A pocos votantes de la derecha española les habrá parecido mal que el Ayuntamiento de Madrid haya ordenado borrar a golpe de martillo la memoria institucional de Largo Caballero. Al igual que los dirigentes a los que votan, mayoritariamente los ciudadanos de derechas siguen pensando que el golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil fue un acto de legítima defensa contra un régimen republicano que, con más o menos matices, siempre han considerado ilegítimo.

El pecado original cometido por la derecha antidemocrática en 1936 no es tal pecado para la derecha democrática de hoy. El golpe de Franco no es para ella un estigma, sino un blasón. La ilegítima era la República.

Y si tumbar por las armas un régimen nacido de las urnas era legítimo hace 84 años, ¿por qué no habría de serlo ahora combatir por tierra, mar y aire a un Gobierno nacido de una moción de censura fraudulenta y que da cobijo a la misma anti España que hubo que meter en cintura en el 36?

El examen

La facilidad y el desahogo con que -60, 70, 80 años después- la derecha española exhibe su falta de deportividad y mal perder provienen en buen medida de no haber hecho los deberes democráticos, dado que su victoria en la guerra la eximió de tal engorro y cuando murió el dictador la izquierda no le exigió expediente alguno de limpieza de sangre democrática.

La Transición la obligó, ciertamente, a aprobar las asignaturas troncales del plan de estudios de la democracia, pero no a borrar de su memoria ni extirpar de su identidad los contenidos autoritarios aprendidos durante cuarenta años.

Por lo demás y como es bien sabido, sus examinadores de 1978 tampoco se mostraron particularmente severos con aquel alumno en cuya barriga todavía era bien visible la marca de los correajes fascistas: los demócratas decidieron dar por buenas respuestas como 'pulpo es animal de compañía' para no echar a perder el examen mismo.

El agravio

Para la derecha española, la ausencia de libertades del franquismo nunca ha sido un problema político ni, por supuesto, ético. Por eso sintió desde el primer momento como un agravio íntimo la aprobación de la Ley de Memoria Democrática. ¿Estigmatizar el franquismo? ¿Borrar de calles y plazas el nombre de los vencedores en buena lid de una guerra legítima, justa y necesaria? ¿Estamos locos o qué?

La retirada esta semana de la placa en honor del exministro republicano y dirigente ugetista Francisco Largo Caballero ha sido posible gracias a una iniciativa de Vox que el PP nunca atrevió a impulsar, pero no por falta de ganas sino simplemente por conveniencia electoral. Vox ha venido a hacerles el trabajo sucio que ellos no tuvieron el coraje de emprender. Los ultras han dado cumplida respuesta política al resentimiento acumulado durante años por las derechas españolas.

En cuanto a Cs, que también apoyó la propuesta de Vox, es difícil saber a qué atenerse, pues antes de emitir un juicio hay que preguntarse sobre cuál de los varios Cs que existen se emite dicho juicio: cuando ellos mismos acaben de saber quiénes son, podremos saberlo los demás.

Ganar o ganar

El PP es un partido que o bien gana por las buenas o bien pierde por las malas. Sabe ganar mucho mejor de lo que saber perder. Cuando gana, gobierna en clave conservadora pero sin quebrar las reglas del juego; cuando pierde, siempre tiene la tentación de darle una patada al tablero de juego, para que aprenda el maldito a tablero quién debe mandar y quién no.

El PP jugó sucio en los 90 en plena batalla contra ETA. Jugó sucio contra Zapatero por haberle ganado en 2004 unas elecciones que perdió por sus mentiras. Repitió la jugada cuando el país estaba al borde de la quiebra en 2010 y fue obligado a recortar brutalmente gasto público y salarios. Lo hizo de nuevo cuando Rubalcaba negoció el final del terrorismo. Y lo viene haciendo desde la ilegítima moción de censura de  2018, pese a haber perdido dos elecciones desde entonces.

Y si durante la crisis catalana de 2017 hubiera estado en la oposición, habría jugado sucio contra el Gobierno, poniendo las cosas mucho más difíciles de lo que ya estaban. Cuando llegue la próxima arremetida de la rauxa catalana, mejor que estén en el poder.