Inocentes y otras nos presenta tres historias separadas, tres vidas que convergen en algunos puntos, en algunos momentos. Tenemos a Meadow, quien se convierte en una cineasta preocupada por el arte, el ensayo, la vanguardia, el documental y la verdad. Tenemos a su amiga, y en cierta manera rival, Carrie, quien también elige el cine pero con otra vía: películas más comerciales, más livianas, pero no por ello menos respetadas y respetables. Y tenemos a Jelly, que también se hace llamar Amy y Nicole: Jelly se dedica a llamar a gente famosa por teléfono, gente que no la conoce, y a la que acaba escuchando, de tal manera que algunos hombres se enamoran de ella sin haberla visto. Durante algún tiempo Jelly pierde pasajeramente la visión, y empieza a obsesionarse por el sonido, por la voz, por lo que transmiten los ruidos sin imágenes. Las carreras paralelas de Meadow y de Carrie van avanzando hasta un punto en el que Meadow conoce a Jelly y quiere entrevistarla, filmarla, contar su vida en un documental.

El anterior es el punto de partida. Pero, como sucede a menudo en la literatura postmoderna, lo importante es cómo lo cuenta la autora, más que el argumento. Dana Spiotta (que cuenta con el beneplácito y el apoyo del mismísimo Don DeLillo) va alternando las historias de las tres mujeres, y no siempre lo hace mediante la narración en tercera persona. Por ejemplo, hay dos apartados o capítulos que llevan el título "Mujeres y cine", y que consisten en reportajes sobre las vidas y las carreras de Carrie y de Meadow: textos en primera persona, escritos por las implicadas, y vínculos a páginas webs, comentarios de lectores y sus escuetas biografías en tercera persona. Hay extractos, en forma de guión, de varias de las entrevistas que Meadow hace para sus proyectos (sus documentales, sus polémicas películas de ensayo). Hay notas tomadas por las cineastas sobre su visión de ciertos aspectos del cine. Y todo ello cocinado con una prosa magnífica y una pasión inmensa por el cine, por lo que cuentan las imágenes, por lo que revelan los sonidos, por cómo la imagen a menudo roba o solapa o desmiente lo que dicen los bustos parlantes.

En España ya se publicó hace unos años la primera novela de Spiotta, Stone Arabia (Blackie Books). Luego siguieron otras dos obras (Eat the Document y Lightning Field), aquí inéditas, y ahora nos llega la cuarta, Inocentes y otras (Turner Libros; traducción de Carles Andreu), que es una auténtica delicia. El lector observará ciertos paralelismos entre este libro y otro que caló hondo en la temporada anterior: Zeroville (Pálido Fuego). Como en aquella novela, en Inocentes… existe una obsesión por las películas: con personajes que van al cine, que analizan los clásicos y los estudian, que introducen filmes y argumentos en sus conversaciones, que de continuo están citando obras y directores, y con un gusto siempre exquisito (Stanley Kubrick, Orson Welles, Jean Eustache, Dreyer, Godard, John Ford…). Spiotta es una de esas autoras que, como Renata Adler o Chris Kraus, construyen su novela mediante una narración que poco a poco va dejando poso, como sin proponérselo, y que convierten la lectura en algo muy adictivo. Inocentes y otras está repleto de sentencias y observaciones para anotar. Veamos algunas: Cuanto más tiempo pasabas observando a una persona o una cosa que conocías, más extraña se volvía. / Es lo que pasa con las películas. No son ellas las que cambian, sino tú. La inmutabilidad de una película (o de un libro, o de una pieza musical) es algo con lo que uno puede medir su evolución. / No hay nada como una enfermedad mortal para sentir que te has curado de todo lo demás. / ¿Qué es una imagen si no está modulada por una conciencia, por una percepción? El resultado es un libro conmovedor, una reflexión sobre los límites de la amistad y del cine, sobre cómo la imagen nos condiciona, sobre cómo nos creemos cualquier asunto que veamos en una pantalla, sobre cómo necesitamos que alguien nos escuche, nos apoye, nos comprenda.