El lienzo es puro costumbrismo español. Imaginería de un mundo alejado del foco. Marginal. Una España que se rige por otra ley. En ella, una mujer sujeta con la mano derecha un pañuelo bordado y con la izquierda, se dirige a un hombre, sin camiseta, en chanclas y una trenza estilo crin rebotando su espalda, que no tarda en entrar en el encuadre. A la derecha de la mujer hay una joven vestida de novia, maquillada, decorada con colgante, pendiente y corona. Todo a juego. Llena de luminosidad. Los tres elementos brillan en un decorado ruinoso. Momentos antes de esta escena, la primera mujer, ante varias testigos, solo mujeres casadas, ha introducido ese mismo pañuelo bordado en la vagina de la futura esposa para romper su himen y así acreditar que llega virgen al matrimonio. Intacta. Pura. Y así se lo anuncia al padre: “Me dirijo a ti, que tu hija ha sacado un pañuelo de peso y te ha coronado”. La mujer, llamada juntaora o sicobari, en trance, margina a la joven y encumbra al hombre, su antiguo dueño, antes de entregársela al marido, su nuevo amo: “No es el pañuelo, sino su virginidad. Ella ha traído cuatro rosas y son preciosas”, exclama orgullosa, en referencia a las manchas de sangre recogidas en el pañuelo o dikhlo, símbolo de pureza y que certifica que esa joven es una buena gitana. Digna de su familia.

En otra representación de la honorabilidad de una joven, otra mujer, entrada en años, anuncia orgullosa que la niña que aparece junto a ella tampoco ha mantenido relaciones sexuales antes de su boda. En este caso, la protagonista no hace acto de presencia ataviada con un vestido de novia, sino que viste de calle. En la parte de arriba, lleva una sudadera del personaje de dibujos animados infantiles, Bugs Bunny, con la frase Whats up, doc? ("¿Qué hay de nuevo viejo?"). La joven, abiertamente afectada, no puede contener las lágrimas, quizás ilusionada. Pero incómoda al mismo tiempo: “Vosotros veis a esta doncella, tiene 20 hábiles, mujer más bonita no la hay. Y ole su almeja, no tiene ni las piernas rozadas. Es una niña que ha sabido guardarse. No tiene para sacar un pañuelo, tiene para sacar los que ella quiera. Ninguna mujer puede decir nada de esta niña porque está como la madre le trajo al mundo”, termina celebrando la anciana.

Estas dos escenas forman parte de una tradición milenaria dentro del milenario pueblo gitano. La prueba del pañuelo. Si el pañuelo sale rojo, tanto la honorabilidad de la mujer como la de su familia, están garantizadas. Si no, quedará deshonrada y la familia del novio podrá anular la boda. La prueba, más allá del dolor físico que puede provocar, es enormemente sexista. El hombre puede mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero la mujer no. Ella es un objeto. Propiedad, primero del padre, después del marido. No se puede dudar que muchas novias gitanas eligen libremente someterse a la prueba. E incluso puede ser que sientan orgullo de sí mismas por formar parte de un legado así. Pueden ser sentimientos legítimos y respetables. Y reales. Pero también es real la existencia del Síndrome de Estocolmo.

Las bodas gitanas son liturgias que colocan a la mujer en primer plano. De eso no hay duda. Ella es protagonista. Todo gira a su alrededor. Como en Barbieland. Es normal sentirse así. Si se confirma su pureza, el enlace sigue adelante. Después está el yeli. Los novios son subidos a los hombros de los hombres. Todos bailan, disfrutan, beben. Los varones se rompen la camisa. Ya lo dice Costa Sur: "Los gitanos cantarán el Yeli cuando salgan las 3 rosas, cantaran el Yeli, las gitanas cantaran el Yeli". 

En el caso en el que no haya superado la prueba, la novia tiene opción de escaparse antes del ritual y así no deshonrar a su familia. Junto a ella se puede ir también su marido, produciéndose así la “fuga” o “el rapto de la novia". Juan Gamella, autor de Matrimonio y género en la cultura gitana de Andalucía, lo explica así: “En general, los principales modos de casarse entre los gitanos son dos: la boda y la fuga, o una combinación de ambas. Fugarse, (llevarse a la novia) son formas extendidas entre los gitanos, sobre todo en Andalucía Oriental, donde hemos descubierto que no era una práctica desconocida tampoco entre payos. Suele suceder que, durante el tiempo que dura la fuga, la pareja no consume el acto sexual. Las familias que quieren pueden celebrar a su regreso el rito gitano de la boda. Si el rito no se celebra y existen sospechas que los escapados han mantenido relaciones sexuales, el matrimonio no se consolida hasta el nacimiento del primer hijo". 

Hay otra opción. No ser virgen y aún así, superar la prueba del pañuelo. A través de la reconstrucción de himen o coloquialmente, zurcido vaginal, la novia puede mantener una honra pública y salvaguardar las tradiciones gitanas. La himenoplastia es un procedimiento quirúrgico diseñado para restaurar o reconstruir el himen y, al ser una cirugía electiva, su realización implica riesgos y consideraciones médicas. Se requiere un profesional, ya que ha habido casos de reconstrucciones poco profesionales que han derivado en problemas médicos. También puede darse la posibilidad de que una mujer virgen no sangre al someterse a la prueba. O que se haya desgarrado el himen sin haber tenido relaciones sexuales. Al final, la prueba del pañuelo no es una prueba médica legítima y carece de fundamento científico confiable. Por tanto, la virginidad no se define únicamente por la presencia o ausencia de un himen intacto.

