Muchos pueblos españoles siguen luchando a contracorriente contra un mal que arrastran desde hace años: La España vacía. Desde la década de los 60-70, y tras sufrir un periódico de crisis económica, muchas regiones se han visto afectadas por los movimientos migratorios desde las zonas rurales a las ciudades.

Este es el caso de Pareja, localizado en el corazón de La Alcarria y rodeado de vegetación, embalses y un lago azul turquesa. El municipio, que registra alrededor de 450 habitantes empadronados, es uno de los pueblos que se ha visto afectado por la despoblación. “Cuando un municipio deja de tener escuela… es un significativo, y eso es lo que queremos evitar”, explica Francisco Javier del Río, alcalde de la localidad.

Por esta razón, este pequeño pueblo que visitó Camilo José Cela, ha puesto en marcha un plan para resurgir la vida rural. Cuatro familias venezolanas, una asociación recién creada, un alcalde dispuesto, ganas y pasión, han sido los ingredientes para llevar a cabo este proyecto.  

Zaida Varrillas y Ángel Márquez, Tulia Concepción Ramírez y Juan Eduardo Escalante, Belkis Morillo y Jairo Sánchez y Cielo Celeste Francis, junto a sus hijos y sobrinos, son los protagonistas de esta historia.

Pareja (Guadalajara) es una pequeña localidad con un gran atractivo turístico, rodeado de recursos paisajísticos naturales, embalses y un lago, que lo hace ideal para los deportes de agua, también tiene un alojamiento rural con vistas a una vega llena de vegetación y al mencionado lago y embalse de Entrepeñas. Sin embargo, y pese a tener gran diversidad de servicios con los que atender las necesidades de los habitantes, el municipio estaba perdiendo uno de los motores que sustenta al pueblo: la escuela. “Para que los municipios continúen, la escuela es fundamental, es el motor de la sociedad”, explica el dirigente de la localidad.  

El colegio estaba a punto de cerrar, la situación era complicada. ¿Cómo podrían evitarlo? En ese momento, el alcalde se enteró de una asociación que buscaba pueblos de la España vacía para asentar a personas en situación de asilo, como era el caso de Pueblos con futuro. Una organización que se fundó hace tan solo 10 meses. “Es una asociación pequeña, somos en total nueves personas”, explica Dorys Castillo, responsable de Pueblos con futuro. Esta organización “es la consecuencia de muchos trabajos. Somos un grupo de personas que se han reunido para un mismo objetivo de especial sensibilidad”, añade.

A través de un miembro de la agrupación, Pueblos con futuro y el alcalde de Pareja decidieron emprender esta iniciativa de la mano. “Hablamos con el alcalde y nos dio un perfil de familia, lo tenía muy claro. A partir de ahí, la asociación buscó a las familias que encajasen en ese prototipo”, comenta Castillo. “Nosotros no damos ayuda social, porque las familias ya vienen de un proceso de acogida, de asilo y de ayudas. Nosotros les hacemos un seguimiento continuo para que todo vaya bien o en el caso de que tuviesen dificultades económicas, la asociación le proporciona la ayuda sin intereses, aunque luego tienen que devolverlo. Les ayudamos en lo que necesiten, pero ellos toman sus propias decisiones, son autónomos”.

Gracias a este proyecto, Pareja está consiguiendo su objetivo principal: que la escuela permanezca abierta y más viva que nunca. “El fin primordial de este proyecto era nuestra escuela. Hemos pasado de 5 niños a 13. Y a su vez, ha supuesto la apertura de las dos aulas: una para infantil y otra para primaria”, continúa el regidor del pueblo, mientras añade que “no queremos que haya unos pocos niños, sino que cuantos más, mejor”.

