anuncia la reaparición del servicio exterior de la Generalitat, sin especificar si se trata de una restitución o de una reformulación.

En esta guerra de nervios, será clave la paciencia para discernir lo transcendente políticamente de la música celestial independentista. Los famosos 40 puntos de Mas y la exploración del espacio político existente en el marco constitucional va a resultar una oferta muy insatisfactoria para el sector del independentismo atrincherado en el legitimismo que estará ansioso por demostrar a PDeCAT y ERC su error en apoyar al PSOE.

Los nervios pueden desatarse en cualquier de los múltiples actores implicados para desbaratar el incierto horizonte de distensión. La larga secuencia de un cambio en el criterio del nuevo ministerio que pudiera plantear una supuesta condena menos gravosa para los procesados, seguida de una medida de gracia del gobierno central, como punto de partida para una negociación constitucional con ciertas expectativas de éxito, va a resultar muy lejana sin algún gesto previo por parte del gobierno Sánchez, quien, sin duda, esperará de la Generalitat alguna señal de relajación en la tensión institucional.