Me atrevería incluso a afirmar que ya desde el momento en el que nuestra madre nos trae al mundo, nuestro primer regalo es un peluche, el nuestro… A nuestra madre le regalan flores, ropitas y tartas imposibles de pañales, pero con lo que nos quedamos nosotros es con los peluches.

Les achuchamos, les mordemos, les arropamos, vienen al parque con nosotros y así los vamos arrastrando, gastando y reponiendo. A alguno de ellos le cogemos cariño, pero ya cuando nos hacemos mayores van desapareciendo de nuestras vidas, poco a poco.

Pero hay uno, un peluche de todos ellos que nos cuesta, uno de ellos que no queremos que se vaya y lo llevamos a la tintorería a que lo pongan guapo y nos lo quedamos. Lo ponemos sobre nuestra cama, o en el salón, completa el significado de nuestro hogar, nos representa.

Los peluches gigantes, grandes compañeros

Es ese peluche, es ese gran peluche que era dos veces más grande que nosotros cuando nos lo regalaron, es ese peluche en el que nos sumergimos de pequeños, con el que nos íbamos a dormir, con el que bailábamos, con el que jugábamos al escondite, es ese peluche el que nos abrazaba y nos daba calor en las frías noches de invierno, el que nos protegía de los malos, al que vestíamos, al que le ponemos voces y al que le pusimos nombre.  

Lo curioso, es que estos peluches gigantes nunca jamás pasarán de moda. Ya sea en forma de oso, perro, pato, caballo o en forma de pequeño gran monstruito serán ese regalo que nos haga brillar los ojos, ese regalo que nos sacará un “wao” de corazón.

¿Quién no ha pasado por la sección de peluches de grandes almacenes y se ha parado a abrazar al oso más grande que había?  Y es que siempre aprovechamos ese momento para cerrar los ojos y transportarnos al pasado, a esos tiempos en los que éramos niños, esos momentos en los que nuestra mayor preocupación era que a nuestros padres les gustase el nuevo mural que dibujamos en el salón, o más adelante, aprender a sumar o saber leer la hora para ver cuánto falta para nuestro programa de dibujos favorito.

Cerramos los ojos, queriendo no volver a abrirlos, abrazamos apretando al máximo como si nunca lo hubiéramos hecho así a nadie y apretamos nuestros dientes de rabia porque sabemos que ese momento se acaba, porque sabemos que no es nuestro peluche y que estamos en un lugar público y todo el mundo nos mira, pensando, pobre inmaduro…

Porque esa es una razón por la que nos sacamos de encima todos nuestros recuerdos de infancia, por el qué dirán, porque no es propio de una persona adulta…¿Y qué? ¿Me van a juzgar por abrazarme a un peluche? ¿Me van a juzgar por volver a la felicidad del pasado aunque sea por unos segundos? Pues aquel que lo haga, le invito a probarlo, que coja ese gran oso y que lo abrace, seguro que acaba llevándose uno para casa o pidiendo uno para Reyes o San Valentín.

Los peluches gigantes no son solo peluches, son mucho más que eso, son una especie de amuleto que nos quiere, que nos dan paz, tranquilidad, que sin que nos demos cuenta son terapia, son nuestro mejor amigo. Sí, así es, nuestro mejor amigo, siempre está para las buenas y para las malas, para cuando nos sentimos tristes y solos y para cuando somos felices y brincamos de alegría o para cuando no sabemos que decir pero tampoco necesitamos que nos digan nada. No nos regañan, no nos discuten, no nos ponen malas caras, simplemente nos abrazan, es como ese tierno abrazo que nos dice “no pasa nada” o “eres genial”.

¿El tamaño importa?

Y en este caso podemos decir que el tamaño importa, que está relacionado con nuestro sentimiento de protección, cuanto más grande sea nuestro peluche gigante más arropados nos sentiremos. Los hay tan grandes que se pueden poner en nuestro salón como si fuera un curioso y moderno puf, también lo podemos poner encima de la cama a modo de cómodo y esponjoso respaldo, o en el recibidor, dando una cálida bienvenida cada vez que entramos a nuestro hogar, pero es que un gran peluche puede servirnos como elemento decorativo, es de lo más chic, hay hasta concursos en los que se premian a los peluches más originales y a los mejores estampados, hay peluches gigantes para todo.

¿Y por qué no? También podemos dormir con él, está demostrado que como mejor se duerme es abrazado a alguien o a nuestro osito de peluche, nos hace dormir de lado y con la postura perfecta para que nuestro cuerpo descanse. Nos da calor sin necesidad de tener mil mantas encima y también nos proporciona tal nivel de tranquilidad que hará que nuestros sueños sean cada vez más bonitos y duraderos.

También podemos perfumar nuestro peluche, yo en concreto utilizo un suave aroma a lavanda que hace que me quede dormido más fácilmente y es que un gran peluche gigante junto con las conocidas técnicas de aromaterapia puede ser nuestro mejor acompañante para cuando estemos solos.

Ya lo sabéis, para cualquier tipo de ocasión, para celebrar el nacimiento de un bebé y hacerle un regalo de por vida, para regalar en sus cumpleaños, para esa madre o ese padre que necesitan un respiro, un gran peluche que diga “abrázame”, para esa adolescente en fase reivindicativa, que necesita canalizar su amor sin que nadie la vea, para esa persona loca de la vida que se siente triste de vez en cuando, para todo aquel que le cueste dormir y tenga pesadillas, para coleccionistas, para despedidas de soltero o de soltera, para aquel que quiera llamar la atención con la decoración de su casa, para todo aquel que le guste ser querido, para pequeños, para grandes, para cariñosos, para repugnantes, para ti, para mi, para todos, porque todos necesitamos amor. No hay mejor momento, que ese en el que llegas a casa y tu peluche y tú sois uno.