La repetición de una mayoría parlamentaria independentista en las próximas elecciones catalanas casi se da por segura, aun ofreciendo los sondeos la posibilidad de una mayoría alternativa por la izquierda, siempre y cuando ERC estuviera en condiciones políticas y emocionales de romper los bloques. Lo que implica pactar con el PSC. Esta es una opción que no puede dilucidarse durante la campaña por qué podría tener un efecto boomerang para ambas fuerzas, perjudicando especialmente a los republicanos en su pugna con JxCat. Los Comunes, en su empeño por ganar una visibilidad que se les escapa día a día, intentarán que esta hipótesis no desaparezca de los titulares a pesar de los desmentidos tácticos de los otros dos implicados. Luego, ya se verá.

Nada es imposible, aunque todo depende de quién quede en primer lugar. De ganar JxCat, repitiendo la sorpresa de 2017 cuando las encuestas pronosticaban una victoria de ERC, no habrá mayor discusión. Los republicanos entrarían en depresión por su segundo fracaso consecutivo, su pragmatismo entraría en crisis y no tendrían más remedio que investir a Laura Borràs como presidenta, de no impedírselo el Tribunal Supremo acelerando su previsible inhabilitación. Por difíciles que sean las relaciones entre ambos socios, la presión social y mediática del universo independentista sería insoportable para ERC.

De obtener ERC el éxito electoral anunciado por la demoscopia no tendrá tan fácil obtener el apoyo de JxCat para la investidura de Pere Aragonés. El grado de decepción de los candidatos de Carles Puigdemont dependerá de la distancia en escaños que les saquen los republicanos y del lugar que ocupen en la tabla, por delante o por detrás del PSC. La negociación entre una ERC victoriosa y un JxCat enrabietado se presume complicada, tanto que no puede descartase una ruptura o como mínimo un amago. Los mismos factores de presión del primer escenario operarán para evitar el desencuentro final entre republicanos y legitimistas, abriéndose los interesados a fórmulas diferentes al gobierno de coalición que obligasen a ERC a gobernar en minoría, con apoyo parlamentario de JxCat y la CUP. En este segundo escenario en el que estará en juego la lealtad entre independentistas, la balanza se decantará en función de los planes personales de Puigdemont, siempre dispuesto a deambular cerca del precipicio.

El desencuentro de ERC y JxCat hasta el punto de romper la presumible mayoría parlamentaria supondría un desastre logístico y sentimental para el independentismo, de ahí su improbable materialización. Las ventajas de controlar el gobierno autonómico y de asegurar las líneas de suministros imprescindibles para resistir la larga travesía del desierto que espera a los separatistas deberían compensar cualquier recelo político y personal existente entre los protagonistas por muy profundo que sea. La contemporización de la vía unilateral y la vía negociadora no debería representar un obstáculo insalvable, como hasta ahora.

La lucecita de un gobierno de izquierdas, sea un tripartito en toda regla o una ejecutivo ERC-Comunes con el apoyo parlamentario del PSC, mantiene su luz (al menos públicamente) gracias a la perseverancia del partido de Ada Colau en defender esta opción. Con sus perspectivas electorales poco más pueden hacer que animar a ERC y a PSC a no dar por enterrada la opción. El empeño de los Comunes será secundado tácticamente por JxCat, aprovechando para denunciar la deriva de ERC a confraternizar con el “enemigo del 155” también en la mismísima Generalitat como ya hacen en el Congreso de los Diputados. Tal vez al PSC esta maniobra le perjudique algo menos que a ERC, puesto que le concede una centralidad política desconocida en la última década.

La doctrina del PSC es conocida: nunca dejes escapar un buen pacto de gobierno. La ha practicado siempre, incluso tras las últimas municipales, participando en gobiernos de municipios relevantes con ERC y con JxCat en la Diputación de Barcelona sin que el cielo se deslomara sobre Cataluña. En el caso de la corporación provincial, fue ERC quien apeló a la deslealtad de pactar con las gentes del 155, y ahora es JxCat quien utiliza el anatema para desgastar a ERC ante un improbable acuerdo con el PSC en el Parlament.

A pesar del pragmatismo intrínseco del PSC, un pacto de gobierno con ERC no sería fácil de defender, aun atendiendo a la colaboración parlamentaria de los republicanos en la mayoría que sostiene al gobierno de Pedro Sánchez. No es lo mismo recibir el apoyo de un grupo independentista en el Congreso que participar de un gobierno catalán que trabaje para conseguir la secesión de Cataluña. Un presidente de ERC, por muy conciliador que deba mostrarse en función de los resultados obtenidos, no renunciará a seguir reclamando el estado propio y a dedicar algunas partidas presupuestarias a mantener viva la aspiración.

La primera repercusión de un gobierno de izquierdas sería la de dinamitar la política de bloques impuesta en Cataluña por el conflicto del independentismo con el estado. Esto está en el ánimo del PSC y de los Comunes, pero no es tan evidente en el mensaje de ERC. Por otra parte, es de suponer que una mayoría de izquierdas en el Parlament empujaría con mayor entusiasmo la mesa de negociación, aunque el diálogo no será nunca garantía de que los grandes ítems del soberanismo (autodeterminación y referéndum) vayan a prosperar, lo que a la postre siempre desanimará a los republicanos a invertir su éxito electoral en esta fórmula.

Una alianza de republicanos y socialistas en Cataluña debería ser considerada prematura a día de hoy y seguramente también en febrero. Los indultos y la modificación del Código Penal ayudarán a cambiar los parámetros de la política catalana, siempre que todas las familias independentistas salgan beneficiadas de estas iniciativas conciliadoras cuya concreción está por ver. Salvo un rotundo éxito electoral de ERC y PSC que convirtiera en incuestionable e ineludible su colaboración, ésta, de producirse, no debería esperarse hasta dentro de un par de años, por ejemplo.