Al Partido Popular de Pablo Casado parece estar ocurriéndole en esta campaña electoral lo que al Partido Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero en la campaña de las elecciones de 2004, en las que finalmente venció con la ayuda inestimable de las mentiras de Aznar sobre el 11-M, pero donde el PSOE ya llevaba de por sí una progresión favorable que, de haber durado algo más la campaña, podría haberle permitido igualar o adelantar al PP.
Algo parecido había ocurrido en las reñidas elecciones de 1996, cuando el PP superó al PSOE por 300.000 votos, con el primero estancado y el segundo en alza en el último tramo de la campaña.
El tiempo es oro (electoral)
Nunca sabremos qué habría ocurrido el 14 de marzo de 2004 si el presidente no hubiera intentado engañar a los españoles, como nunca sabremos qué habría ocurrido el 3 de marzo de 1996 si la campaña electoral se hubiera prolongado unos días más. Mientras que en 1996 y 2004 los socialistas habrían deseado una semana más de campaña, en 2019 pagarían a precio de oro que pudiera tener dos semanas menos.
Con un PSOE ahora mismo en el 27 por ciento de los votos y bajando y un PP en el 22 y subiendo, el 10 de noviembre sí sabremos si la tendencia al alza de las derechas, combinada con el estancamiento de las izquierdas, dan un vuelco a los resultados del 28 de abril, cuando estas últimas sumaron 165 escaños frente a los 147 de PP, Ciudadanos y Vox, si bien la diferencia en votos fue insignificante.
Las síntesis elaboradas a partir de los numerosos sondeos publicados coinciden en un casi empate a votos entre izquierdas y derechas –44 frente a 43 por ciento– pero manteniendo las primeras una cierta ventaja en escaños; ventaja significativa, sí, pero no determinante porque en el cálculo de escaños la ciencia demoscópica reconoce sus limitaciones y opta cautelosamente por encajar los porcentajes de votos en horquillas de escaños demasiado holgadas para resultar operativas.
César o nada
En estas elecciones hay dos candidatos que se la juegan: Pedro Sánchez y Albert Rivera. El primero porque puede perder el poder y el segundo porque puede perderse a sí mismo. El pecado común de ambos: desafiar a los dioses que tan propicios les habían sido, ser demasiado codiciosos, pasarse de listos, confiar demasiado en su suerte, jugar, en fin, al peligroso juego de ‘César o nada’.
Blindados por un hiperliderazgo que, todo sea dicho, nadie les ha regalado, Rivera y Sánchez tienen en común que ambos son los primeros enemigos de sí mismos: el político naranja embarcó a su partido en una arriesgadísima operación para lograr el ‘sorpasso’ al PP y el presidente en funciones embarcó al suyo en una repetición electoral que la noche del 26-M pocos votantes y casi ningún dirigente imaginó que tendría lugar.
A los líderes políticos, las victorias los hacen más grandes de que lo son y las derrotas los desacreditan más de lo que merecen. Cuando ganan, sus seguidores los ven mejores que a sí mismos; cuando pierden, caen en la cuenta que eran como ellos. Después del 10-N, es seguro que Albert dejará de ser Albert y está en el aire si Pedro seguirá siendo Pedro.
El factor catalán
En el camino del presidente hacia la Moncloa se ha cruzado la violencia de Cataluña, que no es dramática ni generalizada pero sí extremadamente aparatosa y fotogénica.
Parece –no es seguro– que los disturbios estarían favoreciendo electoralmente a las derechas en detrimento de las izquierdas: de ser así, de haber llegado el independentismo más agreste a esa conclusión, las tensiones callejeras y los sabotajes de baja intensidad pero muy irritantes no remitirán hasta el 10-N, y no lo harán porque para los sectores más fanatizados del separatismo catalán una victoria de las derechas haría realidad el ‘cuanto peor mejor’ que figura en el manual de cualquier movimiento rebelde.
Ferraz no ha acabado de encontrar nuevos y eficaces argumentos de campaña capaces de neutralizar los efectos indiciariamente negativos de la crisis catalana. Como tampoco los ha encontrado para recuperar a los votantes resentidos por una repetición electoral que nunca vieron suficientemente justificada.
14 días cruciales
Los analistas más cautos conjeturan que el 10-N todo quedará más o menos igual que el 26 de abril, pero saben también que una diferencia de apenas un puñado de diputados puede resultar decisiva.
No es lo mismo necesitar a los independentistas para gobernar que no necesitarlos; no es lo mismo que el PSOE suba en escaños a que baje o incluso se quede como estaba; no es lo mismo que Ciudadanos pierda 15 escaños a que pierda 30; no es lo mismo que los escaños que pueda obtener Más País sean determinantes o no lo sean… Pero siendo todo ello importante, lo único que de verdad está en juego el 10-N es cuál de los dos bloques será capaz de hacer presidente a su líder.
Las dos semanas que quedan hasta el 10-N se le harán eternas al presidente. 14 días tienen por delante los estrategas de Ferraz para ilusionar a los votantes perdidos desde abril y movilizar de nuevo a quienes entonces votaron socialista. Solo 14 días: no para que Pedro le dé la vuelta a las encuestas, sino para que las encuestas no le den la vuelta a él.