Hace apenas un rato vimos y escribimos (hoy toca el mayestático) a/de Rajoy abrazando el cadáver de Cristina Cifuentes en Sevilla. Tal vez fue el cadáver de Cifuentes el que se abrazó a Rajoy buscando un último aliento. La pobre, que ya se veía que no tenía remedio, en su desesperado afán por fintar la guadaña. Daba igual. Estaba muerta y todos se habían dado cuenta menos ella. Y no es una licencia poética.

En uno de sus mejores inventos, Muñoz Molina trata al espejo como el peor de los asesinos: te va matando sin que te des cuenta cada vez que te pones frente a él, engaña a tus ojos porque siempre te ves igual. Uno de los más brillantes coach que tuvimos en nuestro máster (asistencial), aseguraba que la mayoría de las organizaciones empresariales y políticas no se organizaban para ser eficientes sino para darle satisfacción al jefe. Esto es, los empleados de las grandes organizaciones como un Gobierno, desde la vicepresidenta hacia abajo, hacen cada hora, cada minuto, el trabajo del espejo de Muñoz Molina para que el jefe no perciba su mortal hundimiento, la piel cadavérica de sus discursos.

Vimos a Suárez (eso sí, éramos unos chaveas), creerse que podría tener una segunda vida en un partido que se inventó para perpetuarse a sí mismo. La verdad es que era un cadáver muy simpático y decía cosas como “la próxima vez me aplaudís menos y me votáis más”, porque la gente tenía el buen rollito de ir a sus mítines con el alegre sentimiento de estar asistiendo a la función de un vivo muy muerto o de un muerto muy vivo.

De Zapatero sabemos que estuvo (al menos) los dos últimos años de su segunda legislatura paseándose con su propia cabeza en los escenarios. Su cuerpo enjuto parloteaba con ella y entrambos se contaban piadosas mentiras sobre los brotes verdes que la pija ministra Garmendia se inventaba para agradar en el funeral que ya le habían celebrado con las más despiadadas esquelas los salvajes jinetes de la Brunete mediática.

Como los muertos no aprenden de los otros muertos, tenemos ahora en cartelera el penoso espectáculo de Rajoy abrazado a su propio cadáver Rajoy con Soraya de asistente. El espejo de Rajoy le devuelve la imagen de un muerto que es mismamente Rajoy, pero Rajoy no solamente no se ve muerto sino que se viene arriba con el espejo la aprobación de los presupuestos y se lanza amarillo de ira contra el bello Sánchez, que ha desplegado el veneno de la moción de censura, no se sabe si a modo de sutilísimo perfume de estrategias o de primeros pasos para su propia, tercera y última derrota, que es el morir, dijo el poeta.

Rajoy es y está un político bien muerto pero se abraza a su cadáver para construir una realidad paralela con la que negar los funerales. Habría sido hermosa incluso una dimisión redentora y teatral. Pero ha preferido el espejo de Muñoz Molina y las toneladas de basura argumental de sus ministros mintiéndole mientras se preparan  sus propios entierros, algunos llamando a la puerta de Ciudadanos.