Su estrecha cercanía con criminales, su violento encontronazo con las autoridades o el haberse librado de una condena segura, hace que el gobierno de Aguirre fuese un ejemplo de fracaso político de primer nivel. Su estela ha continuado en el tiempo y por ello conviene analizar esta forma de hacer política gracias a lo cual podemos prever a qué distancia está su, siempre, desastroso final.

Como decíamos al principio, el conquistador Lope de Aguirre fue parte activa de los crímenes del Perú del siglo XVI, así lo reflejan los documentos de la época: “se halló en muchos bandos y motines” hasta tal punto de que tras haber participado en el asesinato del corregidor Pedro de Hinojosa, “anduvo muchos días huido y escondido, y llamado a pregones y sentenciado a muerte”.

La historia nos recuerda artimañas políticas que se repiten siglo tras siglo

La historia nos recuerda artimañas políticas que se repiten siglo tras siglo.

Pero no podríamos hablar de actividad política como tal hasta la expedición denominada de Omagua y el Dorado. En dicho viaje, muy probablemente Aguirre formase parte de los indeseables que el virrey, Andrés Hurtado de Mendoza, puso al mando de Pedro de Ursúa rumbo al interior del Amazonas con la intención de quitárselos de en medio. Es en este periplo cuando Aguirre puso en práctica sus maquiavélicas pero efectivas prácticas políticas.

Victimismo

En las crónicas que nos han llegado de Francisco Vázquez o de Pedrarias de Almesto llama la atención cómo al inicio de esta expedición Lope de Aguirre no deja de quejarse de que le tienen manía, sus pataletas llegan al punto de tirarse al suelo hasta que le conceden sus deseos.
Comportamiento del que se le disculpó en varias ocasiones dando por echo que no esta estaba en sus cabales (“no le sabían otro nombre que Aguirre el loco”) sin prever el peligro que eso suponía.

Confundir a sus superiores

Tanto Pedro de Ursúa como Felipe de Guzmán tuvieron a Aguirre por un tonto útil, un bravucón al que podían utilizar sin darse cuenta de que en realidad eran ellos los que estaban cayendo en sus garras. El caso más evidente es el de Felipe de Guzmán a quien el propio Aguirre irguió como rey de la expedición después de asesinar a Pedro de Ursúa. Eso sí, el incauto de Guzmán cayó meses después acusado precisamente de ser el instigador de la muerte de Ursúa y por lo tanto ejecutado.

Crónicas como la de Francisco Vázquez reflejan al detalle los desmanes de Lope de Aguirre

Crónicas como la de Francisco Vázquez reflejan al detalle los desmanes de Lope de Aguirre (Foto: Biblioteca Nacional de España)

Permanecer en un segundo plano

La discreción con la que se movió Aguirre cada vez que habia un asesinato de sus superiores evidencia que no estaba tan loco como le imaginaban, lo vemos cuando se queja de la muerte de Ursúa, al menos hasta que se cerciona que toda la expedición aprueba el crímen y es entonces cuando aprovecha para otorgarse títulos como maestre de campo y crecer en poder durante la confusión.

Hipocresía y mentiras

Esa actitud indudablemente hipócrita se incrementa con una serie de mentiras cada vez más evidentes. Primero como promesas a sus hombres pero luego como excusas ante sus fechorías. Así lo atestiguan sus cartas donde se precia de ser un buen cristiano después de haber matado a varios sacerdotes, fidelísimo seguidor del rey al mismo tiempo que se declara rey independiente y adalid de la libertad, incluso una vez llegado a la isla Margarita hace falsas promesas a la población y autoridades con el claro objetivo de matarles de las maneras más abyectas y robarles todo lo que puede. ¿Cómo entonces caían los demás en estas mentiras? La respuesta es sencilla, pese a lo despiadado de su actitud manejaba con soltura la comunicación, incluso un fraile, Reginaldo de Lizárraga le tildó de “cicerón” por su buena oratoria.

Implicar a los demás

Tras el recorrido por el Amazonas donde ya dejó un buen reguero de cadáveres, la expedición llegó a la isla Margarita, donde la brutalidad resultó tan salvaje que sus hombres (seguidores por lealtad o por terror) acabaron implicados en delitos de primer orden, tanto es así que alguno planeó fugarse a Francia.
Lo llamativo es que Lope de Aguirre era totalmente consciente de ello y así se lo expone a sus hombres (conocidos entonces ya como los Marañones) argumentando que todos eran cómplices de sus maldades sin poder escapar de las consecuencias.

Eludir responsabilidades

El problema principal de que aquellos Marañones no es solo que se hubieran dejado llevar por una insaciable sed de oro y posteriormente acabar siendo cómplices de los crímenes de Aguirre, lo grave del asunto es que Aguirre eludía cualquier tipo de responsabilidad. Salvo en el caso de la muerte de Ursúa con la burda excusa de que lo mató por ser navarro y que dicho origen era poco menos que ser francés.

La crueldad de Aguirre ha dado pie a películas más o menos novelescas como el film de Werner Herzog

La crueldad de Aguirre ha dado pie a películas más o menos novelescas como el film de Werner Herzog.

Paranoia y huida hacia delante

A las decenas de muertes que acumuló Aguirre a sus espaldas se le sumaron otras tantas por cuestiones totalmente arbitrarias, una mala contestación, una ligera sospecha eran motivo de sobra para acabar condenado a garrote.
La situación llegó a tal terror que uno de sus hombres Anton Llamoso llegó a beber la sangre y los sesos de otro para demostrar a Aguirre que estaba de su lado.

Morir matando

La acertada decisión de las autoridades de indultar a aquellos Marañones que desertaran de Aguirre hizo que pronto su estructura de poder se derrumbase viéndose cada vez más solo y perdido. Mintiendo hasta el último momento cuando dijo a sus leales que las traiciones no eran tal si no espías qué el estaba infiltrando en los leales al rey.
En aquella orgía de sangre las tropas de Aguirre llegaron a Barquisimeto (actual Venezuela) donde se vio contra las cuerdas no sin antes ejecutar a su propia hija para que no cayese en manos de “ningún bellaco goce de tu beldad y hermosura”.
Queda por tanto patente los peligros que supone subestimar el alcance de los chiflados, que con buena labia encandilan a sus seguidores pero que con igual soltura llevan a cabo los crímenes más salvajes.

Ni siquiera Elvira la hija de Aguirre se salvó de la crueldad de este villano. En la imagen Omero Antonutti interpretando a Aguirre en la película de Carlos Saura

Ni siquiera Elvira la hija de Aguirre se salvó de la crueldad de este villano. En la imagen Omero Antonutti interpretando a Aguirre en la película de Carlos Saura.