Puede ser también que la mujer haya sido forzada a someterse a dicha prueba o se haya hecho sin su consentimiento. Entonces, la prueba del pañuelo, más que una tradición puede tornarse en una violación. El artículo 179 del Código Penal, reza así: “Cuando la agresión sexual consista en acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o introducción de miembros corporales u objetos por alguna de las dos primeras vías, el responsable será castigado como reo de violación con la pena de prisión de cuatro a doce años”. Además, el punto 2 añade: “Si la agresión a la que se refiere el apartado anterior se cometiere empleando violencia o intimidación o cuando la víctima tuviera anulada por cualquier causa su voluntad, se impondrá la pena de prisión de seis a doce años”.

Persecución contra quien denuncia esta práctica

Cada vez que se viraliza un vídeo sobre la prueba del pañuelo suceden varios fenómenos. Hay quien lo critica y quien lo defiende. Sin embargo, el mayor daño lo hace la equidistancia. Como en buena parte de los conflictos sociales, la mayoría silenciosa y que no se posiciona es la que legitima el inmovilismo. Paula Fraga optó por no ser equidistante y criticó con dureza esta práctica. Por ello, fue acusada de racista. También recibió amenazas de muerte. Jurista, abogada especialista en protección a la infancia, Derecho penal y de familia, Fraga ha conversado con ElPlural.com y ha reflexionado sobre la prueba del pañuelo: "Es una aberración que debe ser prohibida. Una práctica patriarcal que subordina sexualmente a las mujeres y centra la supuesta honorabilidad en su comportamiento sexual. Por tanto, se trata de señalar y juzgar a las mujeres en función de cómo se comportan sexualmente. Es pura violencia por la práctica en sí. Introducir un pañuelo en la vagina de una niña ya que, muchas veces, son adolescentes quienes se casan. Y hay que resaltar la edad en la que se están casando estas mujeres. Es, además de sexismo y misoginia, una vulneración de la integridad física, emocional y moral de las mujeres".

Paula Fraga compartió en su cuenta de Twitter un vídeo en el que se representaba el rito de la prueba del pañuelo. Similar a uno de los que hemos analizado anteriormente. Y como mujer feminista, lo criticó. A raíz de ahí, sufrió una campaña de acoso y amenazas. Así lo relata: "Varias asociaciones antiracistas, entre comillas porque no hay nada más racista que por ser mujer de una etnia te tengas que someter a prácticas que vulneran tus derechos, y diputadas de Unidas Podemos me señalaron públicamente. Gitanofobia, racismo, xenofobia y, además de todo eso, un grupo de hombres de etnia gitana me acosaron y amenazaron durante días. Mi familia se asustó porque amenazaron con violarme y quemarme viva. A pesar de que hubo mujeres de etnia gitana que me criticaron, muchas otras me hablaron por privado para agradecerme lo que hice y defenderlas", confiesa.

En torno a utilizar las vías legales para perseguir esta práctica, la abogada gallega considera que "puede ser castigada como un delito contra la integridad moral y, probablemente, se pueda penar como agresión sexual ya que hablamos de introducir objetos en partes íntimas de la mujer". Asimismo, afirma que "los delitos contra la libertad sexual deben denunciarlos las mujeres que lo sufren. En el caso de menores, la Fiscalía; sin embargo, no está actuando contra este tipo de casos". Para Fraga, "se puede ir con el Código Penal pero, ante una práctica que todos sabemos que se está haciendo a mujeres y niñas en España, debería haber una prohibición expresa y una persecución efectiva, al igual que la hay para la mutilación genital femenina Sin embargo, no hay ni una ni la otra".

Sobre la posición adoptada por el Ministerio de Igualdad ante la prueba del pañuelo, Paula Fraga se muestra muy crítica: "No están haciendo nada". Además, añade que "están centrados en políticas transgeneristas y polémicas simbólicas y ridículas que no solucionan nada. Luego, los medios progresistas se vuelcan con estas polémicas y no con la prueba del pañuelo, mujeres con velo, prostitución y tantísimas otras formas de violencia que son atroces". A continuación, refleja que "Igualdad no hace nada para defender los derechos de mujeres de etnia gitana o que provengan de contextos islámicos porque tienen miedo a ser acusados de racistas. Y no solo eso, señalan a las feministas que verdaderamente estamos luchando las cuestiones importantes".

Desde ElPlural.com, nos hemos puesto en contacto por diferentes vías, tanto con el Ministerio de Igualdad y el entorno de Irene Montero como con el Instituto de la Mujer, y nadie ha querido ofrecer su posición ante esta práctica. Además, hemos intentado conversar con activistas en defensa de los derechos del pueblo gitano. Tampoco hemos obtenido ninguna respuesta por su parte. Solo silencio.