El sexo nos gusta a casi todo el mundo. La pornografía, a algo menos de la mitad de la población. Lo curioso viene en cuando nos fijamos a qué tipo de personas encandila este tipo de producciones: solo varones. Las explicaciones a esta cuestión tratan de poner a la mujer en un falso papel de mojigata, quién sabe, quizás por acallar conciencias. Se adjudica a esta un papel de "emocional" por lo que es imposible, según el mito, que a las mujeres les guste el porno.

 

¿Quién tiene razón? La respuesta merece que se abra un debate social. El 99% de estos films destacan por algo: la infantilización de la mujer y la supremacía el hombre sobre ésta. Las películas porno están pensadas por y para hombres, porque ya se ha dado por hecho que su excitación solo la pueden lograr de esa forma: demostrando que son superiores a nosotras. Visualizando cosas tales como una mujer le practica una felación a seis hombres o cómo otra intenta resistirse mientras el hombre simula que mantienen relaciones por la fuerza. Ah! Y la mayoría con conductas sexuales de riesgo (sin preservativo). Y esto no son uno, ni dos vídeos. Ni siquiera un 50%. Solo hay que entrar en cualquier página dedicada a estos menesteres y ponerse vídeos en bucle al azar. Se salvan pocos, y todo porque algunas de ellas ya cuentan con un apartado denominado For Women, que no vale mucho, pero queda muy comercial hoy en día pretender ser igualitario.

Decía la escritora Isabel Allende que el erotismo es la pluma y pornografía, la gallina. Todo con el fin de ilustrar que el erotismo sí tiene la capacidad de despertar los sentidos mientras cuenta una historia. La pornografía, al fin y al cabo, es descripción hidráulica. El límite queda en la vulgaridad que pueda aceptar cada cual.

A las mujeres sí nos gusta el porno. Pero no aquel que nos humilla.

¿Disfrutan realmente los trabajadores del porno de su trabajo? La gente que lo consume ha optado por pensar que sí. Que las mujeres que están ante sus pantallas están muy excitadas, y no son víctimas de una mafia, contratos precarios u obligadas por diferentes presiones a grabar escenas que les hubiera encantado evitar. Pero todos sabemos lo que vende esta industria, y sabemos que no hay nada que no se pueda pagar. Le pese a quién le pese.

Sí es cierto que han entrado en escena nuevos directores como Erika Lust, una de las primeras directoras en darse cuenta del detalle de que a las mujeres SÍ que nos gusta el porno. Pero no aquel que nos humilla o nos muestra completamente irreales o como muñecas moldeadas, sino sabiendo cómo manejar la realidad para que al sector femenino les resulte excitante.

Cómo viven esta vida los actores del porno

Hace un par de días BuzzFeed publicó un interesante vídeo donde 13 personas que se dedican a este tipo de cine confesaban a través de Whisper cómo el porno había afectado a sus vidas. Y no precisamente para bien. Como podréis ver a continuación, la mayoría se avergüenza o trata de olvidar esa parte de su vida

El primer participante, un hombre, afirma estar aliviado de no seguir ejerciendo este trabajo y asegura estar muy enfadado consigo mismo y no querer recordar nunca más lo que ha hecho. Otros no saben cómo explicárselo a sus familias y algunos reconocen haber llegado a eso para pagar sus estudios. E incluso hay una mujer afirma cómo esta profesión le hizo alejarse de sus familiares y amigos, ya que se avergonzaba tanto de lo que hacía que no quería ni mirarles a la cara.

Entre los testimonios de aquellos que les gusta practicar su profesión, observamos dos motivos principales: poder y el hecho de sentirse admirados. Algunas estrellas del porno son conscientes del poder que ejercen sobre sus usuarios, algo que les hace sentir inmensamente bien: "todos los hombres están locos por mi", asegura una de ellas. 

Cómo afecta la pornografía al cerebro

En primer lugar afecta a las personas que conviven con personas que consumen este tipo de productos. Según una investigación publicada en 2012 en la revista Sex Roles, las mujeres cuyas parejas son espectadores habituales de porno aseguraros ser más infelices que aquellas féminas que salían con hombres que no lo veían. ¿Las razones? Según explicaron los autores se debía a que el consumo afecta al grado de confianza y satisfacción que tienen con ellosDe hecho, un estudio reciente publicado esta pasada semana, aseguraba que ver pornografía triplica las posibilidades de divorcio

Por su parte, para los consumidores directos tiene otro tipo de efectos. En primer lugar, el hastío. Según una investigación realizada por la Asociación de Andrología y Medicina Sexual italiana, consumir porno en exceso provoca un descenso de la libido, e incluso disfunción eréctil a largo plazo. Como explicaba recientemente Norma Román, terapeuta sexual de la Fundación Sexpol de Madrid, "el hecho de ver pornografía no va a reducir el deseo, pero sí se convierte en un hábito obsesivo y genera ansiedad, por lo que es probable que afecte a la libido". Algo en lo que estaba de acuerdo el psicólogo madrileño Carlos Ramos, ya que ciertas personas "pueden desviar su atención y enfocarla en el porno, lo que provoca desinterés por las relaciones normales".

El placer sexual nace en el cerebro, cuando se segrega una sustancia llamada dopamina que provoca a su vez el deseo sexual y, por tanto, la erección. Sin embargo, el estudio sostiene que si el cerebro se acostumbra a la estimulación a través del porno, la respuesta se va haciendo más difícil, pues las imágenes eróticas cada vez son menos sorprendentes.

Es decir, el sexo te acaba aburriendo sin que tan siquiera te des cuenta. Cuando observamos imágenes sexuales de forma cotidiana, dicha dopamina inunda ciertas regiones del cerebro, lo que causa una infinita sensación de placer a sus espectadores habituales. Según va pasando el tiempo, el cerebro asocia esas imágenes con un refuerzo para el placer. El problema, es que si se abusa de su consumo y esa respuesta se activa una y otra vez, pasa como con el consumo de azúcar: cada vez necesitaremos más para excitarnos. Además, el cerebro buscará imágenes cada vez más subidas de tono para saciar su sed. Según explicaba el psicólogo Joseph J. Plaud en Science: "cuánto más lo hagás, más lo necesitarás. Y será cada vez más explícito".

Daños colaterales

Otro de los curiosos efectos que se ha observado es que reduce el cerebro de sus consumidores habituales. Literalmente. Según una investigación publicada en 2014 en la revista Archives of General Psychiatry, los hombres que consumían pornografía tenían un menor volumen cerebral y un menor de conexiones en núcleo accumbens, un área del cerebro vinculada al placer, la recompensa y la adicción. 

También se ha observado que las personas que consumen pornografía tienen una cierta desviación visual. Cuando se ven esta clase de vídeos, la parte del cerebro responsable de procesar las imágenes se va deteriorando, ya que el flujo sanguíneo se desvía con el fin de centrarse en las cosas más urgentes, como excitarse sexualmente en ese momento. 

Según explicaban los investigadores de la Universidad de Medicina de Groningen, la cosa es bastante coherente. Ya que estos espectadores se centran en la imagen explícita más que en pequeños detalles (como pueden ser la puesta en escena, la música, el color de la lencería...). Esto, a largo plazo, es un problema "ya que un alto consumo puede dañar los reflejos visuales a media y larga distancia. De hecho pueden tener problemas para detectar posibles amenazas potenciales en el horizonte".