“Independencia o barbarie”, “Mientras haya rehenes, habrá caos” son las sentencias que evidencian el secuestro del independentismo catalán por los más fanáticos e integristas tras  la sentencia del procés. Ya conocemos los resultados del secuestro integrista de algunas formaciones políticas, como es el caso de Ciudadanos. La tentación integrista también está detrás de los traspasos de votos dentro de la derecha española que han desembocado en la subida de VOX.

En la actual coyuntura, la izquierda republicana catalana se debate entre hacerle caso a su militancia más integrista y negarle la abstención en la investidura a Pedro Sánchez o abstenerse y afrontar el acoso de los más ultras de sus filas y de los compañeros del viaje secesionista en la futura campaña de las elecciones catalanas.

La intransigencia no conduce a nada bueno como estamos viendo dentro y fuera de nuestras fronteras. La polarización de la mayoría de las sociedades es consecuencia, en mi opinión, del secuestro integrista del discurso de partidos políticos importantes como el Republicano en Estados Unidos o el Conservador en Reino Unido.

Detrás del auge del integrismo político está el integrismo confesional que ha secuestrado, a su vez, a las tres grandes religiones monoteístas del planeta: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. En todos los continentes y de la mano del integrismo religioso asistimos a la exacerbación de múltiples conflictos territoriales como el de Cachemira, entre la India y Pakistán.

La marea integrista se expande desde Brasil con su bancada parlamentaria ultraevangélica a países vecinos como Bolivia, donde los nuevos dirigentes se asoman al poder con la Biblia en la mano.

Pero el acoso integrista no se dirige solo a sus antagonistas, se ensaña especialmente con los más tibios de sus propias filas, como se puede ver estos días en Cataluña en partidos independentistas, en los que los menos radicales se ven acusados de traidores.