Asimismo, y debido a las circunstancias causadas por el coronavirus, el Ayuntamiento de la localidad ha invertido alrededor de 10.000 euros para reformar la escuela y adaptarla según los protocolos de Sanidad. “Se ha acondicionado el patio, el arenero, las vallas y se ha pintado la fachada. Además, diariamente se desinfecta por el coronavirus", explica.

A las seis de la tarde de un domingo, Sebastián y Santiago, los dos pequeños de Zaida Varillas y Ángel Márquez, juegan en el patio del colegio con unas bicicletas. Mientras, sus padres reflexionan sobre todo lo que han dejado atrás para aventurarse en esta nueva etapa. Venezuela no pasa por un buen momento, la inestabilidad política y social del país está provocando que muchos venezolanos busquen nuevas alternativas para un futuro mejor. “En dos ocasiones vinimos a España, en 2011 y 2013, y conocíamos Madrid, pero en esta tercera oportunidad nos quedamos por la situación en Venezuela”, explica el matrimonio. “Dejamos toda nuestra vida para buscar un nuevo horizonte. Vendimos la camioneta, ganado y dos motos nuevas para venir a España”, añaden apenados.

Zaida y Ángel eran profesores en una escuela rural, aunque también él se dedicaba a la agricultura, ya que vivían en el campo. Sin embargo, la incertidumbre y un futuro inestable les hizo cambiar el rumbo de sus vidas y aterrizar en Madrid. “Al llegar a Madrid teníamos tranquilidad, trajimos 5.000 dólares, pero se fue en menos de dos meses”, relatan. “Ambos trabajábamos en Uber y Glovo, pasábamos todo el día en la calle”, continúan explicando Zaida y Ángel. “Vivíamos 12 familiares en un piso de Madrid, eso era terrible, pero siempre hemos contado con el apoyo familiar”. Pese a ello, y después de estar casi 14 horas encima de una bicicleta, el dinero apenas llegaba a fin de mes. Por suerte, Ángel consiguió un empleo como ayudante de construcción. “Tuve más tranquilidad, porque me pagaban 50 euros diarios”, comenta.

Sin embargo, llegó la pandemia y todo se hundió. En ese momento, pidieron ayuda a Cáritas para ver qué podían hacer y tras una reunión, la responsable de Pueblos con futuro, Dorys Castillo, se puso en contacto con ellos. Una oportunidad que no dejaron pasar. “La primera noche en el pueblo dormimos con una tranquilidad como si hubiésemos dormido durante dos días seguidos”, confiesa Ángel.

El matrimonio y sus tres hijos – uno mayor de edad y dos pequeños – están contentos de estar aquí. Zaida trabaja cuidando a dos personas de avanzada edad y cubriendo las vacaciones de la vivienda tutelada de mayores, Ángel es empleado del Ayuntamiento. Además, tienen un pequeño huerto que les cedió un vecino del pueblo donde plantan algunos alimentos. “Tanto el pueblo como las personas son muy acogedoras. Nos han recibido muy bien. De hecho, muchas señoras nos han dado ropa para los niños y para nosotros”, explican ambos.

“Aquí nos sentimos muy tranquilos, con más estabilidad. La paz y la tranquilidad en un hogar, en un matrimonio, no se compra con dinero, y aquí lo tenemos todo”, por ello, “le damos las gracias a Dios, a la gente de este pueblo, al alcalde, a la asociación y por supuesto, a Cáritas, que gracias a ellos estamos aquí”, gratifica Ángel.

Los niños están encantados con el pueblo, sin embargo, a los adultos les ha costado un poco adaptarse a esta nueva normalidad, como a Cielo Celeste Francis, una joven de 22 años que se encarga del bar de la urbanización de El Paraíso, ubicado a 6 kilómetros de Pareja. “Yo vivía en Madrid y llegar a un pueblo es un cambio drástico, son estilos de vida distintos”, confiesa la joven.

Cuando Cielo llegó a Madrid hace dos años, oyó que algunos pueblos buscaban ser repoblados, algo que le pareció buena idea, pero decidió quedarse en la capital. Sin embargo, tras la pandemia se quedó sin trabajo, por lo que rescató esa posibilidad del pasado a través de Provivienda, que contactó con Pueblos con futuro. “Con el coronavirus me quedé sin trabajo, que era el único ingreso que entraba a casa, por lo que busqué otras alternativas y el pueblo era una de ellas. Vine a Pareja, me gustó y me quedé”, explica.

Cielo vive en Pareja junto a su hermana y sus sobrinas. Todos los días, la joven se desplaza hasta su puesto de trabajo en bicicleta por la mañana y vuelve al anochecer, algo que al principio le costaba. “Lo que más me ha costado es ir en bicicleta al trabajo”, dice.

Por su parte, la joven agradece a la asociación su labor, que están muy pendientes de todas las familias. “Nos han ayudado a encontrar piso, a conocer gente, en la integración. Nos hacen seguimientos para saber si nos falta algo o cómo nos sentimos”, continúa relatando.

Cielo considera que la vida en un pueblo es posible si tienes trabajo y todas las necesidades básicas cubiertas, como es el caso de Pareja. “Si tienes trabajo es viable, pero como en todos lados. Además, el alquiler es económico, hay comida, facilidades y comodidades. Por ejemplo, por la noche estás en tu casa y en la ciudad eso no se tiene, porque por la noche trabajas”, explica, mientras añade que “no considero que el pueblo esté aislado. Se vive bien, tranquila y al haber transporte puedo ir a la ciudad cuando quiera”.

Belkis Morillo y Jairo Sánchez eran corredores de seguros, pero ahora ella se dedica al cuidado de personas mayores y él trabaja en el Ayuntamiento. “Al principio nos costó adaptarnos, pero cuando te familiarizas, todo va bien”.

El matrimonio, que tiene dos niñas pequeñas, llevan desde el mes de marzo en Pareja. “Conocimos a Dorys a través de una amiga, nosotros no estábamos en ninguna asociación. Nos contaron la idea de repoblar un pueblo para salvar el colegio con un perfil determinado y dimos nuestros currículums”, explica Belkis, porque “con el dinero que ella ganaba se iba todo en el alquiler, sigue Jairo.

La familia ha tenido que cambiar de aires, pero consideran que “aquí hay mayor tranquilidad que en una ciudad, ya que es otro modo de vida diferente”. Esta nueva etapa ha supuesto dejar atrás sus “profesiones, porque estamos haciendo otras cosas que no nos habíamos dedicado, y el hecho de vivir en una ciudad, que siempre hemos vivido en una”.

Belkis y Jairo están en contacto permanente con la asociación, que les hacen un seguimiento continuo para ver cómo se siente y cómo se están adaptando al pueblo. “La cuestión de todo esto es ver cómo finaliza todo y ver si la familia se adapta bien, porque vivir en un pueblo no es fácil, pero mientras tengas trabajo… y los dos lo tenemos”, explica el matrimonio.

Ambos reconocen que al principio les costó adaptarse, “pero después cuando empiezan a conocer a uno, cambian las cosas”. De hecho, “algunos vecinos les regalan cosas a las niñas, sobre todo la gente mayor, que se han portado muy bien con ellas”.

La pareja cree que la vida en un pueblo es viable siempre y cuando tengas trabajo, ya que los alquileres son más baratos que en las ciudades. “Aquí los alquileres son más económicos y no estamos lejos de Guadalajara y otras partes. Además, hay muchos servicios, como la medicina, la conexión a internet, etc.”.

La familia está contenta en el pueblo, viven felices y tranquilos, aunque Belkis y Jairo siguen luchando para conseguir nuevas metas y encontrar un trabajo que se acerque a su área laboral. “Cuando estás produciendo y tienes ingresos para mantenerte, tienes otras metas, empiezas a ver otras cosas”.

