Complicada jornada electoral para aventurar un pronóstico unitario. El combate de hoy es muchos combates a la vez, como un campeonato de ajedrez con varias partidas simultáneas en las que los contendientes se fueran turnando sucesivamente hasta completar el ciclo de enfrentamientos de todos contra todos. Tal circunstancia haría muy difícil determinar con claridad quiénes habían ganado y quiénes habían perdido.

Una primera aproximación a lo que va a ser la jornada podría resumirse así: Pedro Sánchez y Albert Rivera aspiran a ganar, Pablo Iglesias y Pablo Casado aspiran a no perder y Vox aspira a desempatar el partido a favor de las derechas. La clave estará en muy gran medida en la participación, de pronóstico más que incierto.

Una medida para Vox

¿Obedece, por cierto, el perfil más bien bajo de la campaña de Santiago Abascal al propósito de no incentivar la movilización de la izquierda? El líder ultra aspira a pillar lo que pueda: con sacar tajada hoy en Madrid como la sacó hace seis meses en Andalucía, casi se daría por satisfecho.

Arbitrar el futuro Gobierno de la Comunidad de Madrid compensaría para Vox el amargo sinsabor del 28 de abril, cuando la brillante cosecha rojigualda de 24 diputados le supo a ceniza: algo así como comerse una paella insuperablemente bien cocinada salvo por el pequeño detalle de que el chef hubiera olvidado la sal. 

Aun así, el triunfo de Vox se mide menos en votos contantes y sonantes que en la propia conversación política nacional sobre múltiples asuntos y muy particularmente Cataluña, sobre la cual el Partido Popular y Ciudadanos están subiendo temerariamente sus apuestas para igualar a la de Vox. Rajoy no pensaba como Vox sobre la cuestión catalana; Casado y Rivera tal vez sí lo pensaban, pero no lo decían. La victoria de Vox es que ya lo dicen.

No solo Madrid

Abducidos por el ‘efecto capital’, los observadores tal vez se hayan precipitado al suponer que Madrid será la piedra de toque para determinar quién ha ganado estas elecciones. Madrid es mucho Madrid, pero no tanto como creen quienes viven allí.

Madrid es mucho Madrid pero no tanto como salvar al PP y a Pablo Casado si al tiempo que triunfan en la Comunidad y aun en la capital fracasan o son aventajados por Ciudadanos en plazas como Málaga, Almería, Castilla y tantos otros.

Subrayemos que una de las partidas simultáneas de hoy es la que disputan mano a mano Pablo Casado y Albert Rivera, aunque el estado de ánimo de uno y otro sea muy distinto. Rivera sueña y Casado tiembla. El 28-M se prefigura como el mejor momento de uno y el peor del otro.

Casado contra sí mismo

El líder naranja sueña en el sentido de anhelar persistentemente algo, pero también –¡cuidado, Albert!– en el sentido que “discurrir y dar por cierto y seguro lo que no lo es”.

Líder de poco bulto, Casado acude a esta batalla temblando, con miedo, inseguro de sus fuerzas, receloso de todo y de todos: del PSOE, del PP, de Ciudadanos, de Sánchez, de Rivera, de Feijóo, de Rajoy, de Abascal, receloso incluso de sí mismo tras haber constatado hace un mes que las cosas no eran tan fáciles como le habían hecho creer las primarias del PP, por un lado, y el hoy desaparecido José María Aznar, por otro.

Las partidas simultáneas que juega Casado son tantas que hacer un balance fiable de pérdidas y derrotas es complicado. Puede, pongamos por caso, ganar la partida regional de Madrid pero perder la batalla continental de Estrasburgo contra Rivera. O al revés.

El día del Señor

En la otra orilla, las cosas son menos complicadas porque la batalla general por la primogenitura de la izquierda la ha ganado por goleada el Partido Socialista de Pedro Sánchez. Este domingo, día del Señor, a Pablo Iglesias le toca rezar.

En apenas un año, Iglesias se ha visto obligado a reajustar su discurso para acomodarlo al nuevo papel de mero compañero de viaje que el electorado ha asignado a Podemos. A lo cual hay que añadir una circunstancia no menos dolorosa: Pablo no solo perderá en los sitios donde efectivamente pierda, sino incluso en algunos de los que gane. Como Cádiz o Madrid sin ir más lejos, cuyas alcaldías son nominalmente moradas pero realmente van a su bola.

No es, sin embargo, imposible que sus oraciones sean escuchadas, pues en política triunfos y fracasos tienen, como en el fútbol, múltiples lecturas: la Liga conquistada por el Barcelona sabe a poco cuando se ha fracasado en la Champions; la derrota del Madrid en la Liga y en la Champions no sabe tan amarga cuando su adversario ha pinchado del modo dolorosísimo en que lo hizo en la competición europea. Determinados pinchazos de Pedro podrían aliviar bastante las heridas de Pablo.

Beato Sánchez, santo Pedro

Si el verbo adecuado para Iglesias es rezar, para Rivera es soñar y para Casado es temblar, el verbo de Pedro Sánchez es confiar. Confiar en el sentido preciso de esperar con firmeza y seguridad.

Para Sánchez, el de hoy es el partido de vuelta del 28 de abril, pero con la particularidad de que el fulgor de aquel día es tan potente que, salvo catástrofe, difícilmente podrá quedar ensombrecido por los resultados de hoy si estos no son los esperados. En el voluble santoral socialista, el 28-A convirtió a Sánchez en beato y el 26-M puede convertirlo en santo.

El cohete PSOE está en órbita y al frente de los mandos está el capitán Sánchez. Sus triunfos y derrotas de hoy no se miden con la misma vara que los de sus adversarios: si reconquista Madrid, perder Aragón o La Mancha sería relativamente irrelevante, y además le allanaría el camino para promover la sustitución de Lambán y Page, como está promoviendo la de Susana Díaz.

Pedro Sánchez es hoy la banca que siempre gana. Lo que pueda perder por un sitio lo recuperaría por otro. Ser un ganador es exactamente eso. El líder socialista no necesita rezarle a ningún dios porque se da la circunstancia de que, a fecha 26 de mayo de 2019, Dios se llama Pedro: murió en octubre de 2016, resucitó en mayo de 2017, se coronó en junio de 2018 y subió a los cielos en abril de 2019. Con ese historial, lo que suceda hoy carece de importancia.