Las alergias y las intolerancias alimentarias se han disparado en las sociedades desarrolladas por la contaminación ambiental, el cambio climático y una dieta que abusa de la comida procesada.
Al mismo tiempo, se ha desatado una amplia gama de intolerancias que no sé si calificar de psicológicas, políticas o ideológicas que afectan a nuestra salud, pero que no se han investigado tanto como las alimentarias, aunque sus consecuencias las sufrimos a diario tanto individual como colectivamente.
Detrás de la hipersensibilidad a las opiniones ajenas que no coinciden con las nuestras, a todo lo que contraría nuestro pensamiento o confort cultural, está la creciente toxicidad de los mensajes que lanzan políticos, tertulianos y opinadores de muy diverso pelaje sobre casi cualquier tema que se ponga a tiro.
A ellos no parece importarles el daño que hacen a la sociedad y la responsabilidad que contraen en extender el miedo al diferente, que es el primer paso en la bajada a la sima del odio. La reciente campaña electoral nos ha dejado numerosos ejemplos en debates y mítines, que les deben hacer recapacitar ante la campaña de municipales y europeas que se abre el jueves para no cometer los mismos errores.
La moderación le ha dado buenos resultados a Pedro Sánchez y ha ayudado a Pablo Iglesias a aminorar la caída más fuerte que predecían las encuestas para su formación. La violencia verbal no le ha traído nada bueno a Casado y, probablemente, haya sido la causa de que Rivera y los suyos no hayan crecido todo lo que esperaban. Y, por supuesto, los excesos no le han sentado bien a los dirigentes de Vox y les han impedido alcanzar las expectativas que se habían creado.
Si para las intolerancias y las alergias alimentarias se recomiendan dietas sin las sustancias que las estimulan, las intolerancias psico-político-ideológicas se reducen con una dieta intelectual baja en insultos al prójimo, descalificaciones gratuitas y faltas elementales de educación y abundante en contención, empatía y paciencia a la hora de escuchar al interlocutor. En definitiva, con más razonamientos y menos emociones a flor de piel, con más respeto y menos antipatías. Sí, hay que volver a la corrección social y política porque la incorrección sin complejos no conduce a nada bueno.