Llegadas estas fechas veraniegas una cuestión que preocupa es la visión que de España se llevan los turistas, pero no menos alarmante es la que ellos mismos traen en base a la mala información. Pero no es algo nuevo, durante siglos, para bien o para mal, España ha sido un territorio más fantástico que real.


La idealización de España en el extranjero llegó a tal punto que en las primeras postales turísticas como esta vemos las “típicas” flamencas de Hondarribia

Desde la antigüedad griegos y romanos idealizaron la Península Ibérica como el fin del mundo que consideraban que era. Por ello grandes autores como Plinio o Estrabón situaron en territorio hispano lugares tan fantásticos como el jardín de las Hespérides, en las que tan pronto se veía un manzano dando frutas doradas como un dragón de cien cabezas.
Este enclave se identificó con las islas Canarias y de ahí que se les llame también “Las islas afortunadas” sobrenombre que recibían Las Hespérides cuyo nombre deriva en realidad de tres ninfas consideradas las hijas del atardecer y aunque la belleza de las mujeres canarias bien encaja en ese apelativo, el archipiélago dista mucho de tener habitantes inmortales.
A las Hespérides también viajó Hércules durante sus doce pruebas, como a otros puntos de los que hoy es España, bien para matar al gigante Gerión o bien para crear el estrecho de Gibraltar.

 
De haber sido en nuestros días, las proezas hispanas Hércules hubieran sido formar gobierno o resolver el problema catalán.

Así podríamos seguir con el rey tartésico Argantonio que vivió 120 años, el tritón marino de Olisipo (Lisboa) del que se decía tocaba la concha y cantaba canciones tristes (¿el origen del fado quizá?)… Sea como fuere en la Edad Media, esa imagen idílica de la Hispania exótica cambió por otra más negativa.
El famoso Códice Calixtinus nos habla de los navarros en unos términos que escandalizarían a cualquiera. Lo más suave es acusarles de matar peregrinos no sin antes “montarles como asnos”, el resto imagínense… que si fornican con distro y siniestro, que si ladraban más que hablaban… en fin, que por lo que sea el autor de Códice Calixtinus no lo debió tener una buena experiencia en la región porque acaba quejándose de cosas tan absurdas como que los navarros calcen abarcas.
Llegado el Renacimiento hay personajes que no les entusiasmó mucho España, y así nos encontramos a Erasmo de Rotterdam diciendo la famosa frase “Non placet Hispaniae” cuando el cardenal Cisneros le invitó a Alcalá de Henares para colaborar en la traducción de la biblia políglota.
 

En la universidad que creó Cisneros a la larga estableció como costumbre el que los alumnos doctorados pagasen un fiestón a profesores y compañeros, así que Erasmo se lo perdió con su “non placet Hispaniae”.

Otra imagen más positiva, pero no menos fantástica, la encontramos en Felipe el Hermoso que al viajar a Castilla se decepcionó al ver que no podría cazar jirafas como él imaginaba. Del mismo modo en el siglo XVII, viajeros como la condesa D´Aulnoy dejaron por escrito sus impresiones sobre España en una obra plagada de anécdotas, pero también de exageraciones e inexactitudes propias de los marujeos en los que la viajera era especialmente prolífica.
Llegado el siglo XVIII y XIX el despiporre sobre la imagen de España es absoluto. El romanticismo tiñó a nuestro país de un halo pasional y fantástico en el que nos encontramos a Théophile Gautier diciendo que a la gente le explotaba la cabeza cuando iba al Escorial y al escritor Antonie Latour viendo reminiscencias de Constantinopla en el puerto guipuzcoano de Pasajes.
 

 

Durante la exposición universal de Paris de 1889 el periodista Carlos Frontaura se quejaba amargamente de que hubiese franceses extrañados al no verle vestido de torero

Con este panorama, no es de extrañar el éxito arrollador de obras literarias como Carmen o Manuscrito encontrado en Zaragoza que a la larga asentaron una imagen tan deforme de España que uno no sabe porqué esta escribiendo esto en lugar de estar asaltando diligencias en Sierra Morena o saliendo a hombros de cualquier plaza de toros.
Es por ello que quizá, tras siglos de fantasía algunos medios sensacionalistas sigan dando coba a la fantástica y siempre trepidante vida en España.