Los electores, que como se suele decir en lenguaje políticamente correcto, son muy inteligentes e, incluso, sabios han sabido valorar adecuadamente a unos y a otros.



En el caso del presumible ascenso del PP, los electores son conocedores de que las especiales características de nuestra particular crisis económica -con un desempleo muy superior al de otros países- fueron gestadas en los gobiernos populares debido a sus políticas neoliberales, un crecimiento económico basado casi en exclusiva en el ladrillo y una incorporación de mano de obra emigrante y barata.



Ellos son conscientes, también, de que aquellos años del “milagro soy yo” que decía Aznar, cuando se construían más viviendas que en Francia, Alemania e Italia juntas y, consecuentemente, se creaban también más empleos que en estos tres países no podían continuar indefinidamente y que aquella orgía desenfrenada de especulación sin límites tendría que pasar recibo más temprano que tarde.



Pero, a pesar de que la mayoría de los ciudadanos conocen estas realidades, han sabido, por otra parte, apreciar la inestimable colaboración del principal partido de la oposición con el Gobierno de la nación en los difíciles años en los que éste ha tenido que bregar con las consecuencias de una crisis dramáticamente cruel por sus costes sociales, han estimado el denodado esfuerzo para que la confianza en nuestras posibilidades de recuperación no decayeran ni interior ni exteriormente y han valorado, asimismo, la constante aportación de propuestas para solucionar los problemas de nuestra economía. Pero, sobre todo, saben que el Partido Popular nunca jamás tomaría medidas que implicasen recortes sociales para los más débiles y que, antes al contrario, harían recaer el peso de nuestra recuperación y del equilibrio de las cuentas públicas en los más poderosos económicamente.



Todas estas consideraciones han sido sabiamente apreciadas por una mayoría de ciudadanos pero, quizás, no hubiesen sido suficientes de no haberse producido la constatación de la existencia de un fuerza política capaz de organizar una presunta mafia de corrupción en la que están implicados desde el que fuera tesorero del partido hasta un presidente de Comunidad. Es por esta última circunstancia por la que en los lugares donde existen más imputados en esta presunta red de corrupción es donde se producirían, según la encuesta del CIS, su mayor éxito electoral.



Aunque la especial sabiduría del conjunto de los electores no es la que demuestran por votar a unos o a otros, sino la que se deriva de no votar a determinadas fuerzas políticas. Los partidos de la llamada ultraderecha, cuyo ascenso en todos los países de nuestro entorno es especialmente notorio en los últimos tiempos, aquí en nuestro país son prácticamente marginales. Y es que debemos ser la envidia de Europa y del resto del mundo civilizado cuando constatan que nuestros electores prefieren votar en su mayoría a un partido de centro derecha reformista como el Partido Popular. España es diferente ... como decía aquél.



Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas