La denuncia de la líder de Podemos Teresa Rodríguez alertaba de que Rocío Monasterio había “presentado a los menores y la inmigración como un problema vinculado a la delincuencia”; ahora, la Fiscalía del Supremo determinará si sus palabras encajan en el tipo penal del delito de odio. Sí lo hacen, desde luego, en el tipo civil de la intolerancia, la aporofobia y el clasismo.

Fue el pasado 4 de noviembre, en un acto electoral junto al centro de menores del barrio sevillano de la Macarena, cuando la diputada ultra se refirió explícitamente a “manadas de menas” en las proximidades del centro que habrían agredido a los vecinos.

No había, sin embargo, ninguna denuncia de ningún vecino. Ni había psicosis en el barrio. Ni se había producido ningún incidente. Mentiras reales, manadas imaginarias. 

Por primera vez la dirigente de Vox Rocío Monasterio puede pagar un precio penal por mentir. Vox no es el partido que más miente, pero, como todos los integristas, sí el que miente con más determinación y menos escrúpulos, sin rastro alguno de mala conciencia, nada personal, solo negocios.

No es que sus dirigentes sean necesariamente peores personas que los de otros partidos; simplemente, su fe en las propias ideas no tiene límites. Para Vox la verdad no es importante porque Vox está en guerra con la realidad.

De igual modo que en los siglos de la escolástica la filosofía era fiel servidora de la teología, para Vox la verdad es sierva de la fe. La primera consecuencia de ello es que mentir no es pecado, sino más bien todo lo contrario.

En la batalla del pin parental, sin ir más lejos, Vox ha difundido vídeos manipulados en las escuelas o bien sabiendo que estaban manipulados o bien no molestándose en averiguarlo. ¿Por qué? Porque el convencimiento de que su causa es la buena es tal, que tan noble objetivo bien merece alguna que otra mentirijilla.

Y es que, contrariamente a lo que se piensa, quien de verdad quiere cambiar el mundo es la ultraderecha, no la izquierda; la izquierda solo quiere mejorarlo. Los ultras quieren darle la vuelta a la revolución feminista, a la libertad sexual, a la educación igualitaria, a la progresividad fiscal... Subir el SMI no es cambiar el mundo, es solo mejorarlo; regresar al patriarcalismo más obtuso sí es cambiar el mundo.