La exhumación de los restos del dictador Franco del Valle de los Caídos, de su mausoleo de lujo y denigratorio para los republicanos allí enterrados también, cumple hoy dos años. Dos años desde que el Gobierno de Pedro Sánchez, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica y de un compromiso y promesa política desde su llegada al poder en junio de 2018, acabara con un anacronismo único en Europa y que supuso más de un año de trámites administrativos, denuncias y pleitos ante la justicia por parte de una familia, la de los Franco, que no se dieron cuenta o no quisieron asumir que el dictador había fallecido en 1975 y que desde 1977 España había cambiado su paisaje político: De un régimen autoritario a una democracia soberana.


Para siempre quedarán las imágenes de los restos de Francisco Franco saliendo de la Basílica del Valle de los Caídos, en una inmensa soledad acompañado solo de miembros de su familia ante la mirada atenta y severa de la entonces vicepresidenta primera del gobierno, Carmen Calvo.

Sus restos fueron trasladados en helicóptero al cementerio de Mingorrubio-El Pardo donde “descansan” junto a la tumba de su esposa, Carmen Polo. Curiosamente la tumba dista del Palacio del Pardo, residencia oficial de Franco durante 36 años y ahora lugar dedicado para jefes de Estado extranjeros desde 1983, unos dos kilómetros. Mingorrubio, es una colonia edificada en la década de los sesenta por el propio régimen para destino de miembros del ejército y de sus familias.

“El general no tiene quien le visite”


Tras la exhumación de los restos de Franco y su traslado a esta colonia, la vida de Mingorrubio no parece especialmente afectada dos años después. Lejos de algunos temores de que este tranquilo lugar se convirtiera en un rincón de adoración al dictador y de exaltación franquista, Mingorrubio y el entorno del panteón siguen siendo un rincón plácido de la región madrileña sin que su vida se haya visto alterada. Tan solo algún turista, algún senderista o aficionado a la bicicleta, pueden verse por el cementerio atraídos solo por la curiosidad sin ningún tipo de tinte político.  Las multitudinarias expediciones y visitas de ultraderechistas organizadas anteriormente son ya parte del pasado. Algunos nostálgicos pueden verse en el cementerio de Mingorrubio pero para nada comparable en número a las anteriores “expediciones” en el Cuelgamuros. Igual que en la novela de García Márquez, 'El coronel no tiene quien le escriba', ahora, en Mingorrubio, en su tumba, “El general no tiene quien le visite”.

Pasan los días y el panteón del sublevado militarmente contra el Gobierno legítimo de la República amanece sin una simple flor que recuerde las enormes y cotidianas coronas que le homenajeaban continuamente sobre la enorme losa de la Basílica del Valle de los Caídos.

Franco está enterrado y bien enterrado”


Tampoco tiene el acompañamiento permanente de los monjes benedictinos de los que gozaba antes. Una estancia de monjes que son otra asignatura pendiente y que el Gobierno trata de solucionar como otro anacronismo existente: 350.000 euros nos cuesta pagarles su residencia.

Mingorrubio y sus vecinos, muchos de ellos familias de militares, no ha querido que la colonia se convirtiese en el barrio de la tumba de Franco. Y así ha sido dos años después: ni romerías de ultras, ni flores, ni simbología franquista, “El general no tiene quien lo visite”. Ahora sí, “Franco está enterrado y bien enterrado” y “al segundo año no resucitó”.