Al lector versado en la literatura underground, en las memorias poco complacientes y en esos textos corrosivos que recogen la tradición de Henry Miller, no se le escapará el impacto del nombre de Lydia Lunch en la portada de este volumen de Jonathan Shaw. Lunch vive ahora en Barcelona, pero antaño fue una de las reinas indiscutibles del panorama estadounidense independiente. Aunque su discografía y su filmografía son bastante extensas, para el lector avezado Lydia Lunch es la autora de al menos dos libros rompedores: Paradoxia y Medidas desesperadas. Y, especialmente el primero (Paradoxia, su "diario de una depredadora"), conecta de inmediato con Narcisa, esta novela de 700 páginas de Shaw: en ambas encontramos sexo, dolor, drogas, pasiones, tortura sentimental, paseos por el lado salvaje y más turbio de los entornos urbanos… Lunch firma el prefacio y dice al principio: No puedes salvar a alguien de sí mismo. Si intentas ir de salvador lo vas a perder todo. Su introito resume con exactitud lo que esta historia refleja y significa: el amor que un hombre siente por una mujer que siempre camina sobre el filo de la navaja, que es joven y prostituta y drogadicta y que lo arrastrará a los abismos día tras día y noche tras noche, con el trasfondo de Río de Janeiro y sus favelas, sus yonquis y sus criminales, sus fulanas y sus chulos, sus borrachos y sus desesperados.

El narrador y protagonista es Ignácio Valência Lobos, al que apodan "Cigano" (Gitano), un tipo que acaba de salir victorioso de un pozo: ahora está limpio y sobrio, se siente un guerrero superviviente, y entonces conoce a una muchacha adicta al crack y a la marihuana y a cualquier cosa que se pueda fumar y que, además, ejerce la prostitución. "Cigano" se enamora hasta los huesos de Narcisa. Y su relación, que atraviesa los años, que va y viene, que nunca los deja separarse para siempre, es aún más tormentosa que la de los protagonistas de La guerra de los Rose: Lobos y Narcisa siempre están discutiendo, pegándose, vejándose el uno al otro con los insultos más brutales, armando escándalos y tornados por donde pasan. Una relación malsana y enfermiza, la clásica relación que nos trae a la memoria otras historias parecidas que el cine o la literatura o ambos han recogido: Candy (de Luke Davies, excepcional novela que alguien debería reeditar, y que fue adaptada al cine por Neil Armfield), muchos de los textos de Charles Bukowski, Drugstore Cowboy (la película, porque en España la novela permanece inédita), Réquiem por un sueño (de Hubert Selby, convertida en filme por Darren Aronofsky), por citar algunas… Pero sin olvidarnos de La familia real, el libro de William T. Vollmann sobre la prostitución que en septiembre publicará Pálido Fuego.

Narcisa. Nuestra Señora de las Cenizas pertenece a la tradición de todas ellas. Y es una novela excesiva: demasiado fuerte para los lectores blandos, extensa para quienes no aguantan más de cien páginas, repleta de daño y de vejaciones y de hombres y mujeres que se destruyen unos a otros, pero también a sí mismos. Narcisa es excesiva y, en algunos tramos, puede llegar a agotar al lector, pero siempre tiene un poso poético dentro de sus pasajes perturbadores que, por eso, la ha convertido en lectura de cabecera de Robert Crumb o Johnny Depp. Jonathan Shaw es lector ante todo, y esa huella de sus lecturas es evidente cada pocas páginas: los capítulos van precedidos por una cita, y los elegidos conforman un mapa de lecturas alucinante: John Updike, Louis-Ferdinand Céline, Jerry Stahl, Oscar Wilde, Chesterton, William S. Burroughs, Dante, Blaise Pascal, Cervantes, Kurt Vonnegut, Samuel Beckett, Jean Genet, los citados Miller y Selby y Bukowski… sin olvidar referencias al rock, a la filosofía occidental y a las enseñanzas de Buda o de los Evangelios. Este cóctel, cuajado de expresiones en portugués (que es como se expresa Narcisa), viene servido además por la traducción de Rubén Martín Giráldez, experto en novelas que juegan con el lenguaje, y cuyos esfuerzos merecen una mención especial.