Desde que lo vi por primera vez en una rueda de prensa tras las declaración del estado de alarma supe que Salvador Illa era el hombre adecuado para hacerse cargo de una misión imposible: tranquilo, sensato, sin decir palabras de más ni una voz más alta que otra. Tiempo ha tenido en estos cuatro meses para meter la pata estando tan expuesto a los medios y no ha ocurrido. Le han dado fuerte y duro tanto políticos miserables como sus mamporreros mediáticos y casi nunca ha contestado; y cuando se ha visto obligado lo ha hecho con tal mesura y educación que si en la política española  hubiera más como él estoy seguro que llegarían a acuerdos en todo lo necesario para mejorar la vida de los españoles que a mi juicio debe ser el fin de la política.

Marcó la pauta de la indecencia el senador cunero Rafael Hernando cuando el 19 de marzo usó la expresión que titula este artículo para descalificarlo como ministro de Sanidad. A veces ante intervenciones durísimas se ha roto y ha estado al borde de las lágrimas, siempre contenidas, viéndose obligado a alargar sus respuestas hasta recuperar el sosiego, como cuando el indigno diputado y alcalde churriago Juan  Antonio Callejas le exigía que pidiera disculpas a una de sus clientas muy afectada por la muerte de su padre y subiendo el tono le recordó que “espectáculos los justos” y que él esas cosas las hace en privado y no delante de cámaras.

"Este señor" actúa con una chulería indecente y demostrando el poco aprecio a la cultura que tiene cuando usa como descalificación a alguien su condición y más cuando ésta es la de licenciado en filosofía. En España en democracia lo que menos ha habido ha sido ministros  de Sanidad médicos pues solo lo han sido 4 de  21 de los que 3 sobre 12 han sido socialistas y 1 sobre 11 de derechas, Ana Pastor que por cierto era y es buena, pero que decir del llorado Ernest Lluch que era economista. O sea que no ser médico es la regla y no la excepción.

"Este señor" es muy de citar a  filósofos en los discursos porque seguramente se los hace alguien instruido, como la atribuida a Marco Aurelio que leyó el 28 de mayo de 2016:“La sabiduría es el arte de aceptar aquello que no puede ser cambiado, de cambiar aquello que puede ser cambiado y sobre todo de conocer la diferencia” y que desde mi punto de vista podría formar parte del escudo de este buen ministro y seguramente un hombre noble del que me siento muy orgulloso de ser compañero socialista.

No sabía cómo acabar adecuadamente este artículo  cuando encontré uno breve publicado en El Periódico el 9 de mayo, firmado por Enrique Forniés Gancedo y que incluyo como colofón pues coincido con él de la a a la z:

“Salvador Illa no tiene formación científica. Académicamente no es experto en salud ni en práctica clínica. Sobre economía, ha cursado un máster en dirección y administración de empresas que finalizó en 1993. Sin embargo, está al frente del Ministerio de sanidad y bienestar social en un momento de crisis mundial. ¿Cómo va a ser capaz de responsabilizarse de una institución como esta? ¿No sería mejor tener al frente a un gestor profesional?.

El ministro Illa tiene estudios de Filosofía, una materia que apenas se detiene en las necesidades materiales y se pierde en metafísicas. Por eso, sus conocimientos no son los adecuados para encargarse de la crisis del covid-19. La Filosofía no parece tener en cuenta los medios necesarios para alcanzar los objetivos que nos harán salir del atolladero. Tampoco se ocupa de mantener al alza la economía ni de que los flujos del mercado continúen con la normalidad necesaria para que esto suceda.

Por el contrario, el ministro filósofo nos ha recomendado quedarnos en casa y seguir otras normas procedentes de la OMS que no parecen primar el funcionamiento del sistema económico. Pero, sobre todo, dejó dicho desde abril que para el Ejecutivo, la primera prioridad es la salud de los ciudadanos; la segunda, la salud de los ciudadanos y la tercera, la salud de los ciudadanos. En definitiva, que antes que el sistema puro y estrictamente monetario está la vida de las personas.

Porque eso es, entre otras cosas, lo que hace la Filosofía: en lugar de quedarse en un uso de la razón instrumental que une medios con fines, se replantea los propios fines. De ahí que, ante una pandemia donde lo que está en juego es la calidad de vida de las personas, en lugar de optar por el mantenimiento de un sistema determinado, el ministro Salvador se ha decantado por la protección de la existencia humana. Porque, mientras que los sistemas pueden adaptarse y reformarse, la vida humana es irrecuperable en cualquiera de los mundos posibles”.

(*) Profesor jubilado de Educación mediática de la Universidad de Córdoba.