Con Cs agonizando (basta ver cómo los medios conservadores han levantado la veda contra el antes respetado Juan Marín), las dos derechas que se disputan el voto conservador y ultraconservador en Andalucía ya no disimulan su inquina mutua, si bien la mantienen dentro de ciertos límites porque ambas son conscientes de que en el futuro volverán a necesitarse mutuamente, como ya se necesitaron en diciembre de 2018 para desalojar a la izquierda de la Junta de Andalucía.

La sesión de ayer del Pleno del Parlamento certificó que la ruptura entre PP y Vox se prolongará durante todo lo que resta de legislatura. El portavoz ultra, Manuel Gavira, lo dejó claro en su intercambio de reproches con el presidente Juan Manuel Moreno: “No va a contar usted con nuestro apoyo [en lo que queda de mandato]; ya se apoya en socialistas y comunistas para salvar sus vergüenzas. Cojan la pinza y tápense la nariz con ella para no oler sus pactos con PSOE y Podemos".

El presidente Moreno volvió a reprochar a sus antiguos socios su “ansiedad electoral” y su "pinza" con la izquierda: "Su acción y estrategia política son elecciones, elecciones y elecciones, eso es lo único que quiere su grupo; pueden ser un partido pequeño o un partido útil, decídanlo pronto”.

Las intervenciones recientes de los diputados de la ultraderecha exudan resentimiento por todos sus poros. En Vox piensan que el PP los ha engañado: Moreno es presidente gracias a sus votos, pero no ha sido leal a los acuerdos que lo llevaron en volandas a San Telmo.

Mientras, los populares rehúyen entrar en detalles sobre el cumplimiento de lo pactado. Son conscientes de haber prometido cosas que no podían cumplir: los despidos masivos en la Junta de Andalucía que reclama Vox para suprimir “chiringuitos” y limpiar la administración autonómica de “enchufados socialistas”, la imposición del veto parental en los colegios, la denuncia a la policía de los inmigrantes irregulares que utilizan la sanidad pública o la derogación de la actual Ley de Memoria Democrática, que San Telmo se conforma –por ahora– con incumplir.

En los meses que quedan de legislatura, concluya ésta en primavera, en junio o en octubre, derecha y ultraderecha librarán una lucha sin cuartel para afianzar sus respectivas cuotas electorales. El objetivo de Moreno es depender lo menos posible de Vox de cara a una segunda investidura; su compañera de Madrid Isabel Díaz Ayuso lo ha conseguido apropiándose sin complejos del discurso populista de Vox, pero esa opción parece vedada a Moreno, que necesita preservar como oro en paño su perfil de político moderado.

El objetivo de Vox es incrementar significativamente los 12 diputados obtenidos en 2018 y así poder entrar por primera vez en un Gobierno autonómico. Será entonces el momento, piensan en Vox, de cobrarse las facturas que han quedado pendientes de pago en esta legislatura.

Moreno tiene motivos para sentirse inquieto. Su partido experimentará una subida espectacular porque la mayoría de los votantes de Cs emigrarán al PP, pero Vox, que hoy por hoy es una marca nacional en alza, afianzará y ampliará su presencia en la Cámara: si las encuestas aciertan, Moreno solo podrá volver a ser presidente con los votos de un Vox que habrá aprendido de sus errores del pasado y pondrá a la investidura un precio mucho más alto que en 2018.