El ensayo de Paul Preston se titula ‘La forja de un asesino: el general Queipo de Llano’ y está incluido en una obra colectiva publicada por la editorial granadina Comares en 2014, de la que fueron compiladores y editores los también investigadores Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson.

Titulada ‘Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la guerra civil y el franquismo’, la obra, además del de Preston, reunía trabajos de investigadores como María Thomas, Gutmaro Gómez, Jorge Marco, Lucía Prieto Borrego, Encarnación Barranquero, Francisco Cobo o Teresa María Ortega López.

Un lugar de honor

La irrupción informativa de Queipo, a raíz de la exhumación de Franco la semana pasada en el Valle de los Caídos, pone de actualidad el perfil de que de él han trazado historiadores como Preston y muchos otros.

Un perfil personal y profesional que, más allá de la política, se aviene mal con la resistencia de la Hermandad de la Macarena a exhumar los restos del general golpista de la tumba que tiene en un lugar de honor de la basílica.

Aunque se han multiplicado las reivindicaciones de colectivos memorialistas para que los restos de Queipo sean exhumados, en cumplimiento de lo estipulado en la Ley de Memoria Democrática de Andalucía, ni el Gobierno andaluz –dependiente de Vox– ni la propia hermandad tienen prisa alguna en aplicar la ley, escudándose en que no es posible hacerlo hasta que no esté desarrollado el reglamento de la misma.

Sin arrepentimiento

El ensayo del historiador británico se cierra con este párrafo sobrecogedor: "El hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena. No hay motivo para sospechar que se arrepintiese de ninguna de sus acciones".

Para Preston, Queipo fue “un matón y un chivato”, además de chaquetero, desleal, asesino… Fue un jefe militar que "exigía a sus oficiales que siempre llevasen guantes y se dejasen bigote y que humillaba a aquellos cuyo aspecto no era de su agrado".

Agasajos republicanos

Aun así, la República "agasajó con ascensos" a quien sería uno de sus verdugos, sin advertir que pese a sus coqueteos iniciales "carecía de compromiso real con el régimen democrático, habiéndose unido a las conspiraciones contra el Rey simplemente por deseo de vengarse por los supuestos desaires".

Es más, durante el periodo republicano "la disposición servil de Queipo para informar de sus compañeros derivaba del hecho de que quería el apoyo de Azaña" para ser diputado, aunque en realidad "creía firmemente en el derecho del Ejército a intervenir en política".

Durante la guerra, "Queipo animó y celebró sus atrocidades en sus charlas radiofónicas nocturnas, las cuales eran una incitación a la violación y al asesinato en masa", y sus discursos radiados "estaban repletos de referencias sexuales, las cuales, dada su naturaleza espontánea, arrojan luz reveladora sobre su estado psicológico".

Preston recuerda incluso que el falangista José Antonio Giménez-Arnau escribió sobre estas charlas radiofónicas: "¿Cómo no creer que está borracho, como dicen los rojos, si yo mismo lo creo?".

Un tipo mediocre

A Queipo, según el historiador, "dada su mediocridad intelectual, lo que le faltaba de intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad". Siendo un adolescente "huyó del seminario arrojando piedras a los sacerdotes", fue "un mujeriego empedernido", protagonizó varios duelos y "su carrera estuvo caracterizada por una tendencia a la violencia incontrolada" propia de los psicópatas.

En fechas muy próximas al levantamiento militar, "al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, Queipo estaba también en contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar" ya en curso.

El bando de guerra de Queipo en Sevilla "fue empleado para justificar la ejecución de un enorme número de hombres, mujeres y niños que eran inocentes de cualquier crimen". Para dirigir la represión el general cofrade "escogió a un sádico brutal, el capitán de infantería Manuel Díaz Criado", al que Preston define como "un gángster degenerado que usó su cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual".