Muchos andaluces habrían estado de acuerdo con el diagnóstico de Juan Carlos Monedero… hace 40 años. El exdirigente y fundador de Podemos escribió ayer en Público.es un artículo titulado ‘Susana Díaz y la tristeza de Andalucía’ en el que, además de lamentar que Andalucía siga teniendo “los mismos gobernantes del PSOE desde que regresó la democracia”, retrataba a los andaluces como “muy irreverentes pero muy obedientes”.

La Andalucía trágica

El politólogo describía la comunidad con estos breves trazos: “En Andalucía hay mucha comunidad pero falta Estado (...) Hay terratenientes muy ricos y jornaleros muy pobres”. Pese a este diagnóstico, Monedero afirmaba a renglón seguido que no comparte la Andalucía "de los tópicos que enarbolan idiotas en el norte y en el sur que se creen mejores".

En su descripción tampoco faltarn los demás lugares comunes que con tanto desahogo siguen manejándose al norte de Despeñaperros: en la Andalucía patética de Monedero hay mucha “queja cantada”, mucha “alegría de vivir”, mucha “resignación” y –no podía faltar– mucho “folclore vacío” (en este caso promovido por la presidenta Susana Díaz).

No son socialistas, son señoritos

Monedero también está convencido de que “en estos años, Andalucía, gobernada invariablemente por el PSOE, no ha avanzado en su identidad nacional y tampoco en justicia social”, lo que se demostraría palpablemente por la existencia no solo de “terratenientes muy ricos”, sino también de personas “en prisión provisional culpables sobre todo de no tener techo”.

El intelectual vinculado a Podemos concluye su retrato con una advertencia: "Andalucía es obediente, pero cuidado, porque cuando desobedece lo hace con maneras que asustan a los señoritos. Y también a los que se dicen socialistas, pero hacen cosas muy parecidas a las que hacen los señoritos”.

En esta última identificación de los socialistas como nuevos señoritos, el dictamen de Monedero coincide con el de buena parte de la derecha política y mediática más rancia, que durante años viene enarbolando esa misma comparación que, sin embargo, los votantes se empeñan mayoritariamente en rechazar.