Reproducimos el discurso íntegro pronunciado por el redactor jefe de ELPLURAL.COM, Marcos Paradinas, en la presentación de su libro El Fin de la Homofobia: derecho a ser libres para amar (Editorial Catarata).
Cuando la Fundación de Baltasar Garzón me propuso que escribiera un libro sobre Derechos Humanos, estuve dudando sobre qué temática elegir. Por desgracia, las posibilidades eran infinitas. Y digo por desgracia porque, si los Derechos Humanos se cumplieran a rajatabla, no habría necesidad alguna de escribir sobre ellos, o al menos no haría falta reivindicarlos y nosotros no estaríamos aquí. Pero aquí estamos.
Muchas veces, cuando escuchamos hablar sobre incumplimientos de los Derechos Humanos, lo que nos viene a la cabeza es la imagen de algún país lejano, víctima de genocidios sistemáticos o de dictaduras sangrientas. Problemas que sí existen, como bien sabe Baltasar, quien hace unos meses estuvo en Senegal, colaborando en el juicio contra el Pinochet Africano, y mañana, como quien dice, seguirá defendiendo los derechos de Julian Assange, el fundador de Wikileaks. Por lo que hoy, especialmente agradezco que esté aquí en Madrid con todos nosotros luchando por esta causa.
Porque los Derechos Humanos son universales y de manera universal se incumplen. Y para este libro quería centrarme en un problema que pudiéramos estar viviendo cualquiera de nosotros, o de nuestros familiares, amigos o vecinos. Entonces, recordé la historia que no hacía mucho me había contado alguien muy cercano a mí.
Esta persona, un chico, decidió ir a pasar unos días con su novio a Oporto, en Portugal. Una escapada modesta a un país poco exótico que se convertiría en una pesadilla por el simple hecho de ser gais. Ambos estaban acostumbrados a recibir alguna mirada furtiva cuando paseaban de la mano por las calles de Madrid. Pero no esperaban que la gente les insultara por la calle, se parasen a señalares e incluso se rieran de ellos a carcajadas.
A través de Internet, también hemos visto este triste fenómeno repetido en vídeos virales de parejas homosexuales que se graban paseando juntos por las calles de Rusia, Ucrania y hace unos días en Argentina, para demostrar la homofobia con la que tienen que lidiar sus ciudadanos cada día. Pero choca encontrarse con este problema a plena luz y a solo unos kilómetros de nuestras fronteras.
Y si nos choca es porque en España hemos avanzado mucho en materia de respeto a los derechos de las distintas orientaciones sexuales. El Pew Research Center es una organización demoscópica independiente de Estados Unidos que, entre sus estudios internacionales, suele incluir un análisis de la moralidad de los países frente a temas controvertidos. Y, cuando preguntó en 2013 por la aceptación de la homosexualidad, España estaba en el primer puesto de los países más tolerantes. Entonces, sólo un 6% de los encuestados creía que la homosexualidad era algo inmoral.
Este es un dato para estar bien orgullosos, desde luego, pero que también nos dice que no debemos bajar la guardia. A la vista del resultado, la homofobia quizás no sea un cáncer en nuestro país, pero sigue siendo un tumor del que hay que deshacerse.
Y en esa lucha, este libro pretende aporta un pequeño grano de arena. Por una parte, con el objetivo de explicar y analizar cómo es la homofobia en otras partes del mundo, para que los españoles seamos conscientes de que en la actualidad hay una decena de países que siguen condenando a muerte a sus ciudadanos simplemente por amar. Y más de 60 donde se les considera criminales y se les castiga con penas que van desde la cadena perpetua al exilio, pasando por los latigazos.
Por otra parte, en el libro intento indagar un poco en cómo ha sido la evolución de España en esta materia, para que más allá de nuestras fronteras pueda servir de ejemplo. Sobre todo de cómo la situación puede cambiar en tan poco tiempo. Por muy medievales que sean los castigos que se infligen en otros países, llama la atención que todos sin excepción se centran en castigar a los gais por sus relaciones sexuales. Sólo la ciudad de Palembang, en Sumatra, un pequeño punto en el mapa, tiene leyes escritas contra los homosexuales sólo por su condición, es decir, el simple hecho de ser gay conlleva penas de prisión.
Esta idea no es tan original y ya la tuvo Francisco Franco en 1954, cuando modificó la Ley de Vagos y Maleantes para perseguir a “los homosexuales, rufianes y proxenetas”. Éstos, según el BOE, eran “sujetos caídos al más bajo nivel moral” que causaban agravio “al tradicional acervo de buenas costumbres” de España y debían ser reformados por el bien común. Muchos de ellos acabaron en campos de concentración de corte nazi, donde además de a trabajos forzados, eran sometidos a experimentos como el electrochoque o la lobotomía.
Ya con el dictador muerto, el Gobierno de UCD sacó a concurso la construcción de 10.000 plazas más de “reeducación” para homosexuales. En realidad, estos centros eran prisiones donde a los condenados se les separaba en bloques según si eran “activos o pasivos”. Y, estamos hablando de 1977 que en términos históricos, es ayer por la tarde.
Hoy, no sólo somos el primer país en tolerancia, sino también el primer país del mundo que aprobó de una tacada el matrimonio y la adopción para parejas del mismo sexo. Eso sí es Marca España.
Pero no todo son alegrías, y en eso quiere incidir el último objetivo de este libro. Señalar los problemas que siguen viviendo en España nuestros ciudadanos, para que no se dé ni un paso atrás, como ha llegado a suceder.
Por ejemplo, el actual Gobierno ha vulnerado el derecho humano de los homosexuales a formar una familia. Las parejas lesbianas ya no pueden acceder a la reproducción asistida en la Sanidad Pública después de que el Ejecutivo modificara la ley. En un principio, el Ministerio de Sanidad intentó acotar este derecho sólo para “parejas heterosexuales” pero como la medida tenía un tufo anticonstitucional, fueron más sutiles y restringieron el acceso solo para las mujeres estériles. Ahora, la ley exige, y esto es textual, que haya habido “12 meses de relaciones sexuales con coito vaginal” sin embarazo para poder acceder a las técnicas in vitro. Semejante intromisión en la vida privada cerraba de facto la puerta a las lesbianas y a las solteras porque, según la ministra Ana Mato: “No creo que la falta de varón sea un problema médico”.
A día de hoy sigue habiendo políticos y cardenales españoles que tienen bula, no sé si papal, para proclamar que la homosexualidad es una enfermedad que puede curarse. Algo que además vulnera el derecho humano a la “protección contra abusos médicos”. Y también hay cientos de guardias civiles, políticos, deportistas y policías homosexuales y transexuales que luchan cada día contra las discriminaciones que viven en sus trabajos, donde muchas veces se les vulnera su “derecho humano a participar en la vida pública”.
Por último, querría hacer una mención a un problema que estamos viviendo en estos últimos días y que me consta que la alcaldesa de Madrid conoce de primera mano porque está trabajando en ello.
Hace poco tiempo, una persona que hoy está aquí con nosotros y a la que admiro mucho por sus 50 años de lucha por los derechos de las mujeres, Ana María Pérez del Campo, me contaba una anécdota. Cuando se aprobó el matrimonio igualitario, muchos líderes del movimiento LGTB le decían que ahora todo iba a ir a mejor. Y ella les avisaba de que, cuando se legalizó el divorcio, se produjo un fenómeno de visibilización de la mujer que produjo el aumento de la violencia machista.
Los resultados del terrorismo machista llevamos ya años padeciéndolos. Y ahora, por desgracia, parece que la violencia homófoba está resurgiendo con fuerza. La asociación madrileña Arcópoli, en todo el 2015, registró 30 casos de agresiones homófobas y transfóbicas. Mientras que en lo que llevamos de 2016, que sólo son dos meses, ya han atendido 25 casos.
Y hablamos sólo de Madrid. En Galicia ya se ha registrado una muerte, la de un dueño de un ciber que fue agredido por tres chavales, dos de ellos menores de edad, y otras tantas palizas por toda la región. Y más de lo mismo ocurre en Andalucía, donde un joven transexual acaba de ser agredido por otros dos chicos al grito de “si Franco estuviera vivo te fusilarían”. Así como, hace unos días en Sevilla, una pareja de homosexuales fue expulsada de una discoteca a puñetazos por parte de los porteros, mientras una camarera les escupía.
Cuando uno busca elementos en común en estas agresiones, el odio es el primero que salta a la vista. Pero hay otro más preocupante aún. En la mayoría de casos, los agresores son jóvenes, cuando no menores de edad. Y eso nos lleva a la raíz del problema. Contra la homofobia, y contra el odio, hay que luchar desde la escuela.
En el libro, he incluido una entrevista a José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente que legalizó el matrimonio igualitario. Y, cuando le pregunté qué recorte del actual Gobierno a sus medidas le había dolido más, no lo dudó: Educación para la Ciudadanía. Esa, según él, era la clave para “que no tengamos rebrotes de homofobia y machismo”
La revolución ya la hicimos entre todos hace 10 años. Ahora, tenemos que cuidar el legado que dejaremos en manos de quienes vienen detrás. Porque de ellos dependerá que la España del futuro no se parezca a la España del pasado.