Tulia Concepción Ramírez, que se dedicaba a la docencia artística, y su marido, Juan Eduardo Escalante, que era taxista, viven en Pareja con dos de sus tres hijos. En la localidad, ella regenta el bar del Centro Social del municipio y él trabaja en el Ayuntamiento. “Ahora tenemos tranquilidad, la garantía de que podemos tener otras oportunidades. También está la parte emocional, allí es más difícil por la política y el deterioro económico social. Pero aquí, hay otra esperanza de seguir y de que nuestros hijos tengan otro futuro, porque allí no lo veo”, explica Tulia.

La familia lleva casi dos años en España, aunque antes de aterrizar en Pareja, vivieron en varios lugares: “Estuvimos en Chile y luego unos meses en Ecuador”. En España, pasaron por varias ciudades, puesto que cuando solicitas una situación de asilo, las organizaciones trasladan a las familias dependiendo en la fase en la que se encuentren y las plazas disponibles, ya sea en la misma provincia o en una diferente. “Estuvimos en un municipio de Tarragona, después en Barcelona y finalmente en Madrid. Todo eso en un solo año escolar”, cuenta Tulia. “De una manera u otra, hemos dado tantas vueltas, que creo que mis hijos lo ven normal. Aunque por fin terminan su año y veo que están bien, que se adaptan”, expresa.  

Durante este proceso, Tulia destaca un problema: la documentación, que se agravó con la pandemia del coronavirus. “Entendemos que se acumularon muchas solicitudes de asilo y con la pandemia, más. Ahora nos preocupan nuestros hijos que viven en Pareja, que aún no tienen su pasaporte, y aunque tienen la resolución de residencia y están legales, tienen parados otros trámites posteriores porque el pasaporte no lo tienen”, confiesa preocupada, aunque reconoce que “el resto de cosas han fluido, “hemos recibido mucho apoyo”.

Sin embargo, Tulia y su familia no cumplían un requisito importante para entrar a vivir al pueblo: tener hijos pequeños para matricular en la escuela, sin embargo, “les dije que por favor no nos dejasen fuera del programa”, así que, “nos buscaron ese espacio”.

Cuando llegaron a Pareja, Pueblos con futuro les concedió un crédito para abrir el bar, así como un constante seguimiento para saber cómo se encontraban y cómo se adaptaban a esta nueva vida. “Todo el tiempo están pendientes, incluso por cómo nos sentimos. No tengo ni palabras. Eso es algo que hacen por voluntad, pasión y cariño, de una manera muy desinteresa”, agradece.

Asimismo, gratifica la ayuda y el apoyo que han recibido por parte de los vecinos del pueblo: “La gente del pueblo nos ha apoyado muchísimo, con cosas del bar o con las costumbres de aquí. Hay muchas personas que nos han dado la mano y estoy muy agradecida”.

Por su parte, cree que vivir en el pueblo es una opción válida, de hecho, confiesa que “la gente salió a la ciudad, pero también tiene la necesidad de volver al pueblo por muchas cosas”, un argumento que lo justifica con la actual pandemia: “Con lo que estamos viviendo y por la situación económica, se vive más tranquilo aquí, ahorras en gastos, estrés…”, confiesa la regente del Centro Social. “Para mí vivir en un pueblo es factible. Yo creo que va a tener buena dirección a partir de estos meses, se ha visto más interés en los pueblos. Yo creo que va a crecer más”, concluye Tulia.

En cualquier caso, la pandemia ha demostrado que las personas siempre vuelven a su lugar de origen: los pueblos. Un sitio donde escapar del frenesí que se vive en las ciudades, en el que se respira aire fresco y en el que la palabra estrés no existe. Sin duda, la llegada de la Covid-19 ha dejado atrás las excusas y ha hecho patente que la vida en un pueblo es posible, puesto que muchos trabajos se han podido desarrollar en cualquier punto con una buena conexión wifi.