La actitud crítica de la Generalitat respecto de las consecuencias competenciales del estado de alarma (la confiscación, en su terminología) y de las medidas aprobadas por el gobierno central (se pierden horas y días en la protección de Cataluña, según los portavoces oficiales) no es solo la expresión de un gobierno desairado ni una simple presión a Pedro Sánchez para que tome en cuenta sus propuestas, ni siquiera la estricta voluntad de romper la unidad institucional en la crisis sanitaria y social. El presidente Torra está construyendo un nuevo relato en el que sustentar imperiosa necesidad, a su manera de ver, de disponer de un estado propio: la mejor manera de salvar nuestras vidas.

Primero fue “España nos roba”, luego “España nos reprime” y ahora “España nos abandona” ante el coronavirus, nos pone en peligro por no cerrar Madrid y en su defecto confinar Cataluña. Más adelante, si se confirma el horizonte pesimista de la pandemia, será “España nos impidió salvar más vidas”. Este es el discurso transparente de los activistas independentistas que arropa a Quim Torra en su desplante al estado de alarma, que en esta ocasión no pasa por la desobediencia, sino en la exigencia maximalista de decisiones que no le corresponde tomar ni podrían financiar.

Como todos los  anteriores eslóganes, no se trata de una sencilla invención, sino de una extrapolación propagandística de una situación real interpretable para irritar los ánimos en beneficio de la causa. Cataluña soporta un déficit fiscal innegable, algo superior a la cuota de solidaridad propia de estados federales, convertido en el rotundo “España nos roba”. Las fuerzas de seguridad actuaron con  desproporción y violencia excesiva el 1-O, así como la prisión preventiva y la condena por sedición a los dirigentes del referéndum prohibido han sido criticadas por muchos juristas, aunque ello no implique un estado de represión contra Cataluña o los catalanes.

De la misma manera, la propuesta del confinamiento de Cataluña (del cierre de fronteras de Cataluña con el resto del Estado para los más aguerridos) no es una opción compartida por todos los epidemiólogos (la misma Generalitat ha pasado de decir que no somos Italia a poner como ejemplo la confinación de Lombardía), lo que no presupone que no pudiera ser oportuna o viable como cualquier otra medida ante las circunstancias.

El éxito del gobierno Torra es haber fijado la reclamación del cierre de Cataluña como una opción alternativa a la decidida por los gestores del estado de excepción, atribuyendo el rechazo de su petición a razones políticas y a la cobardía del gobierno  Sánchez a cerrar Madrid, como foco más peligroso del contagio. A partir de ahí, el argumentario está abonado para cuando haya que hacer el balance de la tragedia, que en cualquier caso será desastroso para todos. La crítica de Torra se alimenta de la constante amenaza del colapso de los hospitales, bien por el agotamiento del personal médicos o por el retraso en la reposición del material sanitario, factores que el ministerio de Sanidad no tiene más remedio que ir aceptando a medida que se recrudecen los días y la estadística se enfila al infinito.

El gobierno de la Generalitat, en su facción más activa, no olvida un solo día de regar su reivindicación y preparar el terreno a la retórica de la nueva fase de victimismo. A diario tiene su rueda de prensa para recordar el actual mantra: el gobierno central, el que ha tomado la responsabilidad en contra de nuestra opinión, todavía no ha respondido a nuestra propuesta, se está perdiendo un tiempo precioso. Torra, por su parte, propagó sus criticas en la BBC y las mandó por escrito a los dirigentes de las granes instituciones europeas, ante el horror del gobierno Sánchez que primero intentó obviar sus mensajes y finalmente le acusó de deslealtad por romper el eslogan oficial del unidos venceremos.

En el interior, la fuerza comunicativa del gobierno autonómico en Cataluña no tiene quien le tosa. El presidente de la Cámara de Comercio, Joan Canadell, la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, y Pilar Rahola, con púlpito permanente en TV3, se han convertido en las voces de referencia del “España nos abandona”  para los prescriptores independentistas, a partir de los déficits evidentes de la lucha contra la pandemia, aliñada con incidentes confusos como las mascarillas con destino al hospital de Igualada requisadas supuestamente por los coordinadores del estado de alarma (suposición negada por el ministerio) o explotando el clásico temor a la presencia del Ejercito en Cataluña, aunque sea para desinfectar el puerto y el aeropuerto.

Las redes sociales se han convertido nuevamente en el teatro de la descalificación entre los actores más agitados de los dos bloques inmutables de la sociedad digital catalana y sus fieles seguidores, poco dados a la autocrítica. Los encontronazos en la defensa de las respectivas posiciones, nosotros lo haríamos mejor que ellos/ahora hay que permanecer unidos, alcanzan una virulencia emocional inédita, incluso comparada a la de los días álgidos del otoño del 17. La seguridad científica de un balance final de fallecimientos estremecedor ofrece pólvora a cualquier argumento de futuro basado en el ventajista “yo ya lo dije”.

La utilización partidista de la crisis sanitaria no supone que los departamentos de la Generalitat coordinados ahora por el comité central del estado de alarma hayan dejado de seguir las indicaciones fijadas por los ministros correspondientes. No se conoce queja alguna. Tampoco la posición de Torra puede confundirse con la actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ni siquiera la incansable cruzada del presidente catalán puede asociarse a una posición unánime de su gobierno.

ERC no ha dudado en desmarcarse de este nuevo discurso, sin ahorrar las críticas puntuales al gobierno Sánchez. El último sondeo del CEO le da todavía la victoria a los republicanos en las próximas elecciones autonómicas. Y eso que Artur Mas, el antiguo campeón de los recortes sociales en Cataluña, a quien casi todo el mundo hace responsable de los déficits del sistema sanitario catalán, todavía no ha entrado en campaña.