Martes 7 de noviembre. El expresidente de la Junta de Andalucía y ex secretario general de los socialistas andaluces José Rodríguez de la Borbolla acude puntual a la cita con la cadena de emisoras locales Ondaluz, donde va a ser entrevistado por varios periodistas. Pepe o Pepote, pues de ambas maneras le llama todo el mundo, no ocupa cargos orgánicos ni institucionales desde hace mucho tiempo, pero sus reflexiones son leídas y escuchadas con interés.

La propia presidenta de la Junta, Susana Díaz, presta mucha atención a sus consejos, sobre todo en materia territorial, donde Borbolla es un experto no académicamente pero sí políticamente, pues no en vano fue de los dirigentes socialistas de primera hora que levantaron la bandera general del federalismo para España y la bandera particular del autonomismo para Andalucía. A él se le atribuye –y no sin razón aunque no fuera solo suya– la idea de crear aquel gran frente andaluz que tomaría forma en las manifestaciones masivas del 4 de diciembre de 1977.

Los papeles de Pepe

Esa tarde del 7 de noviembre Borbolla acudió a los estudios de Ondaluz ‘armado’ con cinco carpetas y un libro. Las carpetas eran para cada uno de los periodistas que lo iban a entrevistar y contenían dos tipos de materiales: algunos de los artículos sobre la cuestión territorial publicados por el expresidente desde 1978 y algunos capítulos fotocopiados de varios libros de historia, en catalán y en castellano, entre ellos ‘Història econòmica de Catalunya. Segles XIX i XX’, de Jordi Maluquer de Motes i Bernet, y ‘1714. Cataluña en la España del siglo XVIII’, coordinado por Antonio Morales Moya. También llevó Pepote a la entrevista el grueso volumen de las actas del simposio ‘Espanya contra Catalunya: una mirada hitòrica (1714-2014)’, organizado en 2013 por el Centro de Historia Contemporánea de la Generalitat, vinculado a la Generalitat de Cataluña.

Ciertamente, entre políticos que no sean historiadores profesionales no debe haber muchos, andaluces o catalanes, que puedan darle a Borbolla lecciones sobre Cataluña, una tierra que visita asiduamente para tener información de primera mano. O lecciones sobre federalismo. O sobre la Constitución. Tras haber tenido mando en plaza durante dos décadas, Borbolla encarna en buena medida la facción más ilustrada del socialismo andaluz.

La brocha

Pues bien, este hombre atento a la crisis territorial, con buenas fuentes en Cataluña, con sólidas y muy plurales lecturas y con amigos catalanes bien informados y que le tienen un gran respeto, como el líder del PSC Miquel Iceta o el periodista Enric Juliana, este hombre es el mismo que el martes 7 de noviembre dijo ‘cerdos’. Exactamente ‘cerdos’. Y lo dijo queriendo decirlo.

Es la palabra con que se refirió a los líderes independentistas catalanes, a quienes no tuvo dudas en atribuirles la práctica de la violencia: “Violencia es quitarle a la gente sus derechos desde una posición institucional, es humillarla; un ciudadano decente se siente de pronto desprotegido porque le quitan el paraguas de la ley, hacen que se sienta débil, eso es humillación: son unos cerdos”.

Como suele pasar con los insultos, este de Borbolla operó en su contra: quienes, sin conocer al expresidente, al día siguiente leyeron en toda España, pero muy particularmente en Cataluña, ese calificativo salido de su boca debieron hacerse de él un retrato robot muy equivocado, aunque no por culpa de esos lectores, sino por culpa del propio Pepote: la brocha utilizada para definir a los soberanistas era demasiado gorda como para que no le salpicara a él mismo.

La lección

Lo interesante del caso, más allá de la anécdota y de lo que tiene de reprobable en alguien con tanta querencia a la ‘finezza’ italiana, es lo que en él hay de síntoma, de termómetro de un clima político de hartazgo, de cansancio, de indignación hasta ahora contenida, al menos en medios ilustrados de izquierdas.

El insulto de Pepote era el equivalente de aquel célebre ‘no pongas tus sucias manos sobre Mozart’ que glosó Manuel Vicent en un artículo para describir al cuarentón de izquierdas que un día estalló contra su hija y sus amigos melenudos cuando, tras haberles perdonado con liberalidad que le manosearan sus libros y le saquearan su nevera, uno de ellos colmó el vaso de su paciencia cogiendo sin permiso la Sinfonía número 40. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

El insulto de Borbolla era, sin pretenderlo, una breve pero contundente lección de sociología política. O de psicología generacional: un conductista se habría puesto las botas analizando el exabrupto. ‘Son unos cerdos’ era la síntesis improvisada y grosera de un estado de ánimo, el estallido de ira de un hombre ilustrado de quien algunos dirán que no se entera de lo que verdaderamente está pasando en Cataluña y muchos otros opinarán lo contrario, que se entera demasiado bien. 

Cerdos y cabreros

El latigazo de Borbolla es esclarecedor pero también tiene un punto escalofriante. Y no solo un punto: tiene por lo menos dos. El primero, por venir de quien viene; el segundo, más grave si cabe, porque no es difícil imaginar que al otro lado del Ebro habrá también políticos ilustrados sintiendo la misma santa indignación que Borbolla pero en sentido contrario: ‘¡Puto pueblo de cabreros!’, podría haber dicho nuestro secesionista instruido en lugar de ‘son unos cerdos’.

Por fortuna, ese ‘son unos cerdos’ de Pepote es un desahogo y no un programa político. Y menos un programa del Partido Socialista. El problema es que Borbolla es lo suficientemente conocido y ha sido lo suficientemente importante en la política como para que una parte del secesionismo se apresure a identificar su desahogo personal como un programa ideológico.

La bofetada

En todo caso, estamos ante un indicio revelador: el borbotón incontenible de una corriente subterránea que necesitaba salir a la superficie. Es también una razón –otra más– para el pesimismo: si la izquierda ilustrada llama ‘cerdos’ a los otros, mal asunto. Ciertamente, queda la duda de si Borbolla los insultaba por independentistas o por golpistas, por demócratas que han llegado demasiado lejos en la defensa de sus ideas o por antidemócratas cegados por un fascismo de baja intensidad que no sospecha que lo es.

Así concluía Vicent su tremendo artículo: “Mi amigo no sabe explicar bien qué dispositivo le hizo saltar. Otras veces también su hija le había llamado carroza. Pero en esta ocasión aquel hombre tan fino y progresista le arreó una bofetada, se lió a golpes contra todo dios y se deshizo el misterio. Echó de casa a patadas a aquella panda de golfos. Y hasta hoy. Mi amigo es un hombre de izquierdas ya liberado”.