¿Alguna vez te has mirado al espejo más tiempo de lo normal? ¿Has localizado una arruga nueva? ¿Te ves con más peso? En otras palabras, ¿has sentido que tu cuerpo está cambiando? Es algo normal, pero también puede ser espeluznante. El cine de terror lleva años experimentando con este miedo y yendo más allá de lugares como cementerios, bosques o casas embrujadas (las cuales nos encantan) con el fin de convertir el cuerpo humano en el escenario del horror. La piel, los huesos, los órganos… todo se transforma, retuerce y deteriora de un modo que deja de ser reconocible.

Lo hemos visto recientemente en La Sustancia (The Substance), una sátira grotesca sobre los cánones de belleza, el miedo a envejecer y la crueldad de la industria del espectáculo, que presenta al cuerpo como un producto de consumo. Aquí, una mujer (Demi Moore) que trabaja en televisión es echada a un lado cuando cumple 50 años. Resistiéndose a quedar en el olvido, se somete a un tratamiento que le otorga un cuerpo más joven y perfecto que la acabará atrapando en una espiral de deformación y decadencia.

En los años ochenta, David Cronenberg revolucionó el terror corporal con La Mosca (The Fly). Allí, un experimento fallido fusiona el ADN de un hombre con el de un insecto, mostrando la lenta y dolorosa degradación del protagonista. No solo asistimos a la descomposición física, sino también a la destrucción de su humanidad, de sus relaciones personales y de su identidad.

Su hijo, Brandon Cronenberg, propone en Possessor una reflexión sobre la pérdida de control de uno mismo: una asesina utiliza tecnología para ocupar cuerpos ajenos, difuminando poco a poco la línea entre el yo y el otro.

Otra película que no se limita a lo grotesco es Swallow, donde el horror surge de un gesto íntimo: una mujer atrapada en un matrimonio perfecto comienza a ingerir objetos inusuales —desde canicas hasta clavos— al descubrir que está embarazada. El cuerpo se convierte en un campo de batalla y una muestra de resistencia frente a la opresión de su idílica vida.

También Titane convierte una gestación en motor de la transformación corporal, pero llevando al género a un terreno inclasificable. Aquí, una mujer queda embarazada después de haber mantenido relaciones sexuales con su coche. Metal y carne se confunden en una historia visceral sobre maternidad, deseo y metamorfosis.

Y ahora, The Ugly Stepsister, recoge este legado del body horror. Un retelling de La Cenicienta que explora como la presión estética, la rivalidad femenina y el ansia de ser aceptada pueden transformarse en monstruos internos, hasta el punto de convertir la búsqueda de la belleza en una pesadilla corporal. Todo ello con una paleta de colores pastel y un vestuario y fotografía preciosista.

En definitiva, el body horror nos recuerda que, a veces, el monstruo está en ese lugar que creemos conocer y dominar: nuestro cuerpo. A veces, obsesiones tan humanas como la belleza, la juventud y el poder, nos puede jugar una mala pasada.