Las historias donde un grupo de personas deben competir hasta que solo quede uno con vida, se han convertido en un pilar de la ficción contemporánea. Cada cierto tiempo aparece un nuevo título dispuesto a ofrecer algo distinto a un mismo concepto. Con el estreno de La larga marcha (The Long Walk), toca repasar algunos títulos del conocido battle royale.
Por supuesto, se le conoce así por la película nipona Battle Royale del año 2000, que popularizó el término. Fue todo un impacto para el espectador por su crudeza para con la juventud. En ella, una clase entera de estudiantes es secuestrada por el gobierno y obligada a matarse en una isla hasta que solo quede uno con vida. ¿El motivo? Controlar la sobre población del país. La película no solo redefinió la violencia en pantalla, sino que puso sobre la mesa la idea de que la sociedad funciona como un juego impuesto donde las normas las marcan los de arriba, y el desobedecer implica la muerte. A partir de ese momento, el “solo puede quedar uno” se convirtió en un marco desde el que hablar de poder, castigo y control.
Hollywood llevó el concepto al mainstream con Los Juegos del Hambre (The Hunger Games), adaptación del libro homónimo. Allí, la violencia se empaqueta como espectáculo mediático y un castigo para la población que perdió la guerra. La muerte de niños de entre 12 y 17 años se convierte en entretenimiento nacional. Su protagonista, Katniss Everdeen, aporta un matiz clave: la resistencia como acto político dentro del sistema de la masacre.
Años después, The Belko Experiment trasladó la dinámica a un entorno mucho más reconocible: una oficina. Ochenta empleados encerrados en un experimento social deben seguir una sola instrucción: matar o ser asesinados. La película explora hasta qué punto el trabajo corporativo ya funciona como un sistema de obediencia. En un tono más directo, The Condemned llevó el concepto a un reality show extremo. Prisioneros de distintos países compiten por su libertad mientras millones de espectadores observan la carnicería.
En el formato televisivo tuvimos El juego del calamar (Squid Game), la serie surcoreana que convirtió los juegos infantiles en una maquinaria de muerte perfectamente coreografiada. El contraste de ambos conceptos fue lo que la hizo tan atractiva al público, aunque de manera directa nos lanza una crítica al capitalismo y pone en entredicho la libre elección: personas endeudadas, arrinconadas por el sistema, aceptando jugar porque fuera del tablero también están condenadas. También en formato serie nos llegó Alice in Borderland, que trasladó el concepto a un Tokio alternativo donde un grupo de jóvenes se ve obligado a superar juegos mortales para ganar tiempo de vida. La serie combina el thriller de supervivencia con un tono casi de videojuego, donde cada prueba revela algo sobre los personajes y sus límites psicológicos
Y ahora llega La Larga Marcha, aunque realmente esta historia fue pionera en el ‘solo puede quedar uno’ ya que se trata de una adaptación de la novela de Stephen King escrita en el año 1979. En esta historia, el punto de atención no recae en el espectáculo como tal, sino en el desarrollo psicológico de sus personajes, que llevan todo el peso sobre sus hombros. Aquí, un grupo de jóvenes deben caminar durante días sin importar lo que les pase o las necesidades fisiológicas que tengan. La muerte no llega por combate, sino por agotamiento, por dolor acumulado... Una metáfora del conformismo: seguir avanzando pese a que el destino carezca de sentido.
Pero a su vez arroja algo de luz: la unión ante la adversidad, el apoyo mutuo y la amistad. Los participantes ofrecen esto y más pese a que sean rivales, porque saben que todos son víctimas del sistema y comparten sufrimiento. Una película cargada de sensibilidad que logra hacer épica una actividad cotidiana como caminar.
Todos estos títulos nos hablan de la deshumanización de las personas y de cómo nos insensibiliza presenciar el sufrimiento ajeno por televisión. Hoy más que nunca, el battle royale es necesario.