La toxina botulínica tipo A más conocida es el botox, un potente relajante muscular que actúa por un largo periodo de tiempo (entre 3 y 6 meses). Se obtiene de la bacteria Clostridiunbotulinum y, aunque su uso se asocia popularmente a tratamientos de estética, resulta muy eficaz para combatir ciertas enfermedades neurológicas como la migraña y una de sus comorbilidades más frecuentes: el bruxismo.

El bruxismo es un trastorno que provoca el movimiento involuntario de los músculos de la mandíbula. Las personas que lo sufren aprietan los dientes más de la cuenta y los hacen rechinar, especialmente durante el sueño. Algunos estudios concluyen que alrededor del 80% de la población ha sufrido o sufre este problema al menos una vez en su vida.

Esta patología está asociada con el estrés y la ansiedad. Además de problemas dentales, provocan dolores de cabeza y malestar alrededor de la mandíbula. Fumar o mantener una dieta rica en azúcares o carbohidratos actúan como factores de riesgo, ya que pueden provocar ansiedad.

El neurólogo Jaime S. Rodríguez Vico, coordinador de la Unidad de Cefaleas de la Fundación Jiménez Díaz y responsable del blog CefaBlog, defiende la aplicación terapéutica de la toxina botulínica frente al bruxismo. “Se puede aplicar la misma técnica que con la migraña, infiltrando los músculos maseteros de la mandíbula y también los temporales. Suele ser bastante eficaz. ¿Por qué? No solo es un tratamiento analgésico, sino que, además, es relajante muscular”, subraya.

El tratamiento con bótox es una de las terapias preventivas más recomendadas para combatir la migraña crónica cuando el paciente es intolerante a los medicamentos preventivos orales o no responde de forma adecuada a los mismos. Se administra siguiendo un protocolo consensuado llamado por sus siglas en ingles PREEMPT, que consiste en inyecciones intramusculares en varias regiones de cabeza y cuello ( entre 31-40 puntos), con el objetivo de prevenir las cefaleas recurrentes. Ojo, que no aplicarlo bien puede dar lugar a que no resulte eficaz. Es necesario que lo haga un profesional bien formado. Si es posible, en una Unidad de Cefaleas, ya que existe mucha infiltración no estandarizada en otras consultas. El proceso es muy rápido, apenas 15 minutos en consulta, y no requiere hospitalización. El paciente puede hacer vida normal posteriormente y los efectos se empiezan a notar aproximadamente en dos semanas.

Según explica el especialista de la Fundación Jiménez Díaz, la toxina botulínica bloquea la liberación de los neurotransmisores en las neuronas, y esto bloquea péptidos relacionados con el dolor y el estímulo muscular. En general se tolera muy bien, sin efectos secundarios sistémicos como mareos, sedación o dolor de estómago. Los especialistas recomiendan aplicar esta técnica cada tres meses para mantener su efecto.

¿Tiene efectos secundarios?

Otra de las ventajas de este tratamiento es que los efectos secundarios no son muy frecuentes. Tras recibir la infiltración, los pacientes pueden sufrir ciertas secuelas de carácter temporal y leve como dolor cervical, debilidad o rigidez muscular, caída del párpado y elevación de las cejas.