La elección de Quim Torra como nuevo presidente catalán es un hecho desolador porque, más allá de las apelaciones retóricas al diálogo, es un hombre que no llega en son de paz, sino en son de guerra. Su misión explícita al frente de la institución del Estado que preside es expulsar de Cataluña a ese mismo Estado cuyas leyes han hecho posible su elección.

Pensar que Torra, que este jueves 17 promete su cargo, es la solución para Cataluña es como pensar que podría serlo Ciudadanos de haber podido formar gobierno en solitario, pues, salvando las distancias, a ambos los define mucho más la voluntad de postergar la Cataluña que desdeñan que el afán de buscar las complicidades y apoyos necesarios para modelar –y sobre todo modular– la Cataluña que sueñan.

Un baño de realidad

El saludable primer puesto de Ciudadanos en las autonómicas de diciembre fue un revulsivo pero no una solución: fue el grito de la Cataluña mestiza que durante los últimos años ha sentido que querían despojarla de su identidad sin que la izquierda fuera capaz de dar respuesta política a ese lacerante sentimiento de orfandad.

El voto a Ciudadanos fue un voto de guerra. Defensivo, pero de guerra. Fue un ‘hasta aquí hemos llegado’, un ‘no pongas tus sucias manos sobre la convivencia’, un ‘basta ya’. Su primer puesto en las autonómicas fue un baño de realidad para la trasnochada tesis idealista del ‘Un sol poble’.

Ahora bien, con los mimbres programáticos y emocionales del partido de Rivera no es posible recuperar la Cataluña apaciblemente catalanista y liberal de un Pla, un Vicens Vives, una Carme Riera, un Jiménez Villarejo... que el irredentismo patriótico ha dilapidado en apenas un lustro.

La zorra y el erizo

Ambos, Torra y Rivera, cada uno a su manera, vienen a encarnar al célebre erizo de Isaias Berlin que solo sabía una cosa, frente a la zorra que sabía muchas. El erizo, escribe Berlin, se atiene a “un principio único universal y organizador que por sí solo da significado a cuanto comprende, piensa y siente”, mientras que la zorra “persigue muchos fines distintos, a menudo inconexos y hasta contradictorios (…) sin pretender integrarlos ni no integrarlos en una en una visión interna, inmutable y globalizadora”.

Por lo que respecta a Cataluña, Torra solo sabe una cosa y Rivera solo sabe otra; en realidad, podría decirse que ambos saben la misma cosa pero al revés.

Una sola enfermedad

En relación a su posición sobre Cataluña y solo a ella, se les podría aplicar a los dos la reflexión que hacía Unamuno en los apuntes que, poco antes de morir en 1936, esbozó bajo el título provisional de ‘El resentimiento trágico de la vida’: “Bolchevismo y fascismo son las dos formas –cóncava y convexa– de una misma y sola enfermedad colectiva”.

Hoy son mayoría los intelectuales e historiadores que piensan lo que pensaba Unamuno, pero en la España de hace 80 años eran muy pocos los que lo pensaban, entre ellos por cierto el periodista andaluz Manuel Chaves Nogales y el periodista catalán Agustí Calvet ‘Gaziel’.

Parecidos pero según y cómo

Pero, ¡cuidado!, la equiparación de Torra/Puigdemont con Albert Rivera es oportuna y proporcionada solo a los efectos de que ambos se sitúan en los extremos, es decir, solo a los efectos de que la posición que ocupan los inhabilita como solución al problema catalán.

Por lo demás, es obvio que no ocupan sus posiciones extremas de la misma manera: Torras/Puigdemont no solo han violado el Estatut sino que además creen tener derecho a hacerlo, mientras que Rivera no solo no ha violado ley alguna sino que no se cree con derecho a hacerlo.

Ahora bien, una vez que se deja sentado ese hecho es igualmente obvio que una Cataluña gobernada por Ciudadanos sería una Cataluña fallida e inviable: una Inés Arrimadas al frente de la Generalitat puede que hiciera feliz a España pero haría desgraciada a Cataluña, aunque seguramente no tanto como sin duda va a hacerla Torra.

Almas gemelas

A lo que más se parecen los tuits xenófobos y los artículos bárbaros escritos por Quim Torra no es, desde luego, a los pronunciamientos políticos que haya podido hacer Albert Rivera. A lo que más se parecen los exabruptos de Torra –que tanto se airean en España– es a los exabruptos de Federico Jiménez Losantos –que tanto se airean en Cataluña–, pero ni España ni Cataluña se parecen, por fortuna, a Torra ni a Losantos y mucho menos a esas cosas que ambos han dicho y escrito.

Si una mayoría de catalanes pensara como Torra o una mayoría de españoles pensara como Losantos, estaríamos perdidos, como lo estuvimos irremisiblemente en los años 30. El problema, claro está, es de proporción pues Losantos es solo un periodista decadente mientras que Torra es todo un president.

Elogio de la traición

Ni la dirección de Ciudadanos ni la gente de Puigdemont creen, pese al callejón sin salida a que han llegado las cosas, que sea importante pactar con los otros. ¿Pactar qué y para qué? Para ellos, como para los franquistas de 1976 o como para el temerariamente irreflexivo Gabriel Rufián, todo pacto equivale a una traición. Pues bien: necesitamos traidores a las esencias patrias.

Cataluña necesita con urgencia un Adolfo Suárez frente al cual se siente un Santiago Carrillo, no un Arias Navarro frente al que se siente un Ignacio Gallego, que es lo que tenemos ahora: da un poco igual de cuál de los dos bandos provenga el traidor, lo principal es que sepa que sin un pacto de país no hay futuro para Cataluña (o el que pueda haber no vale la pena).

La principal virtud de la Transición es que fue una victoria de los demócratas con apariencia de empate con los franquistas. Cataluña necesita hoy una Transición así: una victoria de quienes defienden la ley pero que tenga la apariencia de empate con quienes la violaron.

Con los separatistas anticonstitucionales de hoy ocurre un poco con los franquistas preconstitucionales de ayer: que no tienen razón pero son muchos, y cuando en un bando son tantos la única manera de salir de embrollo es pactando con ellos (o volver a los años 30).

¿Dónde hay un Suárez?

¡Lástima que la justicia no pusiera en libertad a Oriol Junqueras! En contraste con Puigdemont o con Torra, el líder de ERC sí es consciente ahora –no antes, ahora– de que sin un pacto con los otros no hay salida para Cataluña, como eran conscientes de ello mucho antes que un Miquel Iceta, un Xavier Domènech o un Joan Coscubiela, pero a ellos no los vota bastante la gente.

De la mano de hombres transversales como ellos podría llegar alguna luz a la oscuridad catalana. Cataluña empezará a vislumbrar una solución cuando las elecciones conviertan a tipos como ellos si no en los más votados, que eso no es posible por ahora, sí en la bisagra que haga posible que la Cataluña desolada de hoy tenga mañana un gobierno normal: un gobierno de zorras y no erizos.