Pocos agricultores andaluces se quedan en el bar y continúan cobrando. Ni los agricultores ni el resto de profesionales. Los desmedidos ataques de los políticos de CIU, que representa a la derecha catalanista, no pueden consentirse (Mas) por cuanto que alimentan el prejuicio maldito que nos persigue a los andaluces, alimentando ese monstruo histórico que nos vapulea injustamente y que tiene, a veces, un interés específico y rastrero y, en otras ocasiones, una simple catarsis para quien, desde el complejo de superioridad, que subyace al de inferioridad, busca cebarse con el blanco fácil: nosotros estamos históricamente marcados.

Esto es lo que me lleva, como andaluz, a no consentirle a nadie ni de fuera ni de dentro de esta tierra (aunque los trapos sucios, que todos tenemos, se limpian en casa) a insultar, mentir y manipular datos contra este pueblo, el andaluz, para el beneficio de quienes tiran la piedra y esconden la mano. No es sólo cuestión de justicia por la más que evidente gloria que hemos procurado en la historia y en las letras a todos los pueblos de España. Es cuestión de justicia histórica para con todas las anónimas personas que aquí y fuera han luchado desde sus microhistorias, contribuyendo (dentro y fuera de Andalucía, especialmente en Cataluña) a que los actuales habitantes de estos territorios podamos dedicarnos a lo que nos dedicamos, formarnos como lo hacemos y tener la opción de poder incluso de tener este tipo de enfrentamientos dialécticos, del todo asimétricos (pues los ataques llegan sólo de un bando, desde el que representa un mínimo, pero significativo, sector catalán).

Los prejuicios, pues, se ciernen sobre esta tierra, la mía, aunque los datos objetivos son los que finalmente echan por tierra las ideas preconcebidas. En este sentido, observemos que Andalucía, Cataluña y Madrid tienen cifras demográficas similares (8,4; 7,5; y 6,5 millones, respectivamente). Andalucía es la comunidad autónoma de toda España con más universidades públicas (10), por delante de Cataluña (8) y de Madrid (7, en las que se incluye la UNED, con centros asociados y, por tanto, alumnos Andalucía, Cataluña y el resto de comunidades). Para ser Andalucía la tierra del atraso, el analfabetismo y la pobreza no está nada mal. Y, sobre todo, si te tiene en cuenta que Andalucía destina el 4,89% de su PIB a educación y Cataluña y Madrid el 3,09% y el 2,46% de los suyos, respectivamente.

A Durán i Lleida no le gusta que desde aquí se critique el cierre de centros de salud, asilos y recortes en educación efectuados por la derecha catalana y por la otra derecha, la del PP, con la que comulga a la hora de descalificar a los otros y de recortar, pero que, por contra, ataca la catalanidad como tal. Es (Artur) más de lo mismo que durante estos días hemos recibido desde estas tierras calurosas tierras del Sur.

La educación no sólo recibe aquí más inversión que en el resto de comunidades respecto del PIB. La sanidad, también, recibe aquí una importante inyección, en pro de la universalidad que distingue a nuestro sistema sanitario, al que le acompaña la investigación al respecto. Así, Andalucía destina el 6% de su PIB regional a sanidad, mientras que comunidades bien prestigiadas por el prejuicio colectivo (en este caso positivo para ellas –y yo me alegro-) como Cataluña y Madrid sólo destinan en este sentido el 4,4% y el 3,5%, respectivamente.

Me gusta recordar una frase de Hans Rosling sobre los prejuicios y el daño que hacen estos sobre la correcta evaluación de las realidades, condicionando nuestras creencias y actitudes sobre casi todos los órdenes de la vida; también sobre las culturas ajenas a nosotros. Dice el profesor sueco de Salud Internacional que “el problema no es la ignorancia, sino las ideas preconcebidas”.

Pensar, pues, que aquí los agricultores se tajan (se juman, se emborrachan) por doquier en un viva la pepa colectivo, frenético, como paradigma de una pretendida (desde fuera) vagancia inherente a los andaluces –idea falsa a todas luces-, refleja que quien habla o gusta de los placeres etílicos o es un ignorante o, simplemente, o mal bicho: es decir, un desgraciado, para desgracia nuestra.

*Ígor R. Iglesias es periodista y lingüista.