La encrucijada ante la que se encontraba el Gobierno andaluz con la constitución ayer de la comisión parlamentaria para la reconstrucción económica de Andalucía tras el Covid-19 tenía dos caminos: uno llevaba al Ejecutivo a quedarse en minoría por la ausencia de Vox y el otro desembocaba en la voladura –no de derecho pero sí de hecho– de la comisión. El presidente de la Junta optó por el segundo camino: Vox había ganado la partida.

El portavoz del Grupo Popular, José Antonio Nieto, se afanaba el domingo intentando, con discretas llamadas telefónicas, convencer a la izquierda de lo ejemplar, democrático y plural que sería otorgarle la presidencia de la comisión al partido minoritario de la Cámara.

Con el dedo en el gatillo

Evidentemente, el Partido Socialista y Adelante Andalucía no picaron. Y no solo no picaron sino que, a la vista de que el PP y Cs ya habían cerrado el domingo su acuerdo con Vox, ambos acudieron el lunes a la sesión constitutiva de la comisión con la escopeta cargada: si presidía la comisión el único partido que había votado en contra de constituirla, ellos apretarían el gatillo.

Y lo apretaron, abandonando la comisión antes de que naciera y certificando así la muerte prematura de lo que el presidente de la Junta había calificado, algo pomposamente, como “la gran alianza para la reactivación económica de Andalucía”.

Vox advirtió desde el primer momento que no estaba dispuesto a jugar la 'partida ecuménica' que proponía Moreno: "No se puede ser amigo de todo el mundo; nos sorprende que piensen que desde Adelante o desde el PSOE se puede esperar una ayuda sincera y leal", advertía el portavoz ultra Alejandro Hernández.

Esta vez, Vox no iba a dejarse menospreciar por el Gobierno, como le sucedió meses atrás con el dichoso pin parental. Si PP y Cs querían posar ante la prensa yendo del bracete de los socialcomunistas, la ultraderecha no sería cómplice de ese compadreo.

Del rojo al amarillo

Moreno Bonilla no podía arriesgarse a ceder a la izquierda la mayoría de una comisión cuyas conclusiones, con PP y Cs en minoría, incluirían muy probablemente el blindaje político y presupuestario de la sanidad pública, condidionando las cuentas públicas de 2021 en una dirección que los ultras nunca aceptarían.

Mejor, pues, una vez rojo que ciento amarillo: el presidente decidió plegarse al dictamen de Vox aunque esa decisión le sacara los colores.

Más allá de que la idea misma de la ‘gran alianza’ no tenía demasiado futuro porque la dirección nacional del PP siempre estuvo radicalmente en contra y Moreno nunca se atreverá a desairar a Génova, el hecho de que Vox haya impuesto su criterio evidencia las dificultades del presidente andaluz para promocionarse como líder moderado y ocultar hasta qué punto la supervivencia de su Gobierno depende de la ultraderecha. Unas dificultades que, además, irán en aumento a medida que avance la legislatura.

Moreno ya no necesita cuidarse de Ciudadanos, a cuyos miembros en el Gobierno resulta imposible diferenciar de los del PP, pero sí está obligado a mostrarse con Vox no ya deferente, sino obsequioso, pues de ello depende que su travesía al frente de la nave de San Telmo transcurra sin sobresaltos.

Vox, por su parte, no está ciertamente en condiciones de ahogar al presidente, pero sí lo está de apretarle. De apretarle lo suficiente como para ponerlo rojo. Como ha sucedido ahora.