Digámoslo ya: mi altocargo ha perdido siete apuestas, siete, con otros tantos próceres y alteregos. Toda la noche fue un crujir de wassap que ora reclamaban la ganancia (cenas, copas, vinos con retrogusto) ora le recordaban no sin recochineo su terca ceguera en la victoria susanista. Hoy lo tengo a sorbitos, un poco de válium, un poco de sexo, un poco de frutos rojos, juntando las piezas de su herida mismidad mientras se pregunta una y otra vez cuándo fue que se jodió todo esto y, sobre todo, cómo es posible tener más avales que votos. Mira que los hay desalmados.

Muchos años después.- Como principió García Márquez, que a su vez bebía de Juan Rulfo, algunos años después, delante de un pelotón de periodistas, Susana había de recordar aquella tarde en la que se empeñó en que Madina se retirara y sólo entonces y con esa condición insoslayable, ella fuera elegida secretaria general por aclamación universal. Dicen que mandaron a Felipe a decirle a Madina que se hiciera el muerto pero la embajada no prosperó. Y entonces Susana se inventó a Sánchez para mandar en el partido por persona interpuesta. Y entonces Susana se inventó el engendro que acabaría con ella misma. Saldrá de entre nosotros, pero no es de los nuestros, dice el libro de los libros.

Todo cambia, nada es.- Las periodistas con estudios solemos acudir a Heráclito, que tiene medio kilo de proverbios a medida para columnas de ocasión. Desde que Susana percibe con rabia (poco contenida, la verdad) que Pedro es el ángel rebelde y que ya nunca habrá paz entre ellos, todo el mundo (esto es, mi altocargo y todos los altocargo como él) entiende que a Susana no le queda otra que bañarse en el río. Y el domingo 21 de mayo a las diez de la noche, con el 80 por ciento de los votos escrutados, apareció Heráclito: nunca dos veces en el mismo río, nunca, aunque sea el Guadalquivir. Y a Susana se le heló la sangre.

Militantes populistas, votantes moderados.- Las interminables malditas primarias han sido un festín coprófago para que los militantes se emplearan con ferocidad en ajustarse las cuentas, incluido el espantajo de ver a Carlos Sanjuán, viejo icono del integrismo guerrista, proclamándose radical. Ya sabemos que les ha gustado ese lenguaje asambleario tan contundente como vacío. Lo que no entiende mi altocargo es este empeño en el suicidio colectivo, este regodeo en la derrota, este elegir como líder un tipo que ha perdido contundentemente dos elecciones y se encaminaba firme y decidido a perder con entusiasmo por tercera vez con su mantra del no es no. Mi altocargo intuye que los militantes y los votantes/simpatizantes (que han tenido que asistir al espectáculo de las primarias con la nariz pegada a la cristalera y sin rechistar), se alejan cada vez más entre sí, lo que avecina un largo e interminable desierto.

El día después, mejor en pijama.- La gestión de las expectativas fallidas de Susana se antoja ahora un tormento en San Telmo y en el Parlamento. La batalla no sólo ha dejado muchos muertos y tullidos políticos sino una enorme cantidad de munición al alcance del señor Bonilla y de la señora Rodríguez, cuando no la tentación de Ciudadanos de amagar con mociones de censura y eso. Ahora ser consejero o director general o jefe de gabinete y tener que levantarse todos los días para ir a la oficina, para subirse en el coche oficial o para acudir a las sesiones de control donde tirarán a matar, pues como que se le encoge a uno el cuerpo. Mi abuelo se ponía el pijama, se metía en la cama y se tiraba tres días sin salir a la puerta, a ver si escampaba.

Vientos de sorpasso.- De la otra orilla llegan sones de fanfarria. Pedro Sánchez es el preferido. La razón es muy simple: si hace tres meses y medio, con Sánchez al frente del tinglado, las encuestas daban a Podemos ventajas de tres puntos frente a los sociatas, no hay ninguna razón para pensar que con el mismo protagonista y por muy en modo estupendo que se ponga, las encuestas van a darse las vueltas. En las redes corrió con vértigo la foto de Iglesias acechando el cadáver de Ferraz.

De derrota en derrota.-  En el muro de las lamentaciones de mi altocargo no hay sitio para una más. Todo su entramado intelectual se desploma a pedazos, como si el tumor que corroe los tuétanos de la socialdemocracia fuera la metáfora de su propia decadencia política. Y cuando parece que ha llegado el momento de poner la carta de ajuste a la programación de su vida de prescriptor interminable, da un salto del sofá, me pide que le prepare un perrito caliente con mucha mostaza y me dicen con renovado afán:

-Niña, ¿tu no tendrán por ahí el teléfono de Gómez de Celis?

-¿Y eso?

- No, nada mujer, para felicitarle.