Las elecciones del 2 de diciembre llegan justo un siglo después de que un grupito de intelectuales andaluces tuvieran una asamblea poco concurrida en la ciudad de Ronda en la que se establecieron la bandera y el himno de Andalucía. Se crea o no, estas elecciones no habrían tenido lugar sin aquella asamblea. Fue el germen de un movimiento identitario de carácter nacional que no terminó de concretarse durante la segunda República a causa de la guerra civil pero floreció tras la muerte de Franco. Entre el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de tres años después la reivindicación andalucista fue tan intensa que obligó a modificar los planes iniciales de nuestros constituyentes e impuso el actual sistema autonómico en toda España.

La asamblea de Ronda y el movimiento andalucista de los años veinte del siglo pasado fueron una toma de conciencia sobre el carácter nacional de Andalucía. Nuestra tierra ha actuado como una unidad a lo largo de la historia. Los precedentes de la Bética romana y Al-Andalus sirvieron de referente para asentar la conciencia de que hemos sido siempre un pueblo con una cultura y una entidad propia, distinto de cualquier otro. Esta constatación no llevó a reclamar un Estado propio, pero sí a la necesidad de afrontar desde aquí y con nuestra propia perspectiva los dos principales problemas andaluces de entonces: el desigual reparto de la tierra y el hambre.

A la muerte de Franco la sociedad andaluza identifica libertad y democracia con autogobierno. Las calles de nuestras ciudades se llenaron de banderas andaluzas y pancartas que exigían “libertad, amnistía y estatuto de autonomía”. En esta triada se condensaban las aspiraciones masivas del pueblo andaluz de entonces. Por eso, aunque la Constitución preveía el sistema autonómico como un instrumento de federalismo aplicado tan sólo a las cinco nacionalidades y regiones calificadas de históricas, Andalucía impuso que nuestra tierra entrase también en el sistema autonómico. Y ahí nos siguieron todo el resto de territorios españoles.

Sin embargo, la promesa de una Andalucía que se autogobierna para afrontar sus propios desafíos en el marco de un Estado cuasi federal nunca se hizo realidad. Fracasó por el proceso de recentralización que ha sufrido desde entonces el Estado español, pero también por la interpretación descafeinada de la autonomía que han hecho siempre los dirigentes andaluces del PSOE. Los sucesivos gobiernos de la Junta de Andalucía desde 1982 hasta la actualidad han sido Gobiernos de Andalucía, pero no gobiernos andaluces. Lo andaluz es meramente descriptivo de un espacio electoral, pero no constituye una característica de la acción cotidiana de gobierno.

Y sin un verdadero gobierno andaluz, nuestros problemas como tierra no han sido nunca verdaderamente enfrentados. Hoy día ya no hay duda de que -en cuanto sujeto nacional- Andalucía se identifica con un habla propia, un territorio articulado en torno al río Guadalquivir y una cultura de luz en la que destacan el carácter tolerante y una creatividad especialmente rica y sofisticada. Sin embargo, políticamente, nuestro hecho diferencial siguen siendo el hambre y la miseria.

Las cifras que comparan Andalucía con el resto de España son terribles. Según cifras de hace un año, el 41, 7% de la población andaluza está en riesgo pobreza, frente a menos del 28% de media estatal. En torno al 20% de nuestros niños sufren pobreza severa. Tenemos la mayor tasa de desempleo de España y la segunda mayor tasa de analfabetismo. Nueve de los diez pueblos más pobres de España están en Andalucía.

Estos son los problemas que debía afrontar el Gobierno andaluz. La autonomía de Andalucía sólo tiene sentido si se utiliza para afrontar con perspectiva andaluza estas cuestiones. Es importante conseguir mayor financiación, pero también tener claras las prioridades andaluzas.

Si algo hemos aprendido en los últimos cuarenta años es que los gobiernos socialistas no van a sacar a Andalucía de su situación de subdesarrollo respecto a España. Tampoco van a hacerlo los partidos que intentan presentar nuestros problemas en clave española. Es un espectáculo vergonzoso ver a los partidos que intentan convencer a los andaluces de que su principal problema es que Cataluña quiera ser independiente. Creen que el problema no son los tres millones y medio de pobres, sino la pelea entre la bandera española y los lazos amarillos en los balcones de Barcelona.

En fin, cada uno ha de hacer lo que considere pero es evidente que Andalucía sigue siendo tierra de paro, emigración y miseria. Y eso sólo se puede combatir con gobiernos netamente andaluces y comprometidos con el cambio social que lleven adelante Andalucía.