Yo me quedo es casa. Eso decimos constantemente en redes y medios de comunicación. Quédate en casa, nos gritan a diestro y siniestro, añadiendo que es nuestra contribución para salir de este entuerto, nuestra personal forma de heroísmo. Y, por supuesto, obedecemos. O al menos, obedecemos quienes nos creemos personas responsables y civilizadas.

Ya está. Yo ya pongo mi granito de arena, máxime si -como en mi caso- tengo una de esas profesiones en que habré que acudir en algún momento a mi centro de trabajo.

Pero no está. ¡Qué va a estarlo! Nos olvidamos de muchas cosas, de esas cosas de las que se habla poco y menos aun cuando un ciclón de tal calibre invade nuestras tranquilas vidas. Nos olvidamos de quienes, aunque quieran, no pueden quedarse en casa, porque no tienen casa donde quedarse.

La enfermedad nos igualará en el momento en que todas las personas tengamos una casa donde quedarnos

De las personas sin techo se habla poco durante el resto del año, pero, en situaciones de crisis como esta, se vuelven invisibles. Si la solución es quedarse en casa, para ellos no hay solución entonces.

En estos momentos me vienen a la cabeza todas las imágenes de esa gente que duerme en la calle, en cajeros, en paradas de metro, en entradas de comercio o en bancos en parques. Son las personas por delante de las que pasábamos cada día y a las que apenas dirigíamos una mirada. Miramos a otro lado, pero están ahí. Pasando frío, en el mejor de los casos, y, en el peor, expuestos a las burlas y a las atrocidades de que algunos bárbaros les convierten en diana. Y ahora, además, expuestos a una enfermedad que ha dado la vuelta como un calcetín a nuestras rutinas.

Pensaba en ello cuando oía ayer una noticia, algo hermoso entre tanto mensaje inquietante. Un hotel y una pensión habían ofrecido habitaciones para que estas personas puedan quedarse en casa, como cualquiera. Algo a lo que no dábamos importancia hasta que un bicho microscópico nos ha recordado que no somos infalibles.

En estos días he oído más de una vez el tópico de que la enfermedad nos iguala a todos. Pero no es cierto. Solo nos igualará en el momento en que todas las personas tengamos una casa donde quedarnos si así nos lo mandan.

Ojalá nos sirva para reflexionar cuando todo esto acabe. Que acabará, sin duda.