Poco a poco, construimos ese oxímoron que es la nueva normalidad, porque mal casa la novedad con la normalidad que nace de la rutina. Pero el término ha venido para quedarse, como dicen del teletrabajo y de tantas otras cosas que dan ganar de gritar, como en el chiste, eso de “Virgencita que me quede como estoy”.

Sin embargo, hay quienes no hay modo de que se queden como estaban, ni antes, ni después. Mientras sabemos cómo retornarán las discotecas, el turismo o el fútbol, son muchas las incógnitas que gravitan sobre la vuelta al cole, y muchos más las que asfixian a otras manifestaciones de la cultura.

Cuando cada día salíamos a nuestros balcones a aplaudir a los sanitarios, en ese espejismo de solidaridad que se ha esfumado tan pronto nos han devuelto la posibilidad de ir a un bar, jamás nos planteamos aplaudir a maestros o a otros representantes de la cultura.

Qué enorme contradicción resulta que es misma cultura que nos ha ayudado a superar los difíciles días de confinamiento salga tan malherida del trance. Hablo de artistas que regalaban clases magistrales o conciertos para ver en casa, teatros que ofrecían repertorios imposibles de encontrar, películas, obras de teatro y hasta vecinos entregados que tocaban su instrumento desde el balcón para darnos ánimos. Nos ayudaron mucho, sí, pero ahora ya no interesan.

Si la cultura lo tenía difícil cuando podían tener aforos completos, con la reducción lo difícil se torna imposible. Y no hablo de películas o producciones de elevado presupuesto sino de todas esas pequeñas compañías, orquestas, bandas o grupos que viven de bolos y actuaciones. Ya han perdido mucho, y la cosa no pinta mejor.

He leído varias veces que los colegios tendrán que convertir gimnasios y bibliotecas en aulas. Bien está, si no queda otro remedio. Pero ¿eso significa que dejarán de leer, de hacer gimnasia o de impartir extraescolares? Porque no olvidemos que muchos talentos nacieron de esas clases de música o danza del colegio.

Otro tanto ocurre con el mundo de la literatura. Privados del escaparate de las Ferias del libro y de las presentaciones, a los juntaletras se nos pone la cosa cuesta arriba. Y, a la vez, a ilustradores, editores o librerías.

La cultura es una pérdida que no nos podemos permitir, Es lo que da la medida del verdadero valor de una sociedad. Y si alguien piensa que es innecesaria, que piense por un momento qué hubiera sido del encierro sin películas, sin series, sin teatro, sin danza o sin música. Solo papel higiénico y levadura.