Decíamos la semana pasada que el PSOE, en comparación con el resto de partidos políticos, se comportaba más como un matrimonio que roza sus bodas de porcelana, que como una pareja joven. Sus discusiones eran más soterradas, llenas de reproches sutiles y ojos en blanco. El diagnóstico, al menos hasta este domingo, podría ser más o menos acertado, pero ahora se ha demostrado erróneo del todo.

La guerra socialista ha explotado con la virulencia de los volcanes que presionan sus cámaras magmáticas más de lo debido y está por ver cómo es la caldera que nos queda para la posteridad. Como jovenzuelos, los socialistas se insultan y se asaetan en las redes sociales, pero también ante todos los micrófonos que les quieran poner por delante.

Las cartas están por fin encima de la mesa. Incluso Susana Díaz ha dejado de bailar La Macarena y casi por un momento parece que deja de amagar. Dice que estará “donde quieran mis compañeros, en la cabeza o en la cola del PSOE”. No aclara dónde quiere estar ella, pero ya es más de lo que hemos oído en estos últimos años.

También Pedro Sánchez se ha sacado todos los ases de la manga, justo cuando parecía que íbamos a perderle de vista una vez más. Sea porque no le han dejado otra opción, porque está de los barones hasta la rosa o porque la temporada de chiringuitos ya se ha cerrado en Mojácar, el líder más cuestionado de la historia del PSOE ha dado un portazo en Ferraz y ha movido ficha para que quede de una vez claro si se está con él o con Rajoy.

Para algunos, la jugada de Sánchez es tramposa y se basa en un falso dilema que, guste o no, tiene un trasfondo de realidad. Y la forma en que ha manejado los tiempos recuerda a la maniobra de Rajoy con las fechas de investidura para presionar con unas terceras elecciones el día de Navidad. Con la diferencia de que Sánchez juega con la maquinaria de un partido del que es, más o menos, líder, mientras que Rajoy manipula la vida y las instituciones de todos los españoles.

Lo que no se puede negar es que Sánchez ha demostrado una agudeza y unas dotes estratégicas que no vieron quienes le pusieron ahí con la idea de que sería fácil manejarle. Eso dice bastante de Sánchez y muy poco de los padrinos que ahora quieren cortarle la cabeza.

El sábado se librará la primera batalla de una guerra que todavía está muy lejos de tener claro ganador. Pero sí que podemos augurar que, de durar más la contienda, los perdedores serán los españoles de izquierdas, que hace tiempo que se sienten huérfanos de padre socialdemócrata y de un discurso progresista que no se base sólo en la “unidad de España”. Una dolencia que lleva ahí más tiempo que Pedro Sánchez.