Han pasado ya algunos días, pero me parece pertinente cómo, con motivo de la celebración del acto de concesión de los premios otorgados por la Fundación Princesa de Girona, pudimos comprobar, por vez enésima, que en Cataluña existe una sociedad basada en el respeto mutuo y la convivencia libre y pacífica, y a la vez hay otra sociedad catalana intolerante y fanática, tan irrespetuosa como violenta, verbal e incluso físicamente.

Mientras en el Palacio de Congresos de Cataluña se celebraba dicho acto -que, por primera vez en los diez años que llevan concediéndose estos galardones, no pudo tener lugar en Girona porque se negó a ello la alcaldesa separatista de aquella ciudad, Marta Madrenas, de JxCAT, obligando así al desplazamiento de la celebración a Barcelona-, unos pocos centenares, a lo sumo un millar de individuos se congregaron en el exterior y allí, a pesar de la presencia de numerosos agentes de los Mossos d’Esquadra, no se limitaron solo a protestar contra el mencionado acto, sino que buen número de ellos increparon, insultaron, zarandearon, escupieron y golpearon a algunos de los invitados que intentaban entrar en el recinto donde tenía lugar el acto.

Un acto en el que, por otra parte, uno de los premiados, el joven matemático catalán, Xavier Ros-Oton, asistió en todo momento luciendo en su solapa un muy visible lazo amarillo, el conocido símbolo de quienes protestan por el encarcelamiento y posterior condena a prisión de algunos de los más destacados dirigentes políticos y sociales secesionistas. Con su lazo amarillo en la solapa, el premiado Xavier Ros-Oton recibió su galardón de manos del rey Felipe VI y saludó asimismo a la reina Leticia y a la princesa Leonor. Lo hizo sin problema alguno, en lo que él mismo ha declarado que quiso solidarizarse con los dirigentes políticos y sociales separatistas presos, tras haber advertido de ello tanto a la Fundación Princesa de Girona como a Protocolo de la Casa Real, que respetaron su libre decisión. También la respetaron la inmensa mayoría de los asistentes al acto, que le aplaudieron como lo hicieron con los restantes jóvenes galardonados.

Entre los asistentes, por cierto, ni un solo representante del Gobierno de la Generalitat, aunque su presidente sigue siendo el máximo representante del Estado español en Cataluña. En el exterior, más allá del legítimo ejercicio de la libertad de expresión de quienes protestaban por la celebración del acto, en el que se incluye también la quema de numerosos carteles con fotografías del rey y de su familia, el tráfico de vehículos quedó interrumpido durante unas horas en aquel tramo de la avenida Diagonal, uno de los principales puntos de acceso a la capital catalana, y hubo una nueva hoguera sobre el asfalto, además de todo tipo de acciones violentas como las ya antes descritas. Violencia verbal, ya de por sí rechazable, y violencia física, sin duda alguna todavía mucho más reprobable.

Han pasado los días y ni una sola voz, no ya del Gobierno de la Generalitat sino ni tan siquiera del conjunto del movimiento separatista, ha sido capaz de alzar su voz y condenar estas nuevas manifestaciones de intolerancia y violencia, de falta de respeto a la libertad de expresión de los otros, de voluntad totalitaria, en definitiva.