Cara de no haber roto un plato y una teoría feminista aprendida al dedillo, que solo chirriaba a la hora de hablar de la prostitución a las de la lucha más incansable, pero no al vasto público general. La reciente denuncia de acoso y agresión sexual contra Íñigo Errejón, referente político de la izquierda española, ha sido un nuevo golpe para quienes aún confiaban en que ciertas esferas de la sociedad estaban comprometidas con la igualdad y el respeto hacia las mujeres. Esta acusación contra un líder político, alguien que en teoría representa valores de progreso y justicia, confirma una vez más que el machismo, lejos de ser exclusivo de ciertos entornos o grupos, se manifiesta de manera transversal y silenciosa en todas las esferas de la sociedad. Este ha sido un recordatorio contundente de una realidad que muchas mujeres hemos experimentado en carne propia: no podemos fiarnos de nadie.

El caso, dado a conocer por la periodista Cristina Fallarás, ha sacudido a la opinión pública, no solo por el peso de la figura denunciada, sino también porque representa una traición a las mujeres que aún buscan aliados dentro de las estructuras de poder. Errejón, una figura visible del ámbito progresista, cuya imagen pública enarbolaba ideales de igualdad, se encuentra ahora bajo la lupa, como tantos otros, acusado de haber perpetrado actos que contradicen los mismos principios que defiende en sus discursos. Este tipo de revelaciones no solo provoca una desilusión, sino que añade una carga emocional a la vida cotidiana de las mujeres, quienes comprobamos una vez más que los espacios de poder —sin importar su orientación ideológica— están profundamente marcados por actitudes machistas y misóginas.

La denuncia, impulsada por Fallarás, cobra un valor especial no solo por dar voz a quienes aún no se han atrevido a denunciar, sino por evidenciar la importancia de las redes de apoyo entre mujeres. Son estos lazos, muchas veces invisibles, los que nos sostienen en medio de una sociedad que no ha terminado de comprender los efectos de la violencia estructural que las mujeres enfrentamos a diario. Cristina Fallarás no solo está revelando una denuncia, sino que nos muestra el poder de esas redes, construidas pacientemente con empatía y solidaridad entre mujeres. Las redes de sororidad funcionan como un refugio y una herramienta de desahogo, en un entorno donde la impunidad parece ser la norma.

Es triste, aunque cierto, que a menudo no podemos fiarnos; que las mujeres debemos analizar constantemente nuestro alrededor, cuestionando y evaluando hasta qué punto podemos confiar en quienes nos rodean. La falta de confianza que el machismo ha sembrado en nosotras se extiende a todos los espacios: desde la política hasta el trabajo y las relaciones personales. En la práctica, esto significa que cada mujer, independientemente de su edad, posición social o nivel de educación, vive con el peso de saber que incluso aquellos que defienden sus derechos pueden ser parte del problema.

Pero ante esta realidad, las mujeres nos tenemos a nosotras, y a través de esa unión construimos vínculos que son, en sí mismos, un acto de resistencia. Estas redes de confianza y apoyo entre mujeres son una suerte de raíces que se entrelazan y fortalecen bajo la superficie, creando un tejido firme que nos da la capacidad de enfrentar los ataques de un sistema que nos amenaza.

No es casualidad que haya sido una periodista mujer quien ha dado visibilidad a la denuncia de Errejón. Tampoco es casualidad que, al calor de este tipo de casos, surjan nuevos testimonios y valientes dispuestas a alzar la voz, apoyadas por amigas, compañeras y verdaderas aliadas. Porque cuando una mujer habla, otras la escuchan; cuando una denuncia, otras la sostienen. Las redes de sororidad no son solo un consuelo, sino una fuerza transformadora que desafía a un sistema que históricamente nos ha querido calladas y divididas.

La sororidad es nuestra mejor defensa y puede llegar a ser nuestro motor para sobrevivir y cambiar las cosas. No hay nada que dé más miedo al agresor que un colectivo oprimido organizado. Cada testimonio, cada historia compartida y cada muestra de apoyo suman a una defensa común. Es esta unión la que desafía los silencios cómplices, la que derrumba las barreras de la impunidad y la que, en última instancia, empodera a cada mujer para enfrentar su realidad.

Tras casos como este, las mujeres no podemos olvidarnos de que no solo podemos fiarnos de nosotras mismas, sino también de nuestras amigas y nuestras compañeras. Juntas tejemos una red que, aunque invisible para algunos, es poderosa y está ahí para recordarnos que no estamos solas. Cuando te haya sucedido algo horrible que creas que no le puedes contar a nadie, no dudes: recurre a tus amigas.