Soy víctima de violencia de género. Y sí: tuve miedo.

Pero más miedo me da ahora escuchar a hombres como Juan Soto Ivars, decir que esta ley es un ataque contra ellos. Que una denuncia puede arruinar inocentes. Que las mujeres utilizamos el sistema para vengarnos. Que somos manipuladoras profesionales.

Que “pobres hombres”.

¿Pobres? Pobres nuestros hijos, que aprendieron demasiado pronto a reconocer el sonido de una puerta al cerrarse con violencia. Pobres quienes duermen con un ojo abierto porque la casa, en cualquier momento, puede convertirse en trinchera. Pobres los que han visto morir a sus madres asesinadas por sus padres. Pobres las que dudamos, las que callamos, las que sobrevivimos en silencio porque nos convencieron de que exagerábamos, de que éramos unas locas.

Me revuelve escucharte, Soto Ivars, hablar de denuncias falsas como si fueran la norma. La realidad es que las denuncias falsas son estadísticamente irrelevantes.

Lo que sí es relevante es que casi el 78% de las mujeres ni siquiera denuncian y las asesinan sus parejas o exparejas. A muchas les falta fuerza. A otras les falta apoyo. A todas nos falta un entorno que nos crea sin que tengamos que mostrar moratones como prueba de acceso al respeto.

Una denuncia sobreseída no es una denuncia falsa. Porque la violencia no lleva notario.

Y mientras tanto, tú hablas de los hombres como víctimas de una ley que los discrimina.

¿Sabes lo que es discriminación?

Que salgas del juzgado con tus hijos de la mano y tu maltratador continúe libre, sonriéndote desde la acera. Que un día la policía llegue tarde. Que la “presunción” de que exageras te acompañe más tiempo que los propios hematomas.

No te atrevas a usar nuestras vidas para tu falso relato.

No en mi nombre.

Yo sé lo que cuesta romper la espiral de control: te deja rota, endeudada, señalada.

Te deja sin casa, sin vida laboral, sin fuerzas.

Te deja con ansiedad, medicación, papeleos y un futuro que hay que reconstruir desde cero como si fueras tú la culpable del derrumbe.

Si hoy escribo esto es precisamente porque la ley no es suficiente.

Porque siguen matando a mujeres.

Porque siguen dejando a menores huérfanos de madre.

Porque sigue diciendo que nosotras somos el problema.

La violencia de género es ese grito que aún escucho en mi cabeza cuando cierro los ojos. Es esa puerta que se cerraba y yo ya sabía que venía el infierno.

Por eso lo digo claro:

La Ley de Violencia de Género salva vidas. La tuya, tu discurso, solo pone en riesgo la vida de muchas mujeres.

No hables en nombre de las víctimas para justificar tu cruzada contra nuestros derechos.

No decidas por mí qué es justo.

No pretendas tutelarnos.

No vacíes de sentido el terror que pasamos.

Yo ya he recuperado mi voz.

Y es para decirte que no.

No en mi nombre